martes, 24 de febrero de 2009

Una pequeñez


Nicolás Ilich Beliayev, rico propietario de Petersburgo, aficionado a las carreras de caballos, joven aún -treinta y dos años-, grueso, de mejillas sonrosadas, contento de sí mismo, se encaminó, ya anochecido, a casa de Olga Ivanovna Irnina, con la que vivía, o, como decía él, arrastraba una larga y tediosa novela. En efecto: las primeras páginas, llenas de vida e interés, habían sido saboreadas, hacía mucho tiempo; y las que las seguían se sucedían sin interrupción, monótonas y grises.

Olga Ivanovna no estaba en casa, y Beliayev pasó al salón y se tendió en el canapé.

-¡Buenas noches, Nicolás Ilich! -le dijo una voz infantil-. Mamá vendrá en seguida. Ha ido con Sonia a casa de la modista.

Al oír aquella voz, advirtió Beliayev que en un ángulo de la estancia estaba tendido en un sofá el hijo de su querida, Alecha, un chiquillo de ocho años, esbelto, muy elegantito con su traje de terciopelo y sus medias negras. Boca arriba, sobre un almohadón de tafetán, levantaba alternativamente las piernas, sin duda imitando al acróbata que acababa de ver en el circo. Cuando se le cansaban las piernas realizaba ejercicios análogos con los brazos. De cuando en cuando se incorporaba de un modo brusco y se ponía en cuatro patas. Todo esto lo hacía con una cara muy seria, casi dramática, jadeando, como si considerase una desgracia el que le hubiera dado Dios un cuerpo tan inquieto.

-¡Buenas noches, amigo! -contestó Beliayev-. No te había visto. ¿Mamá está bien?

Alecha, que ejecutaba en aquel momento un ejercicio sumamente difícil, se volvió hacia él.

-Le diré a usted... Mamá no está bien nunca. Es mujer, y las mujeres siempre se quejan de algo...

Beliayev, para matar el tiempo, se puso a observar la faz del niño. Hasta entonces, en todo el tiempo que llevaba en relaciones íntimas con Olga Ivanovna, casi no se había fijado en él, no dándole más importancia que a cualquier mueble insignificante.

Ahora, en las tinieblas del anochecer, la frente pálida de Alecha y sus ojos negros le recordaban a la Olga Ivanovna del principio de la novela. Y quiso mostrarle un poco de afecto al chiquillo.

-¡Ven aquí, chico! -le dijo-. Déjame verte más de cerca.

El chiquillo saltó del sofá y corrió al canapé.

-Bueno -comenzó Beliayev, poniéndole una mano en el hombro-. ¿Cómo te va?

-Le diré a usted... Antes me iba mejor.

-¿Y eso?

-Es muy sencillo. Antes, mi hermana y yo leíamos y tocábamos el piano, y ahora nos obligan a aprendernos de memoria poesías francesas... ¿Se ha cortado usted el pelo hace poco?

-Sí, hace unos días.

-¡Ya lo veo! Tiene usted la perilla más corta. ¿Me deja usted tocársela?... ¿No le hago daño?...

-¿Por qué cuando se tira de un solo pelo duele y cuando se tira de todos a la vez casi no se siente?

El chiquillo empezó a jugar con la cadena del reloj de su interlocutor y prosiguió:

-Cuando yo sea colegial, mamá me comprará un reloj. Y le diré que también me compre una cadena como esta. ¡Qué dije más bonito! Como el de papá... Papá lleva en el dije un retratito de mamá... La cadena es mucho más larga que la de usted...

-¿Y tú cómo lo sabes? ¿Ves a tu papá?

-¿Yo?... No... Yo...

Alecha se puso colorado y se turbó mucho, como un hombre cogido en una mentira.

Beliayev lo miró fijamente, y le preguntó:

-Ves a papá..., ¿verdad?

-No, no... Yo...

-Dímelo francamente, con la mano sobre el corazón. Se te conoce en la cara que ocultas la verdad. No seas taimado. Lo ves, no lo niegues... Háblame como a un amigo.

Alecha reflexiona un poco.

-¿Y usted no se lo dirá a mamá?

-¡Claro que no! No tengas cuidado.

-¿Palabra de honor?

-¡Palabra de honor!

-¡Júramelo!

-¡Dios mío, qué pesado eres! ¿Por quién me tomas?

Alecha miró a su alrededor, abrió mucho los ojos y susurró:

-Pero, ¡por Dios, no le diga usted nada a mamá! Ni a nadie, porque es un secreto. Si mamá se entera, yo, Sonia y Pelagueya, la criada, nos la ganaremos. Pues bien, oiga usted: yo y Sonia nos vemos con papá los martes y los viernes. Cuando Pelagueya nos lleva de paseo vamos a la confitería Aspel, donde nos espera papá en un cuartito aparte. En el cuartito que hay una mesa de mármol y encima un cenicero que representa una oca.

-¿Y qué hacen allí?

-Nada. Primero nos saludamos, luego nos sentamos todos a la mesa y papá nos convida a café y a pasteles. A Sonia le gustan los pastelillos de carne, pero yo los detesto. Prefiero los de col y los de huevo. Como comemos mucho, cuando volvemos a casa no tenemos gana. Sin embargo, cenamos, para que mamá no sospeche nada.

-¿De qué hablan con papá?

-De todo. Nos acaricia, nos besa, nos cuenta cuentos. ¿Sabe usted? Y dice que cuando seamos mayores nos llevará a vivir con él. Sonia no quiere, pero yo sí. Claro que me aburriré sin mamá; pero podré escribirle cartas. Y hasta podré venir a verla los días de fiesta, ¿verdad? Papá me ha prometido comprarme un caballo. ¡Es más bueno! No comprendo cómo mamá no le dice que se venga a casa y no quiere ni que lo veamos. Siempre nos pregunta cómo está y qué hace. Cuando estuvo enferma y se lo dijimos, se cogió la cabeza con las dos manos..., así..., y empezó a ir y venir por la habitación como un loco... Siempre nos aconseja que obedezcamos y respetemos a mamá... Diga usted: ¿es verdad que somos desgraciados?

-¿Por qué?

-No sé; papá lo dice: «Son unos desgraciadas -nos dice-, y mamá, la pobre, también, y yo; todos nosotros.» Y nos suplica que recemos para que Dios nos ampare.

Alecha calló y se quedó meditabundo. Reinó un corto silencio.

-¿Conque sí? -dijo, al cabo, Beliayev-. ¿Conque celebran mítines en las confiterías? ¡Tiene gracia! ¿Y mamá no sabe nada?

-¿Cómo lo va a saber? Pelagueya no dirá nada... ¡Ayer nos dio papá unas peras!... Estaban dulces como la miel. Yo me comí dos...

-Y dime... ¿Papá no habla de mí?

-¿De usted? Le aseguro...

El chiquillo miró fijamente a Beliayev, y concluyó:

-Le aseguro que no habla nada de particular.

-Pero, ¿por qué no me lo cuentas?

-¿No se ofenderá usted?

-¡No, tonto! ¿Habla mal?

-No; pero... está enfadado con usted. Dice que mamá es desgraciada por culpa de usted; que usted ha sido su perdición. ¡Qué cosas tiene papá! Yo le aseguro que usted es bueno y muy amable con mamá; pero no me cree, y, al oírme, balancea la cabeza.

-¿Conque afirma que yo he sido la perdición...?

-Sí. ¡Pero no se enfade usted, Nicolás Ilich!

Beliayev se levantó y empezó a pasearse por el salón.

-¡Es absurdo y ridículo! -balbuceaba, encogiéndose de hombros y con una sonrisa amarga-. Él es el principal culpable y afirma que yo he sido la perdición de Olga. ¡Es irritante!

Y, dirigiéndose al chiquillo, volvió a preguntar:

-¿Conque te ha dicho que yo he sido la perdición de tu madre?

-Sí; pero... usted me ha prometido no enfadarse.

-¡Déjame en paz!... ¡Vaya una situación lucida!

Se oyó la campanilla. El chiquillo corrió a la puerta. Momentos después entró en el salón con su madre y su hermanita.

Beliayev saludó con la cabeza y siguió paseándose.

-¡Claro! -murmuraba-. ¡El culpable soy yo! ¡Él es el marido y le asisten todos los derechos!

-¿Qué hablas? -preguntó Olga Ivanovna.

-¿No sabes lo que predica tu marido a tus hijos? Según él, soy un infame, un criminal; he sido la perdición tuya y de los niños. ¡Todos ustedes son unos desgraciados y el único feliz soy yo! ¡Ah, qué feliz soy!

-No te entiendo, Nicolás. ¿Qué sucede?

-Pregúntale a este caballerito -dijo Beliayev, señalando a Alecha.

El chiquillo se puso colorado como un tomate; luego palideció. Se pintó en su faz un gran espanto.

-¡Nicolás Ilich! -balbuceó-, le suplico...

Olga Ivanovna miraba alternativamente, con ojos de asombro, a su hijo y a Beliayev.

-¡Pregúntale! -prosiguió éste-. La imbécil de Pelagueya lleva a tus hijos a las confiterías, donde les arregla entrevistas con su padre. ¡Pero eso es lo de menos! Lo gracioso es que su padre, según les dice él, es un mártir y yo soy un canalla, un criminal, que ha deshecho la felicidad de ustedes...

-¡Nicolás Ilich! -gimió Alecha-, usted me había dado su palabra de honor...

-¡Déjame en paz! ¡Se trata de cosas más importantes que todas las palabras de honor! ¡Me indignan, me sacan de quicio tanta doblez, tanta mentira!

-Pero dime -preguntó Olga, con lágrimas en los ojos, dirigiéndose a su hijo-: ¿te vas con papá? No comprendo...

Alecha parecía no haber oído la pregunta, y miraba con horror a Beliayev.

-¡No es posible! -exclama su madre-. Voy a preguntarle a Pelagueya.

Y salió.

-¡Usted me había dado su palabra de honor...! -dijo el chiquillo, todo trémulo, clavando en Beliayev los ojos, llenos de horror y de reproches.

Pero Beliayev no le hizo caso y siguió paseándose por el salón, excitadísimo, sin más preocupación que la de su amor propio herido.

Alecha se llevó a su hermana a un rincón y le contó, con voz que hacía temblar la cólera, cómo lo habían engañado. Lloraba a lágrima viva y fuertes estremecimientos sacudían todo su cuerpo. Era la primera vez, en su vida, que chocaba con la mentira de un modo tan brutal.



Anton Chejov

lunes, 23 de febrero de 2009

Titularía esto como "de re varia" si "de re varia no fuera ya una etiqueta"



Knut Ekwall


Pasé toda la infancia queriendo ser sirena para poder vivir siempre en el agua. Que tuviera siete u ocho años cuando Disney violó a Andersen puede tener algo que ver. Podría hablar mucho del daño que hizo Disney a la literatura y del que nos hizo a todos (y a todas), pero siempre hay quien viene a decir "¡pero las películas son tan bonitas!". Sí, yo también tengo cinco años mentales y a mí también me parecen bonitos los cuentos de hadas. Cuando tengo la regla y necesito inyectarme el chocolate en vena en lugar de comerlo como todo el mundo, pero los tengo. Sí, si andan mis sobrinos por casa (o yo en la suya) y cae un Disney, confieso que sí que lo veo. Que sí que lo disfruto. Que voy a los estrenos de Pixar sistemáticamente. Que de pequeña lloré con la muerte de la madre de Bambi, como todo el mundo. Claro. Pero si Bambi era un relato verdaderamente cruel que Disney convirtió en el de un tierno cervatillo huérfano, yo me lo perdí. Sé que se cargaron (fuera de los dibujos) uno de mis libros favoritos de infancia: El león, la bruja y el armario. Destrozaron Hamlet y El jorobado de Notre-Dame antes de que tuviera edad para leerlos.

Me subleva que Wendy sea casi simpática y que Campanilla no sea fatale. Por no mencionar que Peter no hace prácticamente nada más que aparecer en la ventana y luchar contra los piratas. Que todos los demás personajes simplemente pasaban por allí. Por no hablar de lo que le hicieron a Arturo, a Merlín, a Excalibur y, de paso, a toda la Edad Media.

Pusieron un final feliz a "La sirenita" de Andersen (y alguien que pone un final feliz a Andersen merece arder para siempre en las llamas del infierno); hicieron que de Blancanieves, La Bella Durmiente, La Cenicienta y demás sólo nos quedáramos con que algún día vendría un príncipe, sería muy guapo y nos cambiaría la vida y se rumoreó, hace muchos, muchos años, que pretendían adaptar Aida.

Pero lo que nunca les perdonaré es que convirtieran a la nínfula de ocho años que enloqueció a un profesor de matemáticas tímido, cojo y bastante raro en una insulsa y hostiable criatura rubia que más que incitar a la lectura freudeana del País de las Maravillas, nos provoca gritar "¡que le corten la cabeza!" refiriéndonos a Walt. ¿Por qué? ¿Por qué las nínfulas? ¿No te llegaba, cabrón, con quitarnos a Shakespeare? ¿Con eliminar la tragedia de Ofelia porque la puta leona no sólo no enloquece y no se suicida sino que retoza con el otro media película y seguro que tienen leoncitos y lo he olvidado? No, tenías que convertir a Alice Liddell en una barbie en formato infantil, con su delantal impecable. De los ojos y las greñas de la foto de vagabunda que le sacó el propio Carrol a esa melena tan rubia, tan lacia, tan... grrrrrrrrrrrrrrrr

Podemos seguir suavizando cosas. Todavía nadie le ha contado a los niños Anna Karenina. Puede volver a ser feliz con su marido en lugar de tirarse al tren. Si mis sobrinos tienen una película de dibujos (y esta vez no fue la Disney) sobre Tristán e Iseo (Tristán e Isolda se llama, claro: antes de Wagner no hay nada) en la que Marco y sus orejas de burro se van al carajo y Tristán e Iseo son dos "novios" que van por los bosques en busca de aventuras, todo es posible. Sí, señores. Tristán e Iseo no huyen al bosque, Marco no los encuentra y los perdona porque no sale. No hay leprosos que quieran aliviar su lujuria con la adúltera. No hay harina ensangrentada ni un filtro de amor para que Iseo se enamore del que será su marido y que bebe con su sobrino (de él) por error. No. El adulterio que conmocionó a la Edad Media, convertido en una puta peli para críos. Supongo que habrá juglares dando volteretas y trovadores con mallas, pero sé que ninguno es Tristán para ver a la Rubia. Que no mueren por culpa de la otra, con la que siempre simpatizo. No. Van por el bosque y corren aventuras. Joder. Joder, joder, joder.

Bien. Respiro hondo. No sé por dónde voy ni por qué he empezado. Las sirenas, claro. De pequeña quería ser sirena. Me encanta el mar y me encanta estar en el agua.

También hubo un tiempo (y que tuviera una amiga con ese nombre y estuviera a punto de caer para siempre en las garras de la Edad Media influye mucho) en que decía que si algún día tenía una hija, quería llamarla Iseo.

Ahora tengo cada día un poco más claro que no quiero tener una hija y dicen que dicen que Iseo anda por el mundo adelante estudiando Antropología. Entonces teníamos dieciocho años, íbamos en la misma clase y me quedaba a dormir en su casa un par de veces a la semana.

Y no, no sé cómo he derivado a esto, pero me voy a dormir. Antes de borrar todo y escribir lo que fuera que iba a escribir al principio, cuando descubrí el cuadro.

P.S. Que lo mío sea la literatura artúrica y los cuentos de hadas de verdad es pura coincidencia, claro.

Y antes de darle a publicar, la foto de Alice. Ocho años y esos ojos. No es justo que la dibujaran rubia, no lo es.



jueves, 19 de febrero de 2009

Espirrar até à metafísica

Tenho uma grande constipação,
E toda a gente sabe como as grandes constipações
Alteram todo o sistema do universo,
Zangam-nos contra a vida,
E fazem espirrar até à metafísica.
Tenho o dia perdido cheio de me assoar.
Dói-me a cabeça indistintamente.
Triste condição para um poeta menor!
Hoje sou verdadeiramente um poeta menor.
O que fui outrora foi um desejo; partiu-se.
Adeus para sempre, rainha das fadas!
As tuas asas eram de sol, e eu cá vou andando.
Não estarei bem se não me deitar na cama.
Nunca estive bem senão deitando-me no universo.
Excusez un peu... Que grande constipação física!
Preciso de verdade e da aspirina.

Álvaro de Campos, o meu heterónimo de Pessoa


La traducción que está suelta por la web es tan mala que, si de verdad no lo entendéis, pasadlo por un traductor. Voy a tomarme un antigripal del ejército, que de algo tenía que servir tener un padre militar.

Y a dormir, que son las mil y pico, como siempre.

lunes, 16 de febrero de 2009

Max Klinger y sus sirenas (entre otras cosas)





















viernes, 13 de febrero de 2009

Dos cuadros profundamente emocionantes y que desconocía por completo hasta esta mañana

Del señor Kitaj lo único que sabía es que había visto algo con colores muy chillones y no me había gustado. No tengo ni la más remota idea de cuándo ni dónde lo había visto. Y hoy, buscando imágenes de damas medievales para la portada del homenaje a Giulia Lanciani, no sé cómo San Google me enseñó la segunda imagen. Y me enamoré. Ahora acabo de descubrir la primera.

Viva Kitaj y estos dos cuadros. No estaba muerta, pero sí ando moribunda y ajetreadísima.



viernes, 6 de febrero de 2009

O ladrón de palabras

De Séchu Sende "Made in Galiza", Ed. Galaxia.

Era un país hai moito tempo no que as palabras eran valiosas como o pan ou a auga, como en todos o so países do mundo.
Un día chegou un estranxeiro e parou a falar cunha muller nun camiño. Aquel home levaba un coitelo ao cinto e un dente de ouro. Estiveron falando e falando e, nun momento dado, o estranxeiro fixo así coa man e rouboulle unha palabra á muller e saltou ao cabalo e marchou a galope.
O ladrón de palabras seguiu galopando até que chegou a unha aldea. Alí entrou nunha pousada e púxose a falar cun médico que viña de curar a un enfermo. O ladrón sacou unha moeda de ouro e dixo:
- Cámbioche esta moeda de ouro polas tres últimas palabras que acabas de dicir.
O médico dixo que non, As palabras non son miñas, que son de moita outra xente. Mais o ladrón de palabras agardouno no bosque e púxelle na gorxa o coitelo e rouboulle aquelas tres palabras sen perder o sorriso dourado.
Ao día seguinte o ladrón chegou a unha cidade e entrou nun pazo. Nunha man levaba unha bolsa con ouro e noutra, unha bolsa con palabras.
Díxolle ao señor mostrándolle o ouro:
- Mércoche todas as palabras que pronunciaches hoxe.
- Non -dixo o nobre-, as plabras non se venden.
Mais o estranxeiro ameazouno co coitelo e rouboullas unha a unha.
Máis adiante, o ladrón de palabras asaltou a un home que viaxaba a cabalo. Era un poeta especialista en cancións de amor. O ladrón sacou a daga e díxolle:
-As palabras ou a vida.
O poeta respondeu:
-As palabras non son miñas, son do meu pobo. Eu nunca as vendería.
Mais o ladrón de palabras foi contra el e arrincoulle as palabras do corazón.
Axiña correu a voz por todo o país de que lles estaban roubando as palabras. E moita xente botou man das armas para defendelas. Cóntase que, de entre toda a xente da vila, os que mellor protexeron as palabras foron os labregos coas gadañas e as fouciñas, e os mariñeiros, cos coitelos e os arpóns. E que as mulleres máis valentes as escondían nas faldriqueiras ou nas camisas de liño.
Mais o ladrón de palabras continuou roubándolles as palabras mesmo ás nenas que aprendían a ler e aos nenos que ían mercar zapatos. E aos mestres nas escolas e aos avogados que sabían de leis. E pouco a pouco aquel país seguiu perdendo moitas das súas palabras e foise facendo día a día cada vez máis pobre porque era o país ao que lle roubaban as palabras.
Dise que a xente para protexer as palabras e gardalas en segredo mesmo as deixou de escribir. E que por medo ao ladrón de palabras moitas persoas, desconfiadas, durante séculos só pronunciaban as súas palabras coa familia ou entre a xente amiga.
Así pasaron os anos e cóntase que naquel país aínda hai xente que segue tendo medo do ladrón de palabras. E hai quen di que ás veces o ladrón segue aparecendo nunha parada de bus ou nunha floristería sou nunha escola cunha bolsa e un coitelo e un sorriso cun dente de ouro.

ESTA FIN DE SEMANA HAI UNHA MANIFESTACIÓN EN COMPOSTELA DA SANTA
COMPAÑA DA LINGUA. SE TE CRUZAS CON ELA DÁLLE AS COSTAS E AMÓSALLE O
TEU REXEITAMENTO!!!!.



As palavras nom sobram. Nunca.

E a contra-manifestaçom promete ir a ser tam, pero tam divertida...

Y (y ahora se me fue y he vuelto a mi lengua materna, que para algo lo es), no olvidemos que las lenguas, por más que nos empeñemos en lo contrario, afortunadamente no entienden de política ni de fronteras.

Y que algunos, pese a que esta sea nuestra lengua materna, no estamos de acuerdo en absoluto con los papis que pretenden que sus hijos puedan no aprender la lengua "para hablarle a las vacas", como se dijo tanto tiempo. Es más, consideramos que los hijos de papis que no hablan gallego (eso lo considero yo), deberían aprender más en el cole. Para compensar. Porque seguro que tampoco ven el Xabarín (y ese no era mi caso) ni leen absolutamente nada en gallego (ese tampoco, pero es que yo siempre fui rarita y atípica)

Y, repito. Las palabras nunca sobran. Y cuantas más se saben en cuantas más lenguas, más fácil es deducir otras nuevas. Palabrita de filóloga. Romanista, para más INRI.

El texto acaba de llegarme por mail. No es una maravilla, pero me gustó.

jueves, 5 de febrero de 2009

Lizzie. Y mi día de mierda. Y más...





Dead Love

Oh never weep for love that’s dead
Since love is seldom true
But changes his fashion from blue to red,
From brightest red to blue,
And love was born to an early death
And is so seldom true.

Then harbour no smile on your bonny face
To win the deepest sigh.
The fairest words on truest lips
Pass on and surely die,
And you will stand alone, my dear,
When wintry winds draw nigh.

Sweet, never weep for what cannot be,
For this God has not given.
If the merest dream of love were true
Then, sweet, we should be in heaven,
And this is only earth, my dear,
Where true love is not given.

Elizabeth Eleanor Siddal



Llevo un día de mierda.

La imagen, la Ophelia de Millais. Que sé que la puse varias veces, pero me apetecía más poner esta Lizzie que una de las muchísimas que pintó su marido, el bueno de Rossetti. El amor no existe, claro que no. Lástima que Ophelia no lo supiera y que Lizzie no supiera aplicarse el cuento.

No, el amor es lo único que no tienen nada que ver con mi día de mierda. Era lo que me faltaba. Tuve un día de mierda por cosas bastante más importantes. El amor, que no es cierto, murió hace ya casi un año. Lo he dicho varias veces y lo repito: no me vuelve a coger viva.

Y sin embargo, sigue siendo un poco la historia del clavo de Rosalía. Estoy mejor, pero me falta algo.

Y sí, cuando parecía que el día sólo había tenido una gran putada y todavía no se sabía que se había ido a pique, fui a buscarlo. No para recuperar el clavo, claro que no. El clavo no vuelve, vive dios que no!

La Edad Media y la literatura artúrica me han hecho mucho daño. Sin duda. Y la lady of Shalott de Waterhouse que se parece o se parecía a mí, también. ¿No podía ser cualquier otro personaje, hostia?

No, no me suicidaré por amor. Ni pienso volver a tener nada que ver con él. Sin embargo, como invento literario, como entelequia, como mitología, como concepto abstracto, siempre me parecerá sublime. La Edad Media me ha hecho mucho daño, pero también me cambió la vida. Y cambió el pensamiento occidental. Tanto que ahora la gente se cree que existe el amor.

Sería terrible vivir sin trovadores, sin Dante, sin Chrétien. Sin Petrarca. Sin doncellas que piden dones a caballeros. Sin tronos que se ocupen sacando una espada de una piedra. Sin caballeros malos a los que los buenos venzan cortándolos por la mitad. Sin autómatas, sin anillos que te vuelvan invisible, sin reinos subacuáticos donde el tiempo corre de otra manera.

Puede que no haya sido el mejor día para decidirlo, pero realmente quiero ponerme con el TIT. Guinglain, la Insula Dorada, Blonde Esmerée y una serpiente muy grande me esperan.

Y sí, hoy fue un día muy largo que terminó en un llanto más largo todavía por la tontería más tonta. Pero todo el día intenté ver lo positivo o lo relativo de la situación. De las situaciones, que fueron muchas. Claro, tanto lo intenté que la tontería más tonta me hizo llorar por fin lo que tenía que haber llorado desde el principio, desde el hecho de quedarme en blanco en medio de un examen de una asignatura que estoy harta de saberme.

Y eso fue sólo el principio.