Una, que es intensita, usa siempre la misma metáfora sobre el armadillo ("mi animal totémico", dice, porque también es cursi). El armadillo, según este cuento de Kipling, nace cuando la tortuga intenta hacerse una bola y el erizo tener caparazón para engañar al jaguar, que intentaría por todos los medios poner cualquiera de los dos boca abajo para abrirles la barriga de un zarpazo. Podría buscar el libro donde viene, que se llama Sólo cuentos (para niños) y decir exactamente con qué edad lo leí, pero era muy pequeña. La cuestión es que hace unos años, cuando estaba mal, mal, mal por da igual qué cosa relativa a quién, empecé a contar que era como un armadillo, encerrada en mi bolita y que de vez en cuando me ponía boca arriba con la barriguita blanda y débil (la barriguita del armadillo, la mía no es -ita) expuesta, pese al riesgo de recibir un zarpazo. Normalmente la gente a la que te muestras en toda tu vulnerabilidad no aprovecha para pegarte el zarpazo, pero siempre hay alguno que sí que lo hace. Y otros a quienes tienes que explicarles que el despliegue es para que, por favor, te acaricien, despacito. Que te pueden pegar, pero sin matarte, sin abrirte la barriguita en canal. Que no quieres vivir dentro de un caparazón ni tras un muro pero que no tienes términos medios y que o enseñas todo o te repliegas; o pones barreras o das facilidades para que te lastimen.
El sistema, que una es práctica a su manera, tiene sus ventajas: una de las no menos importantes es que sabes más o menos rápido quién te va a hacer daño y por dónde (ah, las facilidades se las has dado tú) pero, sobre todo, quién no, nunca. O casi. Y a veces falla, te haces una bolita durante años, te arrastras lo que puedes cuando no estás rodando y esperas a que se pase. La bolita es cómoda y calentita: se puede leer dentro de ella (se lee mucho cuando uno está hecho una bolita o se ve Buffy completa), tiene una acústica envidiable en la que no entra el ruído de fuera y se puede asomar la cabecita fuera el tiempo suficiente para que la mayor parte de la gente no note nada.
Y una es también de natural abierto y tiende más a quedarse desprotegida, por lo que lo de poder cerrarse por completo en un abrir y cerrar de ojos no es tampoco una ventaja desdeñable.
Pero tiene una desventaja importante e innegable: uno cuando pasa mucho tiempo en su caparazoncito esférico (no sé si logro transmitir lo fascinante que me resulta lo de poder rodar sin salir del caparazón-burbuja, si no quieres vivir), se afila las garritas. Y hasta un zarpazo de armadillo hace daño.
El sistema, que una es práctica a su manera, tiene sus ventajas: una de las no menos importantes es que sabes más o menos rápido quién te va a hacer daño y por dónde (ah, las facilidades se las has dado tú) pero, sobre todo, quién no, nunca. O casi. Y a veces falla, te haces una bolita durante años, te arrastras lo que puedes cuando no estás rodando y esperas a que se pase. La bolita es cómoda y calentita: se puede leer dentro de ella (se lee mucho cuando uno está hecho una bolita o se ve Buffy completa), tiene una acústica envidiable en la que no entra el ruído de fuera y se puede asomar la cabecita fuera el tiempo suficiente para que la mayor parte de la gente no note nada.
Y una es también de natural abierto y tiende más a quedarse desprotegida, por lo que lo de poder cerrarse por completo en un abrir y cerrar de ojos no es tampoco una ventaja desdeñable.
Pero tiene una desventaja importante e innegable: uno cuando pasa mucho tiempo en su caparazoncito esférico (no sé si logro transmitir lo fascinante que me resulta lo de poder rodar sin salir del caparazón-burbuja, si no quieres vivir), se afila las garritas. Y hasta un zarpazo de armadillo hace daño.
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