BEDFORD STREET
Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».
«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».
Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente. Más intenso.
Se veían más cosas. Ascendíamos
a inéditos sonidos y colores.
No había confusión. Hasta el detalle
más ínfimo nos era comprensible.
Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?»
«Es lento», me objetó. «Ya lo he probado.
Y el lavado de estómago es horrible.
Como un trauma mental, pero en lo físico»
Sustituí su dedo por el mío
y apoyé allí el cuchillo suavemente.
Y lo empujé de súbito. No fuera
que cambiara de idea si iba lento.
José María Fonollosa
A Fonollosa lo leí en primero de carrera. Lo recuerdo perfectamente. Me lo dejó Iago, además de grabarme la cinta en que Albert Plá versionaba varias canciones. No lo había releído. Creo que primero (mi primero, al menos) puede tomarse como una prolongación de la adolescencia. La adolescencia que reivindico como soportable, quiero decir.
Fue el año de las huelgas, las manifestaciones y los encierros. El año más politizado de mi vida. El primer año que pasaba lejos de casa. El primero en que lo que llevaba esperando toda mi vida me defraudaba (la Universidad me ha defraudado mucho más de lo que pueda expresar en palabras, pese a que siga en ella). El primer año de las crisis vocacionales. Un año de tantas y tantas cosas. El año de no estudiar nada y aprobar todo. El año de salir todos los días (nunca volví a beber tanto).
Y Fonollosa es una de las cosas (como muchos amigos, como tantas películas, tantos libros, tantas cosas) que han quedado de aquel año.
Me gusta. Me gustaba el cinismo por aquella época. Me parece una manera lúcida de sobrevivir.
Y me temo que de eso se trate. De sobrevivir.
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