jueves, 22 de marzo de 2012

El otro día me estuve descargando poemarios y antologías poéticas (y unas cuantas cosas más) como si me fuera la vida en ello y me fueran a cerrar internet y nunca más fuera ni a reencontrarme con mis libros ni con bibliotecas y/o librerías con ejemplares en lenguas que entienda con más o menos esfuerzo. Entre ellos, una antología del insoportable de Villena del que saco lo siguiente:


LA DESPEDIDA DEL FANTASMA

Ya no vendré más a molestaros.
Ya no más en la noche los extraños ruidos,
las luces que se encienden a solas, inseguras.
Adiós al tintineo de la cerámica
y a la risa sorpresa de los cuadros.
Adiós a los cuidados y amorosos desvelos
con que cerrabais puertas y ventanas
y mirabais los muebles con lenta incertidumbre.
Ya no veréis mis huellas imprevistas
—leves huellas, de acuerdo— sobre el sillón,
a un lado la ginebra y el suplemento semanal.
Amé vuestras costumbres, que siempre interrumpía.
Gocé las desnudeces que a veces me obsequiabais,
cuando al salir del baño os quedabais atentos,
escuchando mi risa apenas perceptible.
Yo corregía poemas olvidados
y añadía precisión a los artículos
interrumpidos en la noche.
Deslicé alguna vez algunas fechas falsas,
algún dato espectral e inexacto:
ni siquiera cobraba mis disfraces.
Jamás tuve la idea de aparecerme
en sábana interior: casto y sencillo
vagaba en ese limbo que son las casas cultas:
drama en la biblioteca
al no encontrar el Libro de los Muertos
(me entretuve leyendo Pedro Páramo).
Para no despertaros, me puse auriculares
cuando quise escuchar la colección de Réquiems
(la versión del de Mozart, excesiva y romántica).
No tengo tiempo ya de ordenaros el álbum
de las fotografías: amigos y viajes.
Dejo ya de inquietaros:
conozco demasiado de vosotros,
y ahora que acaba junio debo vagar por playas
y otros sitios propicios a las apariciones.
Adiós, adiós, amantes
para los que fui invisible:
espero saludaros en cualquier otra vida.

Juan Lamillar


Y ahora no me digan que no aman a alguien que pone a un fantasma a leer Pedro Páramo. La postmodernidad a veces se apodera de mí y yo me dejo hacer, lo siento. La promiscuidad literaria es lo que tiene.

sábado, 17 de marzo de 2012

Declaración de pérdidas

DECLARACIÓN DE PÉRDIDAS


Perder el pelo, perder la calma,

¿me explico?, perder el tiempo,

librar una batalla perdida,

perder peso y esplendor, perdón, no importa,

perder puntos, déjame terminar de una vez,

perder la sangre, perder al padre y a la madre,

perder el corazón, hace tiempo perdido

en Heidelberg, y ahora otra vez,

sin parpadear, el encanto de la

novedad, olvídalo, perder los

derechos civiles, me doy cuenta,

perder la cabeza, por favor,

si no puede evitarse,

perder el Paraíso Perdido, y qué más,

el empleo, al Hijo Pródigo,

perder la cara, que le vaya bien,

dos Guerras Mundiales, una muela,

tres kilos de sobrepeso,

perder, perder, y volver a perder, hasta

las ilusiones perdidas hace tanto tiempo,

y qué, no desperdiciemos una palabra más

en la tarea perdida del amor, digo que no,

perder de vista la vista perdida,

la virginidad, qué lástima, las llaves,

qué lástima, perderse en la multitud,

perderse en las ideas, déjame terminar,

perder la mente, el último céntimo,

no importa, termino en un momento,

las causas perdidas, toda sensación de bochorno,

todo, golpe a golpe,

¡ay!, hasta el hilo del relato,

el carnet de conducir, las ganas.

Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic