lunes, 30 de marzo de 2009

Lara's theme

¿Cómo olvidar la banda sonora de Doctor Zhivago? Y el hecho de que sea la película favorita de mi señor padre hace que la haya visto un montón de veces, desde el aburrimiento infantil más absoluto (es un misterio por qué otros adulterios menos flagrantes no pasaban la censura y sí el de Doctor Zhivago, claro) hasta la fascinación más extrema. La versión de verdad, no la que dicen que remakearon en 2002; la de Omar Shariff con los pómulos recogidos hacia atrás (no hay nada que se parezca menos a un ruso que un egipcio), Geraldine Chaplin llegando con un pompón rosa por sombrero y Julie Christie perteneciendo "a la segunda clase de mujeres". ¡Lara, Lara! Aunque la última vez que la vi, descubrí que lo de Yuri gritando "¡Lara, Lara!" al bajar del autobús me lo había inventado yo. Julie Christie es y siempre será Larissa Antipova, por más papeles que haya hecho (e hizo muchos).

Puede que mi favorita del Hollywood clásico sea Duelo al sol (o Esplendor en la hierba) y mi favorita de David Lean es La hija de Ryan, pero Doctor Zhivago me gusta mucho. Me gusta mucho, entre otras cosas, por la banda sonora.

Y se ha muerto Maurice Jarre, el autor de bandas sonoras que no era Morricone. Además de esta, innúmeras, como Lawrence de Arabia y La hija de Ryan (viva, viva David Lean), pero también Barbarella, Pasaje a la India, esta tan bonita del hombre y el draco que nadie conoce y que echan cada seis meses en la gallega, Gorilas en la niebla o Top Secret. Y más. Mejores o peores, pero más. Incluso varias de esas de las que sólo te gusta la banda sonora.

El mundo se está acabando. ¡Mierda!

(y que hayan hecho un remake de Doctor Zhivago con Keira Kightley sólo lo confirma)





viernes, 27 de marzo de 2009

Drummond de Andrade y un par de cosas más

Amor é bicho instruído
Olha: o amor pulou o muro
o amor subiu na árvore
em tempo de se estrepar.
Pronto, o amor se estrepou.
Daqui estou vendo o sangue
que escorre do corpo andrógino.
Essa ferida, meu bem
às vezes não sara nunca
às vezes sara amanhã.

Carlos Drummond de Andrade


Hace poco estuve un par de veces con el ser de quien estuve enamorada cuatro años (platónica y estúpidamente) y la herida está más que curada. Poco antes le había comentado a una amiga que no lo vivió en el momento el cómo y el por qué del fin del platonismo. Lo conté como podría contar el argumento de una novela o una película mínimamente entretenida pero que no me hubiera emocionado especialmente. Como podría contar qué me estuvo contando alguien a quien las dos hacía tiempo que no veíamos. Todo pasa y todo queda, pero lo de algunos es pasar, efectivamente. Lo mío, por ejemplo.

Se casa mi gran amor de adolescencia (y a veces pasa por aquí y lee, así que hasta puede saludar si gusta) y tengo que verlo para recoger la invitación. Y putearlo con el tema, claro. Como lo puteo cada vez que le digo que no me explico qué es lo que tiene para que yo estuviera tan enamorada de él como lo estuve. Y no es que no le adore ni que no considere que es un nené encantador, él lo sabe. Lo adoro por y pese al hecho de haber sido mi gran amor de adolescencia. Lo adoraba antes, entonces y lo adoro ahora. Claro. Como tienen que ser las cosas. Además, estoy deseando verlo. Tanto con caña delante como disfrazado de novio. Y salir a celebrar que se casó.

Y yo, que no quiero casarme en absoluto (ni siquiera convivir, seamos serios), llevo toda la semana diciendo que, si algún día me caso, haré la lista de bodas con Moleiro, que tenía una exposición en el congreso y con cuyos amagos de catálogos, cuando venían en las revistas, forraba los libros cuando estaba en el instituto. No todos, no siempre, pero lo hacía. Y la carpeta naranja y transparente que me dieron con la matrícula de primero, el año de la LOU. Y las paredes de la residencia, cuando todavía se podía y yo vivía en ella. Ahora está el armario lleno de fotos de códices bonitos y de los márgenes florales de las Grandes Horas de Ana de Bretaña. Y a quien sea más freak que yo y me recuerde que no es medieval, decirle que ya lo sé. Por cierto, ese "sólo" cuesta ocho mil euros. Creo que voy a convencer a Jose, o sea, mi no-novio, para hacer una no-boda. Si no le gustan los facsímiles, que se aguante.

Jose, ¿quieres no-casarte conmigo?

¿A alguien le sobran ocho mil euros para hacerme un regalo de cumpleaños?

Si a alguien le sobran veinte mil, el que sí ha sido siempre el sueño de mi vida es La Biblia de San Luis. Mi tutor me puteó tremendamente cuando le dije que quería casarme para que me regalaran un libro con dibujos. ¡Pero es que es tan bonita!

¿En qué encaja todo esto? En que se acabó el amor, cada día puedo confirmarlo un poquito más, y en que mi gran amor siempre han sido los libros. Y que para qué complicarse la vida si una puede soñar tener veinte mil euros (y unos cuantos más, para que no se note la pérdida) y comprarse el facsímil de una biblia que tuvo un rey con muy buen gusto.

Además, hace mucho que no veo un varón heterosexual interesante. Desventajas de las ciudades pequeñas de provincias.






sábado, 21 de marzo de 2009

Vivre sa vie



Ayer vi, por fin, Vivre sa vie del inmenso Jean-Luc Godard y, como todas las películas que llevo mucho tiempo queriendo ver, terminé con la sensación de que, de todos los de mi vida, el día que más podía doler era aquel en que por fin la veía. Fue un dolor positivo, si tal cosa es posible fuera de los sonetos españoles del XVII que tratan de definir eso que habían inventado los trovadores occitanos de la mano del irreverente Guilhém de Peitieus allá en el siglo XII. Pero esa es otra historia. El caso es que la película es terriblemente bella; dolorosamente bella. Y la hostia.



Vivre sa vie es muchas cosas; una de las menores la oda a la belleza de Anna Karina, mujer y musa de Godard y a la que envidio por esto último. Por musa en general: la de musa (de quién sea, de lo que sea) será siempre una de mis vocaciones frustradas. No valgo para musa, al igual que no valgo para prácticamente todo lo demás, pese a que ni yo ni nadie sabemos demasiado bien qué es lo que hay que ser o tener para ser musa de alguien. No me importan los porqués sino el hecho de no serlo, como a Gregor no le importa en absoluto amanecer convertido en escarabajo sino la de cosas que devienen de tan trivial acontecimiento. Y sí soy una persona que se cuestiona los porqués, pero no todos. No soy guapa y no me pregunto los motivos ontológicos por los que no lo soy, sino que convivo con el hecho de que me falta una de esas cosas que, por más que nos empeñemos en negarlo, hacen la vida más fácil. Y no me engaño, sé perfectamente que podría ser igual de guapísima que Anna Karina y destrozarme la vida, pero hay días en que una se levanta con ganas de lamentarse por tonterías. Y rima.



Y hablaba de Vivre sa vie, la última hostia que me he inducido voluntariamente y una de las mejores películas que he visto. La historia de como ser guapa no ayuda a desenvolverse en la vida, sino que puede hacerte caer en picado (no se consuela quien no quiere), entre otras muchas lecturas. La historia de una mujer que abandona marido (en esa época sólo puede ser marido) e hijo por una hipotética carrera en el cine. Y que termina por prostituirse. Y es muchísimo más que eso porque ya decía Sabato que la historia de un joven que mata a una vieja para robar puede ser una mera anécdota en la crónica policial o Crimen y Castigo. Y Godard es Godard...



Y, si bien es una película capaz de destrozarle la vida a cualquiera, a mí sólo me dejó con una sonrisa triste que ojalá pudiera compararse con la de Anna Karina que; además de todo, cantaba, bailaba, pintaba y dicen que escribía. ¡El mundo está fatal repartido!

Queda Nana bailando: uno de esos fragmentos que se pueden ver sin haber visto el resto de la película y que no desvelan nada del argumento en sí mismos.




miércoles, 18 de marzo de 2009

I have longed to move away

I have longed to move away
From the hissing of the spent lie
And the old terrors' continual cry
Growing more terrible as the day
Goes over the hill into the deep sea;
I have longed to move away
From the repetition of salutes,
For there are ghosts in the air
And ghostly echoes on paper,
And the thunder of calls and notes.

I have longed to move away but am afraid;
Some life, yet unspent, might explode
Out of the old lie burning on the ground,
And, crackling into the air, leave me half-blind.
Neither by night's ancient fear,
The parting of hat from hair,
Pursed lips at the receiver,
Shall I fall to death's feather.
By these I would not care to die,
Half convention and half lie.

Dylan Thomas


Mi edición es bilingüe, pero la traducción no termina de convencerme. Traduce lie por patraña y pursed lips por labios en cucurucho. ¡Cucurucho! De cualquier modo, no he encontrado otra mejor (ni peor) en internet.


HE DESEADO APARTARME

He deseado irme lejos
del silbido de la mentira gastada
y el incesante grito de los antiguos terrores
haciéndose más terribles mientras el día
camina sobre la loma hacia el insondable mar;
he deseado irme lejos
de las repeticiones de los saludos,
porque hay fantasmas en el aire
y ecos fantasmales en el papel,
y el trueno de llamadas y notas.

He deseado apartarme pero he sentido miedo;
alguna vida, aún no gastada, podría explotar
saliendo de la patraña antigua que arde sobre los campos,
y, restallando en el aire, dejarme medio ciego,
ni por el terror antiguo de la noche,
sombrero que se aparta del pelo,
labios en cucurucho sobre el receptor,
caeré yo ante el plumaje de la muerte;
por todo esto no me importaría morir,
a medias convención y a medias mentira.

Dylan Thomas


Buenas noches. Viva el insomnio.

domingo, 15 de marzo de 2009

Simplemente imágenes

Hacía tiempo que me gustaba el formato tumblr y había pensado en hacer uno cuando me cerraron el último (¿debería decir penúltimo?; ahora tengo otro) fotolog (lo dejamos en "cuando me cerraron el último fotolog que me cerraron"). Lo que no sabía era lo cómodo y maravilloso que es el sistema para seguir otros tumblrs bonitos (presuponiendo que el propio lo sea), darle a un link y que la foto o lo que quiera que acabe de hacerte feliz aparezca en el propio.

Así que Meryone / Annabel Lee (Meryone es como me llama realmente la gente que me conoce; lo de Annabel Lee surgió con el primer fotolog) tiene página nueva. En pañales, pero tumblr está lleno de fotos lo suficientemente maravillosas como para prometer que pondré bastantes.

Eso sí, de momento no tengo pensado habilitar comentarios. Cualquier cosa a comentar, aquí es bienvenida. No tengo nada contra los offtopics.

Ahí van tres de las primeras imágenes que encontré al empezar a explorar el que ya se llama My kingdom by the sea. Lo de Annabel Lee es por algo.






Marlene, mi Marlene.




Annaïs Nin



Un Vargas que desconocía por completo.

miércoles, 11 de marzo de 2009

La canción húngara que incita al suicidio

Los domingos son días de mierda. Y los lunes. Y los martes. Y los miércoles, los jueves. Incluso los viernes y los sábados.

La Szomorú Vasárnap lo atestigua. La versión anglófona y dulcificada es maravillosa pero no duele.

Esta sí.






Pese a lo que pueda parecer, no estoy especialmente hundida en la miseria. He tomado un par de decisiones importantes y he retomado mi doctorado. Pero hoy es una de esas noches de escuchar compulsivamente las tres versiones (en húngaro; en inglés tengo más pero no me afectan) que tengo. Y de justificar que el contador de reproducciones de mi iTunes las tenga como las tres canciones más escuchadas. Lógico.

sábado, 7 de marzo de 2009

Balthus post pataleta

Ya no soy adolescente hasta mañana (como mínimo). Tuve una pataleta vía blog, pero la voy a borrar ahora mismo.

Para compensar, si es que alguien llegó a leerla, unos cuadros de Balthus que no había dejado todavía. Los cuadros de Balthus pueden compensar casi cualquier cosa. Incluso mis arranques de odio a la ciudad de la adolescencia.











Y, como me gustan mucho y el blog es mío, Teresa con gatito y en escorzo. Otra vez.



jueves, 5 de marzo de 2009

Hans Baldung Grien



















Dado que anoche no dormí y hoy por la mañana apenas y llevo zombie todo el día, en lugar de leer para el TIT tengo derecho a mirar cuadros bonitos. Y a ver terror.

Buenas noches. A ver si es verdad.

P.S. No entiendo por qué, pero las imágenes se ven más pixeladas en un PC que en mi Mac. De cualquier modo, son todas más grandes y, si pincháis para ampliarlas, ya no están pixeladas (misterios de la tecnología, como siempre)

P.S. 2. Y no, no dormí, claro que no dormí.

miércoles, 4 de marzo de 2009

El principio de 2666, de Roberto Bolaño

La primera vez que Jean-Claude Pelletier leyó a Benno von Archimboldi fue en la Navidad de 1980, en París, en donde cursaba estudios universitarios de literatura alemana, a la edad de diecinueve años. El libro en cuestión era D’Arsonval. El joven Pelletier ignoraba entonces que esa novela era parte de una trilogía (compuesta por El jardín, de tema inglés, La máscara de cuero, de tema polaco, así como D’Arsonval era, evidentemente, de tema francés), pero esa ignorancia o ese vacío o esa dejadez bibliográfica, que sólo podía ser achacada a su extrema juventud, no restó un ápice del deslumbramiento y de la admiración que le produjo la novela. A partir de ese día (o de las altas horas nocturnas en que dio por finalizada aquella lectura inaugural) se convirtió en un archimboldiano entusiasta y dio comienzo su peregrinaje en busca de más obras de dicho autor. No fue tarea fácil. Conseguir, aunque fuera en París, libros de Benno von Archimboldi en los años ochenta del siglo XX no era en modo alguno una labor que no entrañara múltiples dificultades. En la biblioteca del departamento de literatura alemana de su universidad no se hallaba casi ninguna referencia sobre Archimboldi. Sus profesores no habían oído hablar de él. Uno de ellos le dijo que su nombre le sonaba de algo. Con furor (con espanto) Pelletier descubrió al cabo de diez minutos que lo que le sonaba a su profesor era el pintor italiano, hacia el cual, por otra parte, su ignorancia también se extendía de forma olímpica. Escribió a la editorial de Hamburgo que había publicado D’Arsonval y jamás recibió respuesta. Recorrió, asimismo, las pocas librerías alemanas que pudo encontrar en París. El nombre de Archimboldi parecía en un diccionario sobre literatura alemana y en una revista belga dedicada, nunca supo si en roma o en serio, a la literatura prusiana. En 1981 viajó, junto con tres amigos de facultad, por Baviera y allí, en una pequeña librería de Munich, en Voralmstrasse, encontró otros dos libros, el delgado tomo de menos de cien páginas titulado El tesoro de Mitzi y el ya mencionado El jardín, la novela inglesa. La lectura de estos dos nuevos libros contribuyó a fortalecer la opinión que ya tenía de Archimboldi. En 1983, a los veintidós años, dio comienzo a la tarea de traducir D’Arsonval. Nadie le pidió que lo hiciera. No había entonces ninguna editorial francesa interesada en publicar a ese alemán de nombre extraño. Pelletier empezó a traducirlo básicamente porque le gustaba, porque era feliz haciéndolo, aunque también pensó que podía presentar esa traducción, precedida por un estudio sobre la obra archimboldiana, como tesis y, quién sabe, como primera piedra de su futuro doctorado.

Acabó la versión definitiva de la traducción en 1984 y una editorial parisina, tras algunas vacilantes y contradictorias lecturas, la aceptó y publicaron a Archimboldi, cuya novela, destinada a priori a no superar la cifra de mil ejemplares vendidos, agotó tras un par de reseñas contradictorias, positivas, incluso excesivas, los tres mil ejemplares de tirada abriendo las puertas de una segunda y tercera y cuarta edición.

Para entonces Pelletier ya había leído quince libros del autor alemán, había traducido otros dos, y era considerado, casi unánimemente, el mayor especialista sobre Benno von Archimboldi que había a lo largo y ancho de Francia.

Entonces Pelletier pudo recordar el día en que leyó por primera vez a Archimboldi y se vio a sí mismo, joven y pobre, viviendo en una chambre de bonne, compartiendo el lavamanos, en donde se lavaba la cara y los dientes, con otras quince personas que habitaban la oscura buhardilla, cagando en un horrible y poco higiénico baño que nada tenía de baño sino más bien de retrete o pozo séptico, compartido igualmente con los quince residentes de la buhardilla, algunos de los cuales ya habían retornado a provincias, provistos de su correspondiente título universitario, o bien se habían mudado a lugares un poco más confortables en el mismo París, o bien, unos pocos, seguían allí, vegetando o muriéndose lentamente de asco.

Se vio, como queda dicho, a sí mismo, ascético e inclinado sobre sus diccionarios alemanes, iluminado por una débil bombilla, flaco y recalcitrante, como si todo él fuera voluntad hecha carne, huesos y músculos, nada de grasa, fanático y decidido a llegar a buen puerto, en fin, una imagen bastante normal de estudiante en la capital pero que obró en él como una droga, una droga que lo hizo llorar, una droga que abrió, como dijo un cursi poeta holandés del siglo XIX, las esclusas de la emoción y de algo que a primera vista parecía autoconmiseración pero que no lo era (¿qué era, entonces?, ¿rabia?, probablemente), y que lo llevó a pensar y a repensar, pero no con palabras sino con imágenes dolientes, su período de aprendizaje juvenil, y que tras una larga noche tal vez inútil forzó en su mente dos conclusiones: la primera, que la vida tal como la había vivido hasta entonces se había acabado; la segunda, que una brillante carrera se abría delante de él y que para que ésta no perdiera el brillo debía conservar, como único recuerdo de aquella buhardilla, su voluntad. La tarea no le pareció difícil.

Jean-Claude Pelletier nació en 1961 y en 1986 era ya catedrático de alemán en París. Piero Morini nació en 1956, en un pueblo cercano a Nápoles, y aunque leyó por primera vez a Benno von Archimboldi en 1976, es decir cuatro años antes que Pelletier, no sería sino hasta 1988 cuando tradujo su primera novela del autor alemán, Bifurcaria bifurcata, que pasó por las librerías italianas con más pena que gloria.

La situación de Archimboldi en Italia, esto hay que remarcarlo, era bien distinta que en Francia. De hecho, Morini no fue el primer traductor que tuvo. Es más, la primera novela de Archimboldi que cayó en manos de Morini fue una traducción de La máscara de cuero hecha por un tal Colossimo para Einaudi en el año 1969. Después de La máscara de cuero en Italia se publicó Ríos de Europa, en 1971, Herencia, en 1973, y La perfección ferroviaria en 1975, y antes se había publicado, en una editorial romana, en 1964, una selección de cuentos en donde no escaseaban las historias de guerra, titulada Los bajos fondos de Berlín. De modo que podría decirse que Archimboldi no era un completo desconocido en Italia, aunque tampoco podía decirse que fuera un autor de éxito o de mediano éxito o de escaso éxito sino más bien de nulo éxito, cuyos libros envejecían en los anaqueles más mohosos de las librerías o se saldaban o eran olvidados en los almacenes de las editoriales antes de ser guillotinados.

Morini, por supuesto, no se arredró ante las pocas expectativas que provocaba en el público italiano la obra de Archimboldi y después de traducir Bifurcaria bifurcata dio a una revista de Milán y a otra de Palermo sendos estudios archimboldianos, uno sobre el destino en La perfección ferroviaria y otro sobre los múltiples disfraces de la conciencia y la culpa en Letea, una novela de apariencia erótica, y en Bitzius, una novelita de menos de cien páginas, similar en cierto modo a El tesoro de Mitzi, el libro que Pelletier encontró en una vieja librería muniquesa, y cuyo argumento se centraba en la vida de Albert Bitzius, pastor de Lützelflüh, en el cantón de Berna, y autor de sermones, además de escritor bajo el seudónimo de Jeremias Gotthelf. Ambos ensayos fueron publicados y la elocuencia o el poder de seducción desplegado por Morini al presentar la figura de Archimboldi derribaron los obstáculos y en 1991 una segunda traducción de Piero Morini, esta vez de Santo Tomás, vio la luz en Italia. Por aquella época Morini trabajaba dando clases de literatura alemana en la Universidad de Turín y ya los médicos le habían detectado una esclerosis múltiple y ya había sufrido un aparatoso y extraño accidente que lo había atado para siempre a una silla de ruedas.

Manuel Espinoza llegó a Archimboldi por otros caminos. Más joven que Morini y que Pelletier, Espinoza no estudió, al menos durante los dos primeros años de su carrera universitaria, filología alemana sino filología española, entre otras tristes razones porque Espinoza soñaba con ser escritor. De la literatura alemana sólo conocía (y mal) a tres clásicos, Hölderlin, porque a los dieciséis años creyó que su destino estaba en la poesía y devoraba todos los libros de poesía a su alcance, Goethe, porque en el último año del instituto un profesor humorista le recomendó que leyera Werther, en donde encontraría un alma gemela, y Schiller, del que había leído una obra de teatro. Después frecuentaría la obra de un autor moderno, Jünger, más que nada por simbiosis, pues los escritores madrileños a los que admiraba y, en el fondo, odiaba con toda su alma hablaban de Jünger sin parar. Así que se puede decir que Espinoza sólo conocía a un autor alemán y ese autor era Jünger. Al principio, la obra de éste le pareció magnífica, y como gran parte de sus libros estaban traducidos al español, Espinoza no tuvo problemas en encontrarlos y leerlos todos. A él le hubiera gustado que no fuera tan fácil. La gente a la que frecuentaba, por otra parte, no sólo eran devotos de Jünger sino que algunos de ellos también eran sus traductores, algo que a Espinoza le traía sin cuidado, pues el brillo que él codiciaba no era el del traductor sino el del escritor.

El paso de los meses y de los años, que suele ser callado y cruel, le trajo algunas desgracias que hicieron variar sus opiniones. No tardó, por ejemplo, en descubrir que el grupo de jungerianos no era tan jungeriano como él había creído sino que, como todo grupo literario, estaba sujeto al cambio de las estaciones, y en otoño, efectivamente, eran jungerianos, pero en invierno se transformaban abruptamente en barojianos, y en primavera en orteguianos, y en verano incluso abandonaban el bar donde se reunían para salir a la calle a entonar versos bucólicos en honor de Camilo José Cela, algo que el joven Espinoza, que en el fondo era un patriota, hubiera estado dispuesto a aceptar sin reservas de haber habido un espíritu más jovial, más carnavalesco en tales manifestaciones, pero que en modo alguno podía tomarse tan en serio como se lo tomaban los jungerianos espurios.

Más grave fue descubrir la opinión que sus propios ensayos narrativos suscitaban en el grupo, una opinión tan mala que en alguna ocasión, durante una noche en vela, por ejemplo, se llegó a preguntar seriamente si esa gente no le estaba pidiendo entre líneas que se fuera, que dejara de molestarlos, que no volviera más.

Y aún más grave fue cuando Jünger en persona apareció por Madrid y el grupo de los jungerianos le organizó una visita a El Escorial, extraño capricho del maestro, visitar El Escorial, y cuando Espinoza quiso sumarse a la expedición, en el rol que fuera, este honor le fue denegado, como si los jungerianos simuladores no le consideraran con méritos suficientes como para formar parte de la guardia de corps del alemán o como si temieran que él, Espinoza, pudiera dejarlos mal parados con alguna salida de jovenzuelo abstruso, aunque la explicación oficial que se le dio (puede que dictada por un impulso piadoso) fue que él no sabía alemán y todos los que se iban de picnic con Jünger sí lo sabían.

Ahí se acabó la historia de Espinoza con los jungerianos. Y ahí empezó la soledad y la lluvia (o el temporal) de propósitos a menudo contradictorios o imposibles de realizar. No fueron noches cómodas ni mucho menos placenteras, pero Espinoza descubrió dos cosas que lo ayudaron mucho en los primeros días: jamás sería un narrador y, a su manera, era un joven valiente.

También descubrió que era un joven rencoroso y que estaba lleno de resentimiento, que supuraba resentimiento, y que no le hubiera costado nada matar a alguien, a quien fuera, con tal de aliviar la soledad y la lluvia y el frío de Madrid, pero este descubrimiento prefirió dejarlo en la oscuridad y centrarse en su aceptación de que jamás sería un escritor y sacarle todo el partido del mundo a su recién exhumado valor.

Siguió, pues, en la universidad, estudiando filología española, pero al mismo tiempo se matriculó en filología alemana. Dormía entre cuatro y cinco horas diarias y el resto del día lo invertía en estudiar. Antes de terminar filología alemana escribió un ensayo de veinte páginas sobre la relación entre Werther y la música, que fue publicado en una revista literaria madrileña y en una revista universitaria de Gottingen. A los veinticinco años había terminado ambas carreras. En 1990, alcanzó el doctorado en literatura alemana con un trabajo sobre Benno von Archimboldi que una editorial barcelonesa publicaría un año después. Para entonces Espinoza era un habitual de congresos y mesas redondas sobre literatura alemana. Su dominio de esta lengua era si no excelente, más que pasable. También hablaba inglés y francés. Como Morini y Pelletier, tenía un buen trabajo y unos ingresos considerables y era respetado (hasta donde esto es posible) tanto por sus estudiantes como por sus colegas. Nunca tradujo a Archimboldi ni a ningún otro autor alemán.

Aparte de Archimboldi una cosa tenían en común Morini, Pelletier y Espinoza. Los tres poseían una voluntad de hierro. En realidad, otra cosa más tenían en común, pero de esto hablaremos más tarde. Liz Norton, por el contrario, no era lo que comúnmente se llama una mujer con una gran voluntad, es decir no se trazaba planes a medio o largo plazo ni ponía en juego todas sus energías para conseguirlos. Estaba exenta de los atributos de la voluntad. Cuando sufría el dolor fácilmente se traslucía y cuando era feliz la felicidad que experimentaba se volvía contagiosa. Era incapaz de trazar con claridad una meta determinada y de mantener una continuidad en la acción que la llevara a coronar esa meta. Ninguna meta, por lo demás, era lo suficientemente apetecible o deseada como para que ella se comprometiera totalmente con ésta. La expresión «lograr un fin», aplicada a algo personal, le parecía una trampa llena de mezquindad. A «lograr un fin» anteponía la palabra «vivir» y en raras ocasiones la palabra «felicidad». Si la voluntad se relaciona con una exigencia social, como creía William James, y por lo tanto es más fácil ir a la guerra que dejar de fumar, de Liz Norton se podía decir que era una mujer a la que le resultaba más fácil dejar de fumar que ir a la guerra.

Una vez, en la universidad, alguien se lo dijo, y a ella le encantó, aunque no por ello se puso a leer a William James, ni antes ni después ni nunca. Para ella la lectura estaba relacionada directamente con el placer y no directamente con el conocimiento o con los enigmas o con las construcciones y laberintos verbales, como creían Morini, Espinoza y Pelletier. Su descubrimiento de Archimboldi fue el menos traumático o poético de todos. Durante los tres meses que vivió en Berlín, en 1988, a la edad de veinte años, un amigo alemán le prestó una novela de un autor que ella desconocía. El nombre le causó extrañeza, ¿cómo era posible, le preguntó a su amigo, que existiera un escritor alemán que se apellidara como un italiano y que sin embargo tuviera el von, indicativo de cierta nobleza, precediendo al nombre? El amigo alemán no supo qué contestarle. Probablemente era un seudónimo, le dijo. Y también añadió, para sumar más extrañeza a la extrañeza inicial, que en Alemania no eran comunes los nombres propios masculinos terminados en vocal. Los nombres propios femeninos sí. Pero los nombres propios masculinos ciertamente no. La novela era La ciega y le gustó, pero no hasta el grado de salir corriendo a una librería a comprar el resto de la obra de Benno von Archimboldi.

Cinco meses después, ya instalada otra vez en Inglaterra, Liz Norton recibió por correo un regalo de su amigo alemán. Se trataba, como es fácil adivinar, de otra novela de Archimboldi. La leyó, le gustó, buscó en la biblioteca de su college más libros del alemán de nombre italiano y encontró dos: uno de ellos era el que ya había leído en Berlín, el otro era Bitzius. La lectura de este último sí que la hizo salir corriendo. En el patio cuadriculado llovía, el cielo cuadriculado parecía el rictus de un robot o de un dios hecho a nuestra semejanza, en el pasto del parque las oblicuas gotas de lluvia se deslizaban hacia abajo pero lo mismo hubiera significado que se deslizaran hacia arriba, después las oblicuas (gotas) se convertían en circulares (gotas) que eran tragadas por la tierra que sostenía el pasto, el pasto y la tierra parecían hablar, no, hablar no, discutir, y sus palabras ininteligibles eran como telarañas cristalizadas o brevísimos vómitos cristalizados, un crujido apenas audible, como si Norton en lugar de té aquella tarde hubiera bebido una infusión de peyote.

Pero la verdad es que sólo había bebido té y que se sentía abrumada, como si una voz le hubiera repetido en el oído una oración terrible, cuyas palabras se fueron desdibujando a medida que se alejaba del college y la lluvia le mojaba la falda gris y las rodillas huesudas y los hermosos tobillos y poca cosa más, pues Liz Norton antes de salir corriendo a través del parque no había olvidado coger su paraguas.


2666, Roberto Bolaño


Mientras incineraban a mi madre todos los periódicos contaban que se moría un tal Roberto Bolaño, al que yo no había leído nunca. Y hablaban de una obra maestra inacabada.

A mí, que hacía días que tenía veinte años y no tenía madre (cinco más de lo primero que de lo segundo), poco me interesaba (fue la única vez en mi vida, lo juro) que una obra maestra de un escritor que no conocía quedara inacabada. Se podía ir a la mierda toda la literatura universal (y la literatura será siempre mi gran y único amor) con tal de que me devolvieran a mi madre. Aún digo más: podía llevarse con ella al cine, a la música, a la pintura. De la mano todas juntas al infierno. Por primera vez en mi vida, con todo lo descastada que había (que he) sido siempre, quería estar con mi mamá antes de hacer cualquier otra cosa. Y mi mamá ya no estaba.

Este verano, cinco años después, por fin empecé a leer a Bolaño. Desordenadamente, solapando unos libros con otros y con otros de otros autores. Con otros cuentos y otros poemas. Una suerte de lectura global, leer a Bolaño todo él y no sus obras. Cinco años después, descubro que amo a Bolaño y me pregunto por qué no lo había leído antes. Antes de que muriera, quiero decir.

Pese a ello, no puedo evitar la magdalena de Proust y volver a estar en la sala en la que todos los periódicos se dolían de la obra inacabada del escritor moribundo. Y sigo sin entender cómo fuimos capaces de abrir un periódico y leer.

No recuerdo qué libro leía cuando murió mi madre, pero sí recuerdo que todos los periódicos hablaban de un escritor que moría y al que no había leído. Un escritor que se cuenta desde hace meses entre mis favoritos.

domingo, 1 de marzo de 2009

A paixão dos suicidas que se matam sem explicação


O último poema

Assim eu quereria o meu último poema.
Que fosse terno dizendo as coisas mais simples e menos intencionais
Que fosse ardente como um soluço sem lágrimas
Que tivesse a beleza das flores quase sem perfume
A pureza da chama em que se consomem os diamantes mais límpidos
A paixão dos suicidas que se matam sem explicação.

Manuel Bandeira

Con un alarde de originalidad sublime, pongo también su "Poética" (para quienes no conozcan a Manuel Bandeira, lo normal es conocer sólo estos dos: es lo mismo que el "Romance sonámbulo" y el "Romance de la luna, luna" de Lorca)

Poética

Estou farto do lirismo comedido
Do lirismo bem comportado
Do lirismo funcionário público com livro de ponto expediente
protocolo e manifestações de apreço ao Sr. Diretor.
Estou farto do lirismo que pára e vai averiguar no dicionário o
cunho vernáculo de um vocábulo.
Abaixo os puristas

Todas as palavras sobretudo os barbarismos universais
Todas as construções sobretudo as sintaxes de excepção
Todos os ritmos sobretudo os inumeráveis

Estou farto do lirismo namorador
Político
Raquítico
Sifilítico
De todo lirismo que capitula ao que quer que seja fora
de si mesmo
De resto não é lirismo
Será contabilidade tabela de co-senos secretário
do amante exemplar com cem modelos de cartas
e as diferentes maneiras de agradar às mulheres, etc.

Quero antes o lirismo dos loucos
O lirismo dos bêbados
O lirismo difícil e pungente dos bêbedos
O lirismo dos clowns de Shakespeare

- Não quero mais saber do lirismo que não é libertação.

Manuel Bandeira


Aquí "El último poema" y aquí "Poética"