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miércoles, 2 de julio de 2014

Armadillo

Una, que es intensita, usa siempre la misma metáfora sobre el armadillo ("mi animal totémico", dice, porque también es cursi). El armadillo, según este cuento de Kipling, nace cuando la tortuga intenta hacerse una bola y el erizo tener caparazón para engañar al jaguar, que intentaría por todos los medios poner cualquiera de los dos boca abajo para abrirles la barriga de un zarpazo. Podría buscar el libro donde viene, que se llama Sólo cuentos (para niños) y decir exactamente con qué edad lo leí, pero era muy pequeña. La cuestión es que hace unos años, cuando estaba mal, mal, mal por da igual qué cosa relativa a quién, empecé a contar que era como un armadillo, encerrada en mi bolita y que de vez en cuando me ponía boca arriba con la barriguita blanda y débil (la barriguita del armadillo, la mía no es -ita) expuesta, pese al riesgo de recibir un zarpazo. Normalmente la gente a la que te muestras en toda tu vulnerabilidad no aprovecha para pegarte el zarpazo, pero siempre hay alguno que sí que lo hace. Y otros a quienes tienes que explicarles que el despliegue es para que, por favor, te acaricien, despacito. Que te pueden pegar, pero sin matarte, sin abrirte la barriguita en canal. Que no quieres vivir dentro de un caparazón ni tras un muro pero que no tienes términos medios y que o enseñas todo o te repliegas; o pones barreras o das facilidades para que te lastimen.

El sistema, que una es práctica  a su manera, tiene sus ventajas: una de las no menos importantes es que sabes más o menos rápido quién te va a hacer daño y por dónde (ah, las facilidades se las has dado tú) pero, sobre todo, quién no, nunca. O casi. Y a veces falla, te haces una bolita durante años, te arrastras lo que puedes cuando no estás rodando y esperas a que se pase. La bolita es cómoda y calentita: se puede leer dentro de ella (se lee mucho cuando uno está hecho una bolita o se ve Buffy completa), tiene una acústica envidiable en la que no entra el ruído de fuera y se puede asomar la cabecita fuera el tiempo suficiente para que la mayor parte de la gente no note nada.

Y una es también de natural abierto y tiende más a quedarse desprotegida, por lo que lo de poder cerrarse por completo en un abrir y cerrar de ojos no es tampoco una ventaja desdeñable.

Pero tiene una desventaja importante e innegable: uno cuando pasa mucho tiempo en su caparazoncito esférico (no sé si logro transmitir lo fascinante que me resulta lo de poder rodar sin salir del caparazón-burbuja, si no quieres vivir), se afila las garritas. Y hasta un zarpazo de armadillo hace daño.

domingo, 17 de febrero de 2013

Sí, he vuelto

Hace más de un año, en algo que parece otra vida después de la vida en Santiago que parece que haya vivido otra persona, en clase de francés, se hablaba de si era factible hacer amigos por internet. La mayor parte de mis compañeras de clase de francés eran au pairs más jóvenes que yo, casi todas germanófonas y me odiaban un poco porque de los dos machos de la clase, uno me hablaba por español y otro, que era suizo (alemán), se sentaba siempre conmigo y daba para unos hilarantes diálogos sobre l'amour y etc, temas preferidos de la profesora y el libro de texto. Odio eterno de las germanófonas que no entendían como yo, con mis pelos de loca, mi pésima fonética, mis tres mil kilos de más y mi encanto natural acaparábamos la atención del hombre con quien compartíamos (no es plural mayestático: incluyo los pelos, la fonética, los kilos, el encanto, etc) idioma y aquel (más alto, más joven, más rubio, con más pelo en la cabeza -difícil en un suizo que calvos no, pero tienen cuatro pelos- y menos pestañas) con quien lo compartían ellas. Que también me llevara bien con la canadiense les molestaba menos porque debían ser todas heterosexuales. 

El caso es que el día de la conversación de internet y los amigos, los chicos (y seguro que alguna germanófona -para mí eran intercambiables casi todas menos un par más simpáticas y otro par más odiosas y la suiza alemana-) no estaban y yo era, con mi pésima fonética y más que terrible gramática (que hacía que la profesora no me entendiera y las germanófonas aplicadas me odiaran porque cómo podía ser, hablando tan mal, que mi nivel de comprensión las cuatriplicara siendo generosa (para con ellas), la única que defendía la posibilidad de hacer amigos, de los de verdad, por internet y ellas las que decían que no, que internet estaba muy bien para comunicarse con los amigos con los que uno podría tomarse unas cañas pero en vez de eso, se queda en casa mirando la pantalla (esa lectura la hago yo, que soy mala) o con los que uno ha dejado lejos para irse de au pair a Suiza. Que también. Eso dicen. Yo lo hacía, a veces. Pero también he sacado, de aquí, gente con la que llevo hablando día a día, más de tres años. Y no quiero señalar a nadie que sea mexicano y con quien mantenga una bellísima historia de no-amor por no hablar de una aún más bella amistad y que me aguanta como me ha aguantado poca gente en la vida y a quien quiero como a poca gente de dentro y de fuera de la pantalla. 

Hay gente que lleva cinco años en mi vida virtual, entrando y saliendo según la presencia que tengamos ambos en las redes sociales en las que nos leemos, hay gente que ha salido de la pantalla, gente que me ha contado sus penas (y sus alegrías), gente a la que se las he contado yo y etc. 

Y luego está Juan Antonio, que además de proporcionarme una deliciosa comunicación epistolar todos estos años (con lagunas, pero todos estos años), ha escrito esto:

http://juanantoniobj.blogspot.com.es/2013/02/sepanlo-todos-meryone-ha-vuelto.html

Y a mí me ha encantado. 

Mis germanófonas de clase de francés no habrían hecho amigos por internet y dudo que sigan siendo amigas entre ellas pero, pues ellas se lo pierden.

Ni idea de qué fue del suizo alemán ni del frontalier que venían conmigo a clase: yo estaba demasiado ocupada haciendo amigos reales en la órbita de Ginebra y virtuales allá por México. 

Sean buenos. Sí, estoy en Ferrol. 

domingo, 10 de junio de 2012

El capítulo V de Las uvas de la ira

Los propietarios de las tierras o, con mayor frecuencia, un portavoz de los propietarios, iban a las tierras. Llegaban en coches cerrados y palpaban el polvo seco con los dedos, y algunas veces perforaban el suelo con grandes taladros para analizarlo. Los arrendatarios, desde los patios castigados por el sol, miraban inquietos mientras los coches cerrados avanzaban sobre los campos. Y al fin los representantes de los dueños entraban en los patios y permanecían sentados en los coches para hablar por las ventanillas. Los arrendatarios estaban un rato de pie junto a los coches y luego se agachaban en cuclillas y cogían palitos con los que dibujar en el polvo.

Las mujeres miraban desde las puertas abiertas y detrás de ellas los niños, niños de cabeza de maíz, los ojos de par en par, un pie descalzo encima del otro y los dedos de los pies en movimiento. Las mujeres y los niños miraban a los hombres hablar con los propietarios y callaban. 

Algunos portavoces eran amables porque detestaban lo que tenían que hacer, otros estaban enfadados porque no querían ser crueles, y aun otros se mostraban fríos, porque habían descubierto hacía ya mucho tiempo que no se puede ser propietario si no se es frío. Y todos se sentían atrapados en algo que les sobrepasaba. Unos despreciaban las matemáticas a las que debían obedecer, otros tenían miedo, y aun otros adoraban las matemáticas porque podían refugiarse en ellas de las ideas y los sentimientos. Si un banco o una compañía financiera eran dueños de las tierras, el enviado decía: el Banco, o la Compañía, necesita, quiere, insiste, ebe recibir, como si el banco o la compañía fuera un monstruo con capacidad para pensar y sentir, que les hubiera atrapado. Ellos no asumían la responsabilidad por los bancos o las compañías porque eran hombres y esclavos, mientras que los bancos eran máquinas y amos, todo al mismo tiempo. Algunos de los enviados estaban algo orgullosos de ser los esclavos de señores tan fríos y poderosos. Se quedaban sentados en los coches y daban explicaciones. Sabes que la tierra es pobre. Ya has escarbado en ella lo suficiente, Dios lo sabe. 

Los arrendatarios, en cuclillas, asentían, pensaban y hacían dibujos en el polvo y, sí, lo sabían, Dios lo sabe. Ojalá el polvo no volara. Si sólo la capa superior no volara... 

Los hombres de los propietarios tenían una idea fija: Sabes que la tierra se está empobreciendo. Sabes lo que el algodón le hace a la tierra: la despoja de todo, la desangra. 

Los hombres en cuclillas asentían, lo sabían, Dios lo sabía. Si pudieran alternar cosechas podrían bombear sangre nueva en la tierra. 

Bueno, es demasiado tarde. Y los enviados explicaban el mecanismo y el razonamiento del monstruo que era más fuerte que ellos. Un hombre puede conservar la tierra si consigue comer y pagar la renta: lo puede hacer. 

Sí, puede hacerlo hasta que un día pierde la cosecha y se ve obligado a pedir dinero prestado al banco. 

Pero, entiendes, un banco o una compañía no lo pueden hacer porque esos bichos no respiran aire, no comen carne. Respiran beneficios, se alimentan de los intereses del dinero. Si no tienen esto mueren, igual que tú mueres sin aire, sin carne. Es triste pero es así. Sencillamente es así. 

Los hombres acuclillados levantaban los ojos intentando comprender. ¿No podemos quedarnos? Quizá el año próximo sea un buen año. Dios sabe cuánto algodón habrá el año que viene. Y con todas las guerras, Dios sabe qué precio alcanzará el algodón. ¿No fabrican explosivos con el algodón? ¿No hacen uniformes? Con las guerras suficientes, el algodón irá por las nubes: El año próximo, tal vez. Miraban hacia arriba interrogantes. 

No podemos depender de eso. El banco, el monstruo necesita obtener beneficios continuamente. No puede esperar, morirá. No, la renta debe pagarse. El monstruo muere cuando deja de crecer. No puede dejar de crecer. 

Los dedos suaves empezaban a dar golpecitos en la ventana del coche y los dedos endurecidos apretaban con más fuerza los palitos que no cesaban de hacer dibujos. En las puertas de las casas castigadas por el sol las mujeres suspiraban y después cambiaban de pie, de modo que el que había estado debajo ahora estaba encima, y los dedos en movimiento. Los perros se acercaban a los coches de los dueños olfateando y meaban en los cuatro neumáticos, uno detrás de otro. Los pollos se tendían en la tierra soleada y ahuecaban las plumas para que el polvo limpiador llegara hasta la piel. En las pequeñas pocilgas los cerdos gruñían inquisitivamente sobre los restos fangosos de su bazofia. 

Los hombres en cuclillas volvían a bajar la vista. ¿Qué quieren que hagamos? No podemos quedarnos con una parte menor de la cosecha, ya estamos medio muertos de hambre. Los niños están hambrientos todo el tiempo. No tenemos ropa, la que llevamos está rota y en jirones. Si no fuera porque todos los vecinos están igual, nos daría vergüenza ir a las reuniones. 

Y por fin los enviados llegaban al fondo de la cuestión. El sistema de arrendamiento ya no funciona. Un hombre con un tractor puede sustituir a doce o catorce familias. Se le paga un sueldo y se queda uno con toda la cosecha. Lo tenemos que hacer. No nos gusta, pero el monstruo está enfermo. Algo le ha sucedido al monstruo. 

Pero van a matar la tierra con el algodón. 

Lo sabemos. Tenemos que obtener el algodón rápidamente antes de que la tierra muera. Entonces la venderemos. A montones de familias del este les gustará poseer un trozo de tierra. 

Los arrendatarios levantaban la vista alarmados. Pero ¿qué pasa con nosotros? ¿Cómo vamos a comer? 

Os tendréis que ir de las tierras. Los arados saldrán por los portones. 

Entonces los hombres acuclillados se erguían airados. El abuelo se cogió la tierra y tuvo que matar indios para que se fueran. Y Padre nació aquí y arrancó las malas hierbas y mató serpientes. Luego vino un mal año y tuvo que pedir prestado algo de dinero. Y nosotros nacimos aquí. Los que están en la puerta, nuestros hijos, nacieron aquí. Y Padre tuvo que pedir dinero prestado. Entonces el banco se apropió de la tierra, pero nos quedamos y conservamos una pequeña parte de la cosecha. 

Ya lo sabemos, todo eso lo sabemos. No somos nosotros, es el banco. Un banco no es como un hombre, el propietario de cincuenta mil acres tampoco es como un hombre: es el monstruo. 

Sí, claro, gritaban los arrendatarios, pero es nuestra tierra. Nosotros la medimos y la dividimos. Nacimos en ella, nos mataron aquí, morimos aquí. Aunque no sea buena sigue siendo nuestra. Esto es lo que la hace nuestra: nacer, trabajar, morir en ella. Esto es lo que da la propiedad, no un papel con números. 

Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es como un hombre. 

Sí, pero el banco no está hecho más que de hombres. 

No, estás equivocado, estás muy equivocado. El banco es algo más que hombres. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aún así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el 
monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar. 

Los arrendatarios gritaron: 

—El abuelo mató indios, Padre mató serpientes, por la tierra. Quizá nosotros podamos matar blancos, que son peores que los indios y las serpientes. Quizá tengamos que matar para conservar la tierra, igual que hicieron Padre y el abuelo. 

Y ahora los hombres de los propietarios se encolerizaron. 

Os tendréis que ir. 

Pero es nuestra, gritaron los arrendatarios. Nosotros... 

No. El banco, el monstruo es el propietario. Os tenéis que ir. 

Sacaremos nuestras armas, como hizo el abuelo cuando vinieron los indios ¿Y entonces qué? 

Bueno, primero el sheriff, después las tropas. Si intentáis quedaros estaréis robando, seréis asesinos si matáis para quedaros. El monstruo no está hecho de hombres, pero puede hacer que los hombres hagan lo que él desea. Pero si nos vamos, ¿dónde vamos a ir? ¿Cómo nos vamos a ir? No tenemos dinero. 

Lo sentimos —dijeron los enviados—. El banco, el propietario de cincuenta mil acres no se hace responsable. Estáis en una tierra que no os pertenece. Una vez que la dejéis, a lo mejor podréis recoger algodón en el otoño. Quizá podáis vivir del auxilio social. ¿Por qué no vais hacia el oeste, a California? Allí hay trabajo y nunca hace frío. Allí te basta con alargar la mano y ya tienes una naranja, siempre hay alguna cosecha que recoger. ¿Por qué no vais allí? Y los representantes de los propietarios arrancaron los coches y se alejaron. 

Los arrendatarios volvieron a agacharse en cuclillas para dibujar en el polvo con un palito, para pensar, para reflexionar. Sus rostros quemados por el sol eran oscuros; sus ojos azotados por el sol eran claros. Las mujeres salieron cautelosamente y se acercaron a sus hombres y los niños salieron prudentes detrás de ellas, dispuestos a echar a correr. Los chicos mayores se acuclillaban junto a sus padres, porque eso les convertía en hombres. Después de un rato, las mujeres preguntaron: ¿qué quería? 

Y los hombres levantaron un instante la vista con un dolor latente grabado en los ojos. Nos tenemos que marchar. Van a traer un tractor y un capataz. Como en las fábricas. 

¿Dónde vamos a ir?, preguntaron las mujeres.  

No lo sabemos. No lo sabemos. 

Y las mujeres volvieron rápidas y en silencio a las casas con los niños agrupados delante de ellas. Sabían que un hombre tan dolido y perplejo puede revolverse encolerizado, incluso contra personas a las que quiere. Dejaron a los 
hombres calcular y pensar, en el polvo, solos. 

Pasado un rato quizá el arrendatario miró a su alrededor: la bomba instalada hace diez años con el asa en forma de cuello de ganso y flores de hierro en el caño; el tajo en el que habían sido decapitados un millar de pollos; el arado manual en el cobertizo y el pesebre abierto colgado de las vigas. 

En las casas, los niños se apiñaron en torno a las mujeres. 

¿Qué vamos a hacer, Madre? ¿Dónde vamos a ir? 

Las mujeres respondieron: 

Aún no lo sabemos. Salid fuera a jugar. Pero no os acerquéis a vuestro padre, que a lo mejor os zurra. 

Las mujeres siguieron trabajando, pero sin dejar de mirar a los hombres acuclillados en el polvo, perplejos y pensativos. 

Los tractores vinieron por las carreteras hasta llegar a los campos, igual que orugas, como insectos, con la fuerza increíble de los insectos. Reptaron sobre la tierra, abriendo camino, avanzando por sus huellas, volviendo a pasar sobre ellas. Tractores Diesel que parecían no servir para nada mientras estaban en reposo y tronaban al moverse, para estabilizarse después en un ronroneo. Monstruos de nariz chata que levantaban el polvo revolviéndolo con el hocico, recorrían en línea recta el campo, atravesándolo, a través de las cercas y de los portones, cayendo y saliendo de los barrancos sin modificar la dirección. No corrían sobre el suelo, sino sobre sus propias huellas, sin hacer caso de las colinas, los barrancos, los arroyos, las cercas, ni las casas. 

El hombre sentado en el asiento de hierro no parecía humano: con guantes, gafas, una máscara de goma sobre la nariz y la boca para protegerse del polvo, no era más que una parte del monstruo, un robot sentado. El trueno de los cilindros retumbaba por los campos hasta ser uno con el aire y la tierra, de modo que éstos murmuraban con vibraciones simpáticas. El conductor no podía controlarlo; atravesaba el campo en derechura invadiendo una docena de fincas y regresando en línea recta. Un giro de los mandos podría desviar la oruga, pero las manos del conductor no podían darles el giro porque el monstruo que había construido el tractor, que le había mandado salir se había introducido de alguna manera en las manos del conductor, en su cerebro y en sus músculos, le había puesto gafas y amordazado, unas gafas en la mente y la percepción, una mordaza en el habla y la protesta. No podía ver la tierra tal como era, ni olerla tal como olía, no podía pisar los terrones o sentir el calor y la fuerza de la tierra. Sentado en un asiento de hierro pisaba pedales de hierro. No podía aclamar, golpear, maldecir ni animar a esa extensión de su poder y por eso mismo tampoco podía aclamarse, golpearse, maldecirse o animarse a sí mismo. No conocía la tierra, no la poseía, no confiaba en ella ni le imploraba. No tenía la menor importancia que una semilla plantada no germinase. El que la joven planta pugnando por crecer se agostara en la sequía o se ahogara en una lluvia torrencial le era tan indiferente al conductor como al tractor. 

No sentía más cariño por la tierra que el que pudiera sentir el banco. Podía admirar el tractor: sus superficies de máquina, sus oleadas de potencia, el rugido de sus cilindros detonantes; pero el tractor no era suyo. Tras el tractor rodaban los discos brillantes que cortaban la tierra con las cuchillas; aquello no era arar, sino una especie de cirugía: la tierra extraída era empujada hacia la derecha, donde la segunda fila de discos la deshacía y la volvía a empujar a la izquierda; cuchillas cortantes que brillaban pulidas por la tierra lacerada. Y, arrastrados tras los discos, llegaban las gradas con sus peines de hierro, deshaciendo los terrones hasta que la tierra quedaba nivelada. Después de las gradas entraban en escena las grandes sembradoras, doce penes curvos de hierro, erectos en la fundición, cuyos orgasmos los producían los engranajes, que iban violando la tierra metódicamente, sin pasión. El conductor sentado en su silla de hierro se enorgullecía de la rectitud de las líneas que no se hacían por disposición suya, del tractor que ni poseía ni amaba, de ese poder que no estaba bajo su control. Y cuando aquella cosecha crecía y luego se segaba ningún hombre había desmigajado un terrón caliente con sus manos dejando la tierra cribarse entre las puntas de los dedos; ninguno había palpado la semilla ni anhelado que ésta germinase. Los hombres comían algo que no habían cultivado y no había conexión entre ellos y el pan. La tierra daba frutos sometidos al hierro y bajo el hierro moría gradualmente; porque no había para ella ni amor ni odio, y no se le ofrecían oraciones si se le echaban maldiciones. 

Al mediodía, el conductor del tractor paraba a veces cerca de la casa de uno de los arrendatarios y sacaba su almuerzo: bocadillos envueltos en papel encerado, pan blanco, escabeche, queso, fiambre, un trozo de pastel marcado como una pieza de motor. Comía sin entusiasmo. Y los arrendatarios que aún no se habían marchado salían para observarlo, miraban con curiosidad cómo se quitaba las gafas y la máscara de goma, y contemplaban los círculos blancos que iban quedando en su rostro alrededor de los ojos y de la nariz y la boca. El tubo de escape del tractor seguía arrojando nubecillas de humo, ya que el carburante era tan barato que resultaba más práctico dejar el motor encendido que tener que volver a calentarlo al reanudar el trabajo. Cerca se apiñaban niños curiosos y harapientos que comían masa frita al tiempo que miraban. Contemplaban con ansia cómo el hombre desenvolvía bocadillos y con el olfato aguzado por el hambre olían el escabeche, el queso, el fiambre. No se dirigían al conductor. Seguían con la vista la mano que se llevaba comida a la boca. No le miraban masticar, sino que los ojos seguían a la mano que sostenía el bocadillo. Después de un rato, el arrendatario que no había podido marcharse, salía y se acuclillaba a la sombra, junto al tractor. 

—Pues ¿no eres tú el hijo de Joe Davis? 

—Sí que lo soy —respondió el conductor. 

—Y ¿cómo te dedicas a este trabajo, yendo contra tu propia gente? 

—Porque son tres dólares por día. Me harté de suplicar para comer y de no conseguir nada. Tengo mujer y niños. Tenemos que comer. Son tres dólares por día y es algo seguro. 

—Eso es verdad —replicó el arrendatario—. Pero para que tú ganes tres dólares por día, quince o veinte familias se quedan sin comer. Casi cien personas tienen que salir y vagabundear por las carreteras por tus tres dólares diarios. ¿O no? 

—Yo no puedo pensar en eso —replicó el conductor—. Tengo que pensar en mis propios hijos. Tres dólares diarios, un día detrás de otro. ¿No sabe usted que los tiempos están cambiando? Ya no se puede vivir de la tierra a menos que se tengan dos mil, cinco mil, diez mil acres y un tractor. La tierra de labor ya no es para campesinos como nosotros. Usted no se revuelve ni se queja por no poder hacer Fords o por no ser la compañía telefónica. Pues mire, ahora pasa lo mismo con las cosechas, y no hay nada que hacer. Intente trabajar en algún sitio por tres dólares diarios. Es la única solución. 

El arrendatario comentó, pensativo: 

—Es curioso. Si un hombre tiene una pequeña propiedad, esa propiedad se transforma en él, en una parte de él y es como él. Si es dueño de una propiedad, aunque sólo sea para poder andar por ella, trabajarla, apenarse cuando no marcha bien y estar contento cuando la lluvia caiga sobre ella, esa propiedad es él y, de alguna manera, él es más grande porque la posee. Incluso si las cosas no le van bien, él tiene la grandeza que le da su propiedad. Es así. —Y siguió cavilando: —Pero cuando un hombre tiene una propiedad que no ve, que no puede tocar con los dedos porque le falta tiempo, ni pisar porque no está allí, entonces, la propiedad es el hombre. Él no puede ni hacer ni pensar lo que desea. La propiedad se apodera del hombre por ser más fuerte que él. Y él ya no es grande, sino pequeño. Tan sólo sus propiedades son grandes y él se convierte en el servidor de su propiedad. Esto es lo cierto, también. 

El conductor masticó el pastel marcado y arrojó la masa. 

—¿No se da cuenta de que los tiempos han cambiado? Filosofando así no conseguirá alimentar a los niños. Eso sólo se hace ganando tres dólares diarios. Los hijos de los demás no deberían preocuparle, ocúpese de los suyos propios. Si se hace una reputación por hablar de esa forma, nadie le pagará los tres dólares. Los que tienen la pasta no le contratarán si anda por ahí pensando en otras cosas aparte de en sus tres dólares. 

—Por tus tres dólares hay cerca de cien personas en la carretera. ¿Dónde vamos a ir? 

—Eso me recuerda —dijo el conductor— que más le vale irse pronto. Después de comer voy a entrar en su patio. 

—Esta mañana cegaste el pozo. 

—Ya lo sé. Tenía que seguir en línea recta. Pero después de comer voy a entrar en el patio. Tengo que ir siempre en línea recta. Además, ... bueno, usted conoce a Joe Davis, a mi viejo, así que le voy a decir una cosa. Mis órdenes son que cuando encuentro una familia que no se ha marchado, si tengo un accidente, ya sabe, me acerco demasiado y hundo un poco la casa, me puedo sacar un par de dólares. Y mi hijo menor no ha tenido nunca un par de zapatos... aún. 

—La levanté con mis propias manos. Enderecé clavos viejos para colocar el revestimiento. Los pares del tejado están atados a los travesaños con alambre de embalar. Es mía. Yo la construí. Atrévete a chocar contra ella, yo estaré en la 
ventana con el rifle. Que se te ocurra siquiera acercarte de más y te dejo seco como a un conejo. 

—No soy yo. Yo no puedo hacer nada. Pierdo el empleo si no sigo órdenes. Y, mire, suponga que me mata, simplemente a usted lo cuelgan, pero mucho antes de que le cuelguen habrá otro tipo en el tractor y él echará la casa abajo. Comete usted un error si me mata a mí. 

—Eso es verdad —dijo el arrendatario—. ¿Quién te ha dado las órdenes? Iré a por él. Es a ése a quien debo matar. 

—Se equivoca. El banco le dio a él la orden. El banco le dijo: o quitas de en medio a esa gente o te quedas sin empleo. 

—Bueno, en el banco hay un presidente, están los que componen la junta directiva. Cargaré el peine del rifle e iré al banco. 

El conductor arguyó: 

—Un tipo me dijo que el banco recibe órdenes del este, del gobierno. Las órdenes eran: o consigues que la tierra rinda beneficios o tendrás que cerrar. 

—Pero ¿hasta dónde llega? ¿A quién le podemos disparar? A este paso me muero antes de poder matar al que me está matando a mí de hambre. 

—No sé. Quizá no hay nadie a quien disparar. A lo mejor no se trata en absoluto de hombres. Como usted ha dicho, puede que la propiedad tenga la culpa. Sea como sea, yo le he explicado cuáles son mis órdenes. 

—Tengo que reflexionar—respondió el arrendatario—. Todos tenemos que reflexionar. Tiene que haber un modo de poner fin a esto. No es como una tormenta o un terremoto. Esto es algo malo hecho por los hombres y te juro que eso es algo que podemos cambiar. 

El arrendatario se sentó a la puerta y el conductor hizo tronar el motor y arrancó, deshaciendo los senderos, las gradas peinando el suelo y los falos penetrando la tierra. El tractor atravesó el patio, dejó el suelo apelmazado por tantas pisadas convertido en un campo labrado y retrocedió cortando de nuevo la tierra; quedó sin arar un espacio de unos tres metros de ancho. Y vuelta a empezar. El guarda de hierro arremetió contra una esquina de la casa, hizo desmoronarse la pared y arrancó la casita de los cimientos haciendo que cayera de lado, aplastada como un insecto. Y el conductor llevaba gafas y se cubría la nariz y la boca con una máscara de goma. El tractor dibujó una línea recta 
mientras el aire y la tierra vibraban con su ruido atronador. El arrendatario lo contempló, sosteniendo en la mano el rifle. Su mujer estaba junto a él, los silenciosos niños detrás. Y todos ellos mantenían la vista fija en el tractor. 

lunes, 28 de febrero de 2011

Rumbo a las montañas (bueno, a un sitio con muchas)

Damas, caballeros y demás simpática fauna y flora que pulula por aquí:

En unos días abandono probablemente para siempre la ciudad en la que (casi) pasé los últimos diez años y en tres semanas exactas, me voy a la aventura. No por el bosque como los caballeros medievales ni quiero para nada conquistar una doncella (al menos hasta donde yo conozco mi sexualidad), casarme con ella y conseguir un castillo sino a las orillas de un lago tamaño mar pequeñito.

Me voy de au pair a Suiza y sólo venía a contárselo y a dejarles el link del que será el sitio alternativo con aventuras y desventuras allí. Las primeras historias serán "no sé francés, los suizos son raros, los niños que acaban de aprender a andar corren mucho" pero espero contarlas con cierta gracia.

http://ensuizacomoheidi.blogspot.com/

El sitio no tiene todavía nada, ni siquiera foto detrás del título.

Por aquí, seguiremos. Aquí no caben (exactamente) crónicas suizas y allí lo que no caben son baterías de cuadros prerrafaelistas.

Sean buenos. Cuando acabe mi último (sin segunda parte próximamente en cines, por favor) examen, organizaré aquello mientras meto los últimos diez años de mi vida en cajas y vendré aquí a contarles la penita que me da irme de Santiago.

Eso. Se acabó. Más abajo está la última entrada de 2010. Ciau.

PS. Obsérvese la falta de entrenamiento que tengo usando el blog.

martes, 23 de noviembre de 2010

Te regalaré un abismo

Te regalaré un abismo, dijo ella,
pero de tan sutil manera que sólo lo percibirás
cuando hayan pasado muchos años
y estés lejos de México y de mí.
Cuando más lo necesites lo descubrirás,
y ése no será
el final feliz,
pero sí un instante de vacío y de felicidad.
Y tal vez entonces te acuerdes de mí,
aunque no mucho.

Roberto Bolaño

miércoles, 17 de febrero de 2010

Bagaje

Llamadme Ismael. O Meryone. O oh capitán, mi capitán.

Coso sombras a cambio de dedales pero exijo que quienes vengan a jugar conmigo no tengan corazón. Prefiero la voz a caminar y siempre seré Tigrilla.

También prefiero ser la otra y la convertida en vampiro a la que hay que proteger y salvar. Me hubiera quedado con el aventurero o el psiquiatra antes que con el aristócrata, eso sí. Frivolidad, la justa. Además, yo quería ser Jonathan Harker y andar por los Cárpatos en plena noche de Walpurgis con un vampiro.

Poe me enseñó que no hay tema más poético que una mujer muerta y Bradbury que las ahogadas son las más hermosas de todas. Reconozco no haber leído Hamlet pero esto está poblado de Ophelias. Mi foto de perfil (aquí y ahora, estoy a tiempo de cambiarla) es Miranda contemplando el naufragio. En otras partes soy un cuadro de Schiele, una sirenita de Waterhouse, una chica que grita en uno de Munch...

Siempre tendré dudas como dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno y siempre habrá algún motivo estúpido para no suicidarse. Pese a ello, hoy es un día perfecto para el pez plátano.

Los ciegos son inquietantes y están emparentados con reptiles y murciélagos. Alejandra tenía que morir. Martín tenía que no entender nada. Bruno tenía que entenderlo todo pero estar fuera.

América era hija de un matrimonio de inmigrantes italianos.

Me identifico con más personajes masculinos que femeninos tanto en la literatura como en el cine.

Amo profundamente a Marlene Dietrich.

No sé si prefiero a Rose Ryan o a Yuri Zhivago: ella tiene una sombrilla y a Robert Mitchum; él a Geraldine Chaplin y a Julie Christie. Al inglés cojo no lo contamos.

Prefiero a Waterhouse a Rosetti. A Munch a todos los demás; a Schiele a Klimt. Sabato a Borges (y puede que a Cortázar), Moby Dick al Quijote, los romans artúricos a la literatura grecolatina y el terror a absolutamente todo.

El día que releí Los tres mosqueteros y descubrí que mi favorito ya no era Aramis sino Athos, sentí que me había hecho mayor.

Numero los exámenes con el mismo aire que Edmond Dantès va numerando enemigos muertos.

Últimamente me tortura preguntarme si dejaré de parecerme (según Jose al menos) a Janis Joplin al cumplir los 27. ¿Y los 28?

Prefiero la película a la novela muchas veces, empezando por La naranja mecánica. En cambio prefiero palabras a imágenes. Prefiero la literatura, el cine y la pintura (en este orden) a la música.

Como a Bryce, lo único que se me da verdaderamente bien es extrañar. También tengo insomnio y me tiembla el pulso. Todavía no grito Octavia de Cádiz, pero todo se andará.

Bryce es mi penúltimo favorito, el último es Phillip Roth.

No le perdono a 2010 empezar matando a Rohmer y a Salinger. A 2009 no le perdono nada.

Soy vehemente, melodramática y tengo un blog. He aquí el resultado.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Ira


El cuadro se llama "Love's shadow" pero es la cara de mala hostia más grande que he visto en toda mi vida. Pasé siglos sin saber de quién era y un buen día descubrí que era de Frederick Sandys y que se llamaba así. Da igual, siempre será el cuadro de la mala hostia.

Yo llevo tres semanas (y media) cabreada conmigo misma por gilipollas. Mucho. Muchísimo. Infinitamente más de lo que pensé jamás que se pudiera enfadar alguien sin que le estallara la cabeza.

jueves, 9 de julio de 2009

Sophia de Mello Breyner Andresen

Acabo de descubrir que Sophia de Mello Breyner Andresen (que seguía viva cuando yo empezaba a estudiar portugués) murió hace ya cinco años. En aquella asignatura de lengua portuguesa, de portugués (sobre todo los que ya éramos reintegracionistas y no necesitábamos que nos convencieran) no debimos aprender demasiado, pero yo recuerdo descubrir cada día de clase media docena de autores que quería leer (y alguno más que no), además de todos aquellos mapitas sobre la lusofonía, qué es el crioulo caboverdiano, cómo se acentúa en portugués, por qué ser reintegracionista, por qué ser reintegracionista y por qué ser reintegracionista. Todo mezclado, claro. Y, nunca, nunca, nunca (algo que nunca le agradeceré lo suficiente a José Luis) nada sobre cuestiones políticas o territoriales, algo que el resto de profesores de portugués (casi todos) deberían aprender e imitar. Que yo fui la tocapelotas que levantó la mano y dijo "eu nom" cuando el que me parece el mejor profesor de literatura del área preguntó si partíamos todos del nacionalismo (gallego, claro). La que declaraba que hablaba muchísimo en español y que si hablaba en gallego era porque le salía de los cojones y no por cuestiones políticas. La que un par de veces explicó que, además de no ser nacionalista tampoco era comunista (y no agregó de milagrito un "y ya empiezo a hartarme de que sean los profesores en lugar de los alumnos los que se empeñen en hacer la lectura política de TODO lo que se estudia en clase") y a ver si simplificábamos menos y nos guiábamos por menos clichés en lo que a la izquierda se refiere. La que se mordió la lengua (el mismo día que declaró no ser nacionalista) cuando el buen señor estaba todo preocupado por si los coruñeses (como si no les llegara con ser coruñeses, también se sienten españoles, ¡pobrecitos!) llevaban banderas de España a un Dépor-Oporto. Que lleven lo que les dé la gana, joder. Y conste que el último paréntesis es mío y que las banderas me dan alergia desde que tengo un padre que cree que son un símbolo de la patria (¿qué coño es la patria además de la mierda que simboliza la bandera?) por el que hay que morir o matar. Además, la bandera española es fea de cojones y ser patriota gallego es tener ganas de que te miccionen por encima (por eso tan bonito de "mexan por nós e hai que dicir que chove") más todavía que si eres gallego a secas. Y yo soy práctica (para pocas cosas, pero lo soy), individualista, anarquista y simpatizante de seres sin raíces de todo tipo, de los vampiros a los piratas, pasando por León el Profesional. De esos alumnos que sí son conscientes de la incongruencia del profe independentista progre que es funcionario del Estado Español y que intenta convencerte de que no te dejes alienar por los demás para poder alienarte él a su gusto. No quiere que seas indepe porque piensas sino porque él te dice que es lo mejor. Y no tengo nada contra los indepes pero sí mucho contra la gente que no piensa y sólo sigue consignas. Pensar es bonito, sano y, además, provoca actividad en el cerebro. A él no sé lo que le daban por alienarnos de forma rara en lugar de de esa sana forma en la que nos aliena la tele, pero debía ser mucho, por el interés que ponía.

Sophia de Mello Breyner Andresen murió el 2 de julio de 2004 y yo, antes de soltar mi discurso digno de los mejores mítines de algunas de mis asignaturas de portugués (con la salvedad de que esto es mi blog y aquello era una clase), ya había seleccionado estos dos textos. Lo juro. Debo tener el día así porque, ahora que lo pienso, ni siquiera son de los mejores. El primero es el que venía en un taco de fotocopias.

RETRATO DE UMA PRINCESA DESCONHECIDA

Para que ela tivesse um pescoço tão fino

Para que os seus pulsos tivessem um quebrar de caule

Para que os seus olhos fossem tão frontais e limpos

Para que a sua espinha fosse tão direita

E ela usasse a cabeça tão erguida

Com uma tão simples claridade sobre a testa

Foram necessárias sucessivas gerações de escravos

De corpo dobrado e grossas mãos pacientes

Servindo sucessivas gerações de príncipes

Ainda um pouco toscos e grosseiros

Ávidos cruéis e fraudulentos

Foi um imenso desperdiçar de gente

Para que ela fosse aquela perfeição

Solitária exilada sem destino


Sophia de Mello Breyner Andresen




AS PESSOAS SENSÍVEIS


As pessoas sensíveis não são capazes
De matar galinhas
Porém são capazes
De comer galinhas


O dinheiro cheira a pobre e cheira
À roupa do seu corpo
Aquela roupa
Que depois da chuva secou sobre o corpo
Porque não tinham outra
O dinheiro cheira a pobre e cheira
A roupa
Que depois do suor não foi lavada
Porque não tinham outra


"Ganharás o pão com o suor do teu rosto"
Assim nos foi imposto
E não:
"Com o suor dos outros ganharás o pão."


Ó vendilhões do templo
Ó constructores
Das grandes estátuas balofas e pesadas
Ó cheios de devoção e de proveito


Perdoai-lhes Senhor
Porque eles sabem o que fazem.

Sophia de Mello Breyner Andresen



¿Dije algo de estar adolescente hoy? ¿No? Pues lo digo ahora...

jueves, 18 de junio de 2009

Summertime




Summertime

And the livin’ is easy

Fish are jumpin’

And the cotton is high


Oh your daddy’s rich

And your mamma is good lookin’

So hush little baby

Don’t you cry


One of these mornings

You’re goin’ to rise up singin'

Then you’ll spread your wings

And you’ll take the sky


But till' that mornin'

There’s a nothin’ can harm you

With daddy and mammy

Standin’ by




A veces (muchas) Jose tiene razón al compararme con Janis Joplin. No sólo porque en cuanto empieza el buen tiempo parezco recién salida de Woodstock, sino por infinitas cosas que él, yo y media docena de seres más, sabemos.

Razón tenía Alejandra Pizarnik cuando escribió EL POEMA a Janis Joplin. Desde que lo conozco quiero hacer una entrada con él en el blog.


Para Janis Joplin (fragmento)

a cantar dulce y a morirse luego

no:
a ladrar.

así como duerme la gitana de Rousseau
así cantás, más las lecciones de terror.

hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
me pregunto si eso no aumentó el error.

hiciste bien en morir.
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña mostruo



Este verano, por fin, no me voy a la ciudad en la que crecí y que tanto odio, sino que me quedo aquí. Me quedo a terminar el TIT (hacer, mejor dicho) a trabajar y a no estar allí. Aquí no hay mar, pero hasta eso es soportable. Es llegar a Ferrol y que todo lo que se parezca remotamente a la estabilidad (si es que se puede hablar de estabilidad en lo que a mí respecta) se vaya al carajo. De un momento a otro y sin avisar. Un fin de semana, unos días, es tolerable. Más, es una tortura.

Cuando tenía quince años (o trece, o catorce, o dieciséis o los que fueran) no era esta exactamente la concepción de desplegar las alas e irme lejos que tenía. Aunque supongo que el tener que quedarse en casa escribiendo sobre la figura del caballero entre dos damas en la narrativa cortés compensa el hecho de no ir a morir de sobredosis a los veintisiete. Porque creo que, de todas las maneras imaginables de las que puedo morir joven, la heroína es la menos probable. Seguida de cerca por un ataque terrorista sobre la catedral justo cuando vaya hacia la facultad y pase por delante.

Estos días, mientras redacto o no el TIT y escucho a Janis Joplin sigo maravillándome de estar (y llevo ya varios meses y nada parece indicar que vaya a terminarse pronto) en uno de esos rarísimos momentos en que el optimismo desborda y las canciones tristes (o no) y los poemas y todo aquello con infinitas dosis de desesperación y altas probabilidades de catarsis son sólo eso: poemas, canciones, películas, cuadros, lo que sea, pero no las señales que me fueron dejando otros para seguir adelante. El optimismo es cojonudo. ¿Por qué los largos periodos de tiempo que estoy en crisis no lo recuerdo?


miércoles, 20 de mayo de 2009

El fracaso es la más resplandeciente victoria

Acabo de ver, gracias a Ulyanov (a quien es tontería que linkee porque su blog requiere invitación) por fin El desencanto y me debato entre el odio a Felicidad Blanch (Felicidad Blanch y yo representamos dos tipos de mujeres condenadas -salvo rarísimas excepciones- a odiarnos a muerte) y la fascinación por los dos Paneros menores. Juan Luis no me había llamado la atención nunca y sigue sin llamármela. Eso sí, tengo el radar desbocado pitando en todas direcciones.

Coincido con Águeda en la fascinación por Michi, pero Leopoldo (hijo) es Leopoldo. Y uno de mis poetas favoritos. Si tuviera que escoger quién me gusta más en el documental, claro que me quedaba con Michi. Michi y sus maneras suaves y sus caídas de párpados en las últimas escenas y su aire de loco encantador en las primeras.

En ningún momento siento la repulsión que he oído a gente decir que siente por Leopoldo María. Ya lo había visto otras veces, había visto fragmentos de El desencanto y no me repele. Me fascina la dicción entre pija y de fumado que tiene en algunos momentos y me resulta tremendamente lúcido siempre. Lúcido como sólo pueden serlo los locos "tocados por la maldición del cielo". Y el verso es casi suyo. El suyo es "un loco tocado por la maldición del cielo".

El desencanto es todo lo que me habían contado pero había que verlo entero y de corrido.

Sobre ella (ella es Felicidad Blanch) había leído (no en vano Panero escribió y dijo tanto sobre ella: a favor y en contra), pero ahora entiendo la relación amor-odio del hijo genio con la mujer voluble y presumida. Voluble, presumida, cobarde y que lo reconoce. La que empieza diciendo que Leopoldo (padre) murió una tarde como tantas otras en las que habían sido felices y se pasa toda la película lavando trapos sucios. El tipo de mujer (no sólo por "niña bien") con la que yo siempre me he llevado a matar. Yo con ellas y ellas conmigo. Simplemente, yo sé por qué no las soporto a ellas y ellas sólo saben que no me soportan a mí porque no me reconocen como lo que ellas consideran que debe ser una mujer. No soy ni delicada ni presumida ni tonta. Bueno, eso último sólo lo espero. No puedo aspirar ni a donna angelicata ni a personaje femenino de novela de Bryce. Y no es que quiera. Aunque Bryce haya sido mi favorito toda la adolescencia, yo jamás me he identificado con ninguno de sus personajes femeninos y no entendía qué les veían los masculinos. El último agilipollamiento incomprensible que tuve con alguien (y que duró cuatro interminables y estúpidos años) terminó definitivamente al comprender que al individuo en cuestión (al que no podía tener más idealizado) le gustaban las niñas pavitas. Hace ya un año de eso.

No puedo. Lo siento pero no puedo. Los tres hijos, bien. La historia, bien. Lo mejor: mi odio para Felicidad Blanch, que en paz descanse. Donde no puede ser tonta. O sí. Nunca se sabe.

Poema de Leopoldo María y fragmento de la película. No sé si seré capaz de no ver Después de tantos años. Mi padre, que me educó para niña delicada y presumida siempre dirá que no tengo fuerza de voluntad. Y no le falta razón.

A mi madre

(reivindicación de una hermosura)

Escucha en las noches cómo se rasga la seda
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)


Leopoldo María Panero










Ella no está especialmente hostiable en este fragmento. Lo puse por él.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Bolaño siempre tiene razón

Nadie te manda cartas ahora Debajo del faro
en el atardecer Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución Un gato duerme
entre tus brazos A veces eres inmensamente feliz

Roberto Bolaño


Aunque ahora mismo conviva con una gata, el día que me vaya a un faro, será con un perro. A ser posible, grande. El único perro que tuve en mi vida era un fox terrier, pero siempre me han gustado los perros grandes. Siempre me han gustado los perros.

Además de kilos de té, montañas de libros y algo de comida, tengo que recordar (es cierto) llevar toneladas de cacao. O puedo volver sin labios.

También tengo que tener cuidado con las revoluciones, que soy muy capaz de coger el primer medio de transporte y dejar el faro y el té y (casi todos) los libros (el cacao y el perro me los llevo) e irme a intentar cambiar el mundo. Que sigo sin superar lo de que Filología de Santiago sea la única de las facultades que la montaron (montamos) con la LOU que no la hayan montado este año.

Bolaño siempre tiene razón. Licenciada en Filología Románica se ofrece para cuidar faro. Cada día lo digo más en serio.

viernes, 1 de mayo de 2009

María me descubre poemas

Collige, Virgo, Rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlele los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

Luis Alberto de Cuenca

Hablábamos de que ella leía a Luis Alberto de Cuenca y que a mí no me gustaba especialmente lo poco que le había leído (algún poema suelto de pie, libro en mano, en bibliotecas o librerías), pero creo que tendré que darle otra oportunidad.

Uno de esos tópicos que siempre hay que estar dispuesto a cumplir. Sobre todo si está formulado así.

domingo, 12 de abril de 2009

You are welcome to Elsinore

YOU ARE WELCOME TO ELSINORE

Entre nós e as palavras há metal fundente
entre nós e as palavras há hélices que andam
e podem dar-nos morte violar-nos tirar
do mais fundo de nós o mais útil segredo
entre nós e as palavras há perfis ardentes
espaços cheios de gente de costas
altas flores venenosas portas por abrir
e escadas e ponteiros e crianças sentadas
à espera do seu tempo e do seu precipício

Ao longo da muralha que habitamos
há palavras de vida há palavras de morte
há palavras imensas, que esperam por nós
e outras, frágeis, que deixaram de esperar
há palavras acesas como barcos
e há palavras homens, palavras que guardam
o seu segredo e a sua posição

Entre nós e as palavras, surdamente,
as mãos e as paredes de Elsinore

E há palavras noturnas palavras gemidos
palavras que nos sobem ilegíveis à boca
palavras diamantes palavras nunca escritas
palavras impossíveis de escrever
por não termos connosco cordas de violinos
nem todo o sangue do mundo nem todo o amplexo do ar
e os braços dos amantes escrevem muito alto
muito além do azul onde oxidados morrem
palavras maternais só sombra só soluço
só espasmo só amor só solidão desfeita

Entre nós e as palavras, os emparedados
e entre nós e as palavras, o nosso dever falar

Mário Cesariny


Para los que siempre dicen que no saben portugués o los que directamente dicen no saber en qué está escrito, una traducción aquí.

Además, tengo antojo de Hamlet, hablando de todo un poco y de Elsinore.

lunes, 6 de abril de 2009

Castelao


-¡Pobriña! Morreulle un canciño que lle chamaban "Fifi".

(¡Pobrecita! Se le murió un perrito que se llamaba "Fifi")



"Se eu fose autor" (más abajo hay link con traducción)


Se eu fose autor escribiría unha peza en dous lances. A obriña duraría dez minutos nada máis.

LANCE PRIMERO

Érguese o pano e aparece unha corte aldeán. Enriba do estrume hai unha vaca morta. Ó redor da vaca hai unha vella velliña, unha muller avellentada, unha moza garrida, dúas rapaciñas bonitas, un vello petrucio e tres nenos loiros. Todos choran a fío i enxoitan os ollos coas mans. Todos fan o pranto e din cousas tristes que fan rir, ditos paifocos de xentes labregas, angurentas e cobizosas, que pensan que a morte dunha vaca é unha gran desgracia. 0 pranto debe ter unha gracia choqueira, para que estoupen da risa os de "patio de butacas".

E cando se fartan de ri-los señoritos, baixará o pano.

Se eu fose autorLANCE SEGUNDO

Érguese o pano e aparece un estrado elegante, adobiado con moito señorío. Enriba dunha mesa de pés ferrados de bronce, hai unha bandexa de prata, enriba da bandexa hai unha almofada de damasco, enriba da almofada hai unha cadeliña morta. A cadela morta semellará unha folerpa de neve. Ó seu redor chora unha fidalgona e dúas fidalguiñas novas. Todas elas fan 0 pranto i enxoitan as bágoas con paniños de encaixe. Todas van dicindo, unha a unha, gas mesmas parvadas que dixeron os labregos diante da vaca morta, ditos tristes que fan rir, porque a morte dunha cadela non é Para tanto.

E cando a xente do galiñeiro se farte de rir a cachón, baixará o pano moi amodiño.


La primera viñeta pertenece al album "Cousas da vida" (Cosas de la vida) del amigo Castelao. El texto más extenso, de Cousas, uno de mis libros favoritos en el mundo mundial. Castelao es una de las grandes figuras de la literatura gallega, así que supongo que habrá traducciones sueltas por el mundo. En la red no y yo soy vaga, así que linkeo una entrada de un blog de alguien que amablemente se lo tradujo a sus amigos. Espero que no le importe.

Y, en modo Bonus Track, otra de las "cousas da vida". Sí, todavía pasa lo de salir ahí fuera y que te digan "galleguiña". Y todo lo demás. Que tenemos acento, claro que lo tenemos. Pero no somos más tontos por tenerlo. Y vivo en una ciudad que ser es una aldea un poco grande, eso es cierto, pero que fue una de las tres capitales de la Cristiandad en la Edad Media. Junto con Roma y Jerusalén. Superen eso.



-Ese muchacho dicen que sabe muchísimo.

-Si; pero tiene un acento tan gallego...





sábado, 21 de marzo de 2009

Vivre sa vie



Ayer vi, por fin, Vivre sa vie del inmenso Jean-Luc Godard y, como todas las películas que llevo mucho tiempo queriendo ver, terminé con la sensación de que, de todos los de mi vida, el día que más podía doler era aquel en que por fin la veía. Fue un dolor positivo, si tal cosa es posible fuera de los sonetos españoles del XVII que tratan de definir eso que habían inventado los trovadores occitanos de la mano del irreverente Guilhém de Peitieus allá en el siglo XII. Pero esa es otra historia. El caso es que la película es terriblemente bella; dolorosamente bella. Y la hostia.



Vivre sa vie es muchas cosas; una de las menores la oda a la belleza de Anna Karina, mujer y musa de Godard y a la que envidio por esto último. Por musa en general: la de musa (de quién sea, de lo que sea) será siempre una de mis vocaciones frustradas. No valgo para musa, al igual que no valgo para prácticamente todo lo demás, pese a que ni yo ni nadie sabemos demasiado bien qué es lo que hay que ser o tener para ser musa de alguien. No me importan los porqués sino el hecho de no serlo, como a Gregor no le importa en absoluto amanecer convertido en escarabajo sino la de cosas que devienen de tan trivial acontecimiento. Y sí soy una persona que se cuestiona los porqués, pero no todos. No soy guapa y no me pregunto los motivos ontológicos por los que no lo soy, sino que convivo con el hecho de que me falta una de esas cosas que, por más que nos empeñemos en negarlo, hacen la vida más fácil. Y no me engaño, sé perfectamente que podría ser igual de guapísima que Anna Karina y destrozarme la vida, pero hay días en que una se levanta con ganas de lamentarse por tonterías. Y rima.



Y hablaba de Vivre sa vie, la última hostia que me he inducido voluntariamente y una de las mejores películas que he visto. La historia de como ser guapa no ayuda a desenvolverse en la vida, sino que puede hacerte caer en picado (no se consuela quien no quiere), entre otras muchas lecturas. La historia de una mujer que abandona marido (en esa época sólo puede ser marido) e hijo por una hipotética carrera en el cine. Y que termina por prostituirse. Y es muchísimo más que eso porque ya decía Sabato que la historia de un joven que mata a una vieja para robar puede ser una mera anécdota en la crónica policial o Crimen y Castigo. Y Godard es Godard...



Y, si bien es una película capaz de destrozarle la vida a cualquiera, a mí sólo me dejó con una sonrisa triste que ojalá pudiera compararse con la de Anna Karina que; además de todo, cantaba, bailaba, pintaba y dicen que escribía. ¡El mundo está fatal repartido!

Queda Nana bailando: uno de esos fragmentos que se pueden ver sin haber visto el resto de la película y que no desvelan nada del argumento en sí mismos.




miércoles, 11 de marzo de 2009

La canción húngara que incita al suicidio

Los domingos son días de mierda. Y los lunes. Y los martes. Y los miércoles, los jueves. Incluso los viernes y los sábados.

La Szomorú Vasárnap lo atestigua. La versión anglófona y dulcificada es maravillosa pero no duele.

Esta sí.






Pese a lo que pueda parecer, no estoy especialmente hundida en la miseria. He tomado un par de decisiones importantes y he retomado mi doctorado. Pero hoy es una de esas noches de escuchar compulsivamente las tres versiones (en húngaro; en inglés tengo más pero no me afectan) que tengo. Y de justificar que el contador de reproducciones de mi iTunes las tenga como las tres canciones más escuchadas. Lógico.

viernes, 16 de enero de 2009

Lo he visto en pinturas y oído en canciones...




Parece que sigo jugando. Puede que siga diciendo determinadas palabras aunque yo pensara que se me habían olvidado. Es lo bueno de no tener totalmente claro cuáles son. O lo malo, algunos días.

A todo esto, debería aprender a jugar al ajedrez. Lo de sólo saber mover las piezas me está pasando factura y así ando: a trancas y barrancas.

Me voy a la cama. Con Bolaño.

jueves, 15 de enero de 2009

Cuando escuches el trueno me recordarás...

Cuando escuches el trueno me recordarás
Y tal vez pienses que amaba la tormenta...
El rayado del cielo se verá fuertemente carmesí
Y el corazón, como entonces, estará en el fuego.

Esto sucederá un día en Moscú
Cuando abandone la ciudad para siempre
Y me precipite hacia el puerto deseado
Dejando entre ustedes apenas mi sombra

A. Ajmatova



Ni sombra dejaré, ni habrá quien me recuerde. Y, pese a que ahora sí, entonces no me importará. Espero.

Hoy fui etiquetada en una nota de facebook con este texto. No conocía al autor. O autora. Pero pienso ponerle remedio.

lunes, 5 de enero de 2009

Andrew Wyeth














Estuve muy malita el fin de semana. Muy, muy malita. Ahora hace un rato que me he despertado, después de prácticamente sólo dormir las últimas cuarenta y ocho horas (dormir y encontrarme mal) y me encuentro mal, pero tengo ese malestar que impide dormir y que mezcla la lucidez (existencial, metafísica) con la náusea. Claro que no conozco lucidez existencial que no tenga que ver con la náusea, pero eso temo que no sea universal.

Además del hastío existencial tengo náuseas físicas. ¡Viva, viva! ¿Qué más? Que estar enferma es una especie de limbo cultural donde las películas son peores (o no se aprecian) y los libros se explican solos. Si tan sólo pudiera estar enferma y conservar las facultades mentales... Quedan los cuadros, pero afectan más. O, me temo, tampoco se aprecian. Mi sonofobia me impide escuchar música estando enferma.

Es bueno, en cierto modo. Las náuseas físicas son bastante mejores que las existenciales, creo que ahí estamos de acuerdo todos.

La alternativa a buscar a Panero de manicomio en manicomio (nunca recuerdo dónde está ahora: sólo sé que ya no es el de Mondragón) es conseguir un faro. Además, el faro presenta innúmeras ventajas, como lo innecesario del atrezzo. Hay altura, hay rocas, hay olas. Punto. Mientras, se trata de armarse de libros, películas, una buena conexión a internet (los museos, que ya quedan lejos ahora, quedan más lejos de los faros) y tirar el móvil la primera noche de tormenta. Sin tormenta queda menos emocionante.

Todavía hay fareros, ¿verdad?

martes, 23 de diciembre de 2008

Para empezar, Marley estaba muerto


Para empezar, Marley estaba muerto. No había ninguna duda sobre ello. El certificado de su entierro fue firmado por el clérigo, por el escribano, por el empresario de pompas fúnebres y por el que preside el duelo. Scrooge lo firmó también, y cualquier cosa que en la bolsa tuviese su nombre debajo, era buena. Marley había muerto. Esto debe quedar claro, porque de lo contrario no puede resultar nada extraordinario de la historia que voy a contar.
Scrooge nunca borró el nombre del viejo Marley. La firma era conocida como "Scrooge y Marley", unas veces le llamaban Scrooge y otras Marley, pero él contestaba a ambos nombres. Le daba igual.
Era tacaño el viejo Scrooge, duro y cortante como un pedernal; gruñón, reservado y solitario como una ostra. El frío que llevaba dentro helaba sus viejas facciones, mordía su nariz afilada, arrugaba sus mejillas, endurecía su forma de
andar, enrojecía sus ojos, ponía azules sus labios delgados y salía al exterior en su voz ronca.
Una vez, el mejor día del año, es decir la víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba sentado, muy atareado en su despacho. El tiempo era crudo, frío y nevaba. Los relojes acababan de dar las tres, pero ya había oscurecido. La puerta del despacho de Scrooge estaba abierta para poder echar el ojo a su escribiente, que copiaba cartas más allá. Scrooge tenía un fuego raquítico, pero el del escribiente era un solo carbón.
¡Felices Navidades, tío! ¡Dios te guarde! -gritó una voz animada.
Era el sobrino de Scrooge.
- ¡Bah! -dijo Scrooge-. ¡Paparruchas!

El sobrino estaba resplandeciente, la cara rubicunda y hermosa.
-¿La Navidad una paparrucha, tío? No quieres decir eso, ¿verdad?
- ¡Sí! -dijo Scrooge- ¡Felices Navidades! ¿Qué razones tienes tú para ser feliz? Eres tremendamente pobre.
-Entonces -replicó el sobrino-, ¿qué derecho tienes tú de estar triste? Eres tremendamente rico.
Al no tener respuesta apropiada, Scrooge dijo de nuevo:
- ¡Bah! ¡Paparruchas!
-No seas arisco, tío -dijo el sobrino.
-¿Qué otra cosa puedo ser cuando vivo en semejante mundo de idiotas? -contestó-. ¡Fuera con las felices Navidades! ¿Qué es para ti el tiempo de Navidad sino el de pagar facturas sin tener el dinero, de encontrarse un año más viejo y ni una sola hora más rico? Si pudiera hacer mi voluntad -continuó indignado- habría de cocer en su propia salsa a todos los necios que van por ahí con el "Felices
Navidades". ¡Vaya que sí!
- ¡Tío! -suplicó el sobrino.
- ¡Sobrino! ¡Festeja las Navidades a tu modo y déjame a mí el mío! ¡Mucho bien
pueden hacerte y mucho te han hecho! -dijo con ironía.
-Considero a las Navidades una buena época -contestó el sobrino-, amable, llena de perdón y caridad; el único momento, que yo sepa, en que los hombres parecen abrir de par en par sus corazones cerrados. Y por eso, tío, aunque las Navidades nunca me han metido ni una raspadura de oro en el bolsillo, creo que me han
hecho bien y que me lo harán en el futuro, así que digo: ¡Que Dios las bendiga!
El escribiente aplaudió sin querer.
-Si le vuelvo a escuchar -dijo Scrooge-, celebrará las Navidades perdiendo su empleo.
No te enfades tío. Vamos, ven a comer con nosotros mañana. Scrooge dijo que prefería verlo en el infierno.
-Pero, ¿por qué?
-¿Por qué te casaste?
- ¡Porque estaba enamorado!
- ¡Porque estabas enamorado! -gruñó Scrooge, como si eso fuese la única cosa en el mundo más ridícula que unas felices Navidades-. "Buenas tardes".
-Nunca fuiste a visitarme antes de que me casara. ¿Por qué ahora lo das como razón para no venir?
_" Buenastardes".
-Siento, de corazón, verte tan obstinado, pero en homenaje a la Navidad conservaré mi espíritu navideño, así que: ¡Felices Navidades!
-"Buenas tardes".
El sobrino dejó el despacho sin una palabra de enfado. Felicitó al dependiente y salió, dejando entrar a dos caballeros que llevaban libros y papeles.
-¿Tengo el placer de dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley?
-El señor Marley lleva siete años de muerto -replicó Scrooge.
-No dudamos que su generosidad estará representada por el socio superviviente.
Al oír la palabra "generosidad´ Scrooge frunció el ceño.
-En esta época de fiestas, señor Scrooge, es de desear que hagamos alguna provisión para los pobres y desvalidos. Muchos niños carecen de lo elemental.
-¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge-. ¿Funcionan los asilos?
-Sí, todavía. Me gustaría poder decir que no.
- ¡Vaya! Me satisface escuchar esto.
-Nos estamos esforzando en recabar fondos para los pobres y elegimos esta época porque es cuando se siente más la necesidad.
¿Por qué cantidad quiere que lo anote?
-Por nada.
-¿Desea ser anónimo?
-Deseo que me dejen solo -dijo Scrooge-. Yo no me divierto en la Navidad y no puedo permitirme el lujo de que lo haga la gente ociosa.
Contribuyo a sufragar los establecimientos mencionados. Cuestan bastante, y los que se encuentran en mala situación allí deben de ir.
-Muchos no pueden y otros preferirían morir antes.
-Si prefieren morir, es mejor que lo hagan y así aliviarán el exceso de población. ¡Buenas tardes, caballeros! Viendo que era inútil persistir, los caballeros se retiraron.
Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. Scrooge se marchó y tomó su melancólica cena de costumbre y después de haber pasado agradablemente la velada con su libro de balances, se fue a dormir. Vivía en unas habitaciones que en otros tiempos pertenecieron a su difunto socio. Era un conjunto tenebroso y de aspecto amenazador, al fondo de un edificio de oficinas.
Scrooge tenía tanta fantasía como cualquier otra persona del barrio comercial de Londres, y hay que tener presente que no había concedido a Marley otro pensamiento desde que lo mencionó por la tarde. Así quisiera que alguien me explicase cómo Scrooge, que ya tenía la llave en la cerradura, sin que nada hubiese cambiado, contempló la cara de Marley en lugar del aldabón. Su cara, ni furiosa ni enfadada, sólo miraba a Scrooge como Marley solía hacerlo, con una expresión de horror que parecía existir a pesar de la cara y más allá de su voluntad.
Cuando Scrooge volvió a mirar fijamente sólo se encontró con el aldabón.
Sería mentir decir que no se sorprendió o que su sangre no experimentó una terrible sensación, olvidada desde la infancia. Sin embargo abrió y entró.
Encendió una vela y miró con cautela. Pero en el interior de la puerta no había nada.
- ¡Bah! ¡Bah! -dijo y cerró la puerta de un golpe.
Sala de estar, dormitorio, cuarto de trastos, todo estaba como tenía que estar. Nadie debajo de la cama, nadie debajo del sofá. Satisfecho por completo, se sentó a fin de tomar una sopa de avena. Después, dio varias vueltas por la habitación y se volvió a sentar. Al reclinar la cabeza hacia atrás, su mirada descansó por casualidad en una campana que no se usaba, y fue entonces cuando, con terror extraño e inexplicable, contempló cómo la campana empezaba a oscilar. No duró más de medio minuto, pero pareció una hora. Siguió un ruido metálico en las profundidades, como si alguien arrastrase una cadena. El ruido fue subiendo las escaleras yendo directamente hacia la puerta.
- ¡Paparruchas! -dijo Scrooge-. No creo en nada de esto.

Pero cambió de color cuando el ruido atravesó la puerta y se introdujo en la habitación.
Era Marley. En la cintura llevaba una cadena que se enroscaba como un rabo. Scrooge observó detenidamente que estaba hecha de libros de caja, llaves, candados, escrituras y pesadas bolsas. El cuerpo era transparente y aunque Scrooge examinaba al fantasma de pié ante él, continuaba incrédulo y luchaba contra sus sentidos.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres de mí? -preguntó Scrooge, cáustico y frío.
-Mucho.
Era la voz de Marley realmente.
-¿Quién eres?
-En vida fui tu socio Jacobo Marley.
-¿Puedes, puedes sentarte? -preguntó Scrooge con aire dudoso.
El espectro se sentó al otro lado de la chimenea.
-No crees en mí -observó el espectro.
-No -contestó Scrooge.
-¿Por qué dudas de tus sentidos?
-Porque cualquier cosa pequeña los afecta. Un ligero desarreglo del estómago los engaña. Puede que seas un trozo de carne sin digerir o un poco de mostaza.
Scrooge trataba de ser agudo, como medio de distraer su propia atención y dominar así su terror, porque la voz del espectro le llegaba hasta la médula.


Charles Dickens, Canción de Navidad

Ya es Navidad no sólo en El Corte Inglés, sino en todas partes. Pese a mi odio cerval hacia la Navidad, me gusta la historia del viejo Scrooge con sus fantasmas y su arrepentimiento. Igual que sigue gustándome Qué bello es vivir (sólo en Navidad) y los Gremlins, mi película para todos los públicos favorita de todos los tiempos. Mi historia cruel antinavideña favorita de todos los tiempos, claro. ¿Por qué la chica de Gremlins odia la Navidad? Para quienes no lo recuerden, supongo será mi felicitación oficial. Ya que Bettie Page me chafó el plan A muriendo, va el plan B. ¡Qué demonios!, puede que ponga a Bettie también. Las chicas desnudas son (se supone) una constante en mi blog. Ya veremos.

De momento, queda el principio de la historia navideña más versionada de todos los tiempos. Otro motivo para odiar la Navidad: cuando alguien consigue hacer una historia buena pese a lo ñoña al respecto, va el resto de la humanidad y la versiona hasta el paroxismo.

Odio la Navidad.

Pese a ello, soy una buena persona. Nada que ver con Mr. Scrooge.

Pero es que me resulta tan rematadamente estúpido celebrar el nacimiento del hijo de un dios en el que no creo. Tanto.