Mostrando entradas con la etiqueta munch. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta munch. Mostrar todas las entradas

jueves, 1 de octubre de 2009

Lady from the sea, Munch


Ni puta idea de cómo se puede llamar en noruego.

sábado, 24 de enero de 2009

Otra de Munch...






























Y cada vez son menos pero todavía quedan cuadros de Munch que no había puesto aquí.

Siempre lo digo pero siempre queda quien piensa que es Waterhouse. Munch es mi pintor favorito. Desde el momento en que se me ocurrió tener uno, que fue muchos años antes de que a los prerrafaelistas se les ocurriera cruzarse en mi camino con su estética acojonante, sus flores y sus metros de telas con pliegues maravillosos. Munch es mi pintor favorito desde mucho tiempo antes de haber escuchado la palabra expresionismo y de conocer la décima parte de la pintura que conozco ahora (que es una proporción abrumadoramente pequeña en comparación con la que existe). Munch es mi pintor favorito por una cuestión instintiva y existencial, porque no se puede ser rarita y depresiva y no amar a Munch.

Mis vértigos y mis náuseas de los últimos dos días (y mi eterno insomnio) se llevan bien con Munch, claro. Todo en mi vida, repito, se lleva bien con Munch. Y, pese a ello, no me desespera sino que me tranquiliza.

La única catarsis real que experimento, creo.


lunes, 10 de noviembre de 2008

O joven muerta jadeando en la gran garganta oscura

FORMAS

no sé si pájaro o jaula
mano asesina
o joven muerta jadeando en la gran garganta oscura
o silenciosa
pero tal vez oral como una fuente
tal vez juglar
o princesa en la torre más alta.

Alejandra Pizarnik






Alejandra Pizarnik y Munch (lo dije aquí, lo dije en tres fotologs) se necesitan mutuamente. O puede que los necesite yo, juntos, los días que lo único que quiero es que la vida me deje en paz y largarme a lamerme heridas. No lo sé.

El texto cayó en, al menos, dos fotologs. Curiosamente, con Rossetti. Con Rossetti va Alejandra otras veces, las veces que me siento princesa en la torre más alta.

Hoy no sé lo que me siento, si pájaro o jaula, si piedra en la que tropezar o animal que tropieza. Nunca mano asesina, siempre joven muerta.

Además, hace dos meses y medio (casi) que perdí la capacidad para el llanto catártico.

Total, ¿para qué? ¿Para esto?

En un rato soy libre para lamerme heridas.

Últimamente, es lo único que sé hacer.

jueves, 9 de octubre de 2008

Más Munch... y Alejandra Pizarnik. Y mi libro favorito
















EXILIO

a Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ámgeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Alejandra Pizarnik


Esta entrada empezó teniendo muchos más cuadros de Munch y se fue haciendo sola, como en los buenos tiempos del fotolog. El texto aparecía siempre con cuadros de Rosetti, tal vez porque sólo Elizabeth Siddal con la cabeza reclinada puede transmitir la manía de saberse ángel. Pero hoy no me siento mujer fatal, sino todo lo contrario. Aunque la sombra haya muerto. Las sombras son como la energía: ni nacen ni se destruyen, sólo se transforman.

Además, el resto de poemas de Alejandra Pizarnik de mi fotolog iban con cuadros de Munch. Parecían necesitarse mutuamente.

Sé que tengo que hacerme mayor y encontrar un pintor más sosegado como favorito. También debería cambiar Sobre héroes y tumbas por, no sé, algo menos paranoico y desgarrador. Lo que sea. Cualquier cosa duele menos que la historia de los ciegos y el hombre que los sigue y su hija y el amante de ella y el amigo de casi todos que observa: el que pone las notas al pie. Hacerse mayor debe ser eso, dejar de buscar respuestas en los libros. Dejar de buscar respuestas para dejar de hacerse preguntas. Paradójico que lo mismo que nos mata sea lo que nos mantiene con vida. Y viceversa.

Hace diez días que puse una batería de cuadros de Munch, al grito de que, al final, ver su obra es la única catarsis que vale. Y leer Sobre héroes y tumbas. La primera vez que lo leí, me lo puso en la mano mi madre, a quien acababa de contar lo muchísimo que me había gustado El túnel. A ella no le había gustado porque había empezado al revés: primero Martín y Alejandra (y Fernando, y Bruno, y los ciegos); luego Juan Pablo Castel y María Iribarne. Y así no se puede. Yo tenía dieciséis años y estaba de excursión de fin de curso. Pernoctar, pernoctábamos en Torremolinos, pero estuvimos en Granada y en Córdoba. En el autobús pusieron El hombre de la máscara de hierro y yo no soportaba tamaña violación a los mosqueteros, así que saqué el libro que había llevado. Siempre, siempre llevo un libro encima. Generalmente, más. No contaba la historia de mi vida, era mucho más terrible. Mi vida, todo lo que dolían mis dieciséis años de adolescente incomprendida (ahora sé que es lo más normal del mundo, pero entonces no lo sabía) no era nada comparado con como me dolía la historia del libro. Nada.

La última vez que lo abrí (hasta hace menos de un mes, camino a Sevilla), lo dejé a medias. Hacía días que había muerto mi madre y, por una vez, la vida tenía algo contra lo que no se podía luchar. Yo nunca había sido luchadora: un par de años antes de la primera lectura de Sabato me había tomado todo el botiquín. Intenté suicidarme a base de analgésicos: entrañable y completamente inefectivo. Días después empezó la vorágine de pruebas a mi madre, que culminaron en el diagnóstico de dos hepatitis y una cirrosis. Sin emborracharse nunca en su vida, joder.

Mi madre no era como yo. No se atormentaba estúpidamente (y con ello no quiero decir que fuera feliz, aunque creo que lo fue más de lo que estoy preparada para serlo yo) y hacía más o menos lo que se esperaba de ella. Se llevaba estupendamente con sus padres y se casó jovencita con el único novio que había tenido, dejó de trabajar por ello, tuvo dos niños y, quince años después, a mí. Leyó tanto como yo o más y con menos orden, si cabe. No prefería las catarsis, sino las evasiones. Viendo películas, pedía que fueran de miedo y de risa todo a la vez. El primer libro que compró con su dinero fue el Romancero Gitano, en el 53. Tenía doce años. Jamás se le habría pasado por la cabeza suicidarse, ni a los catorce ni después. Nunca, nunca entendió por qué lo había hecho yo.

Pese a ello, y definiéndolo como "un libro inolvidable", me puso en la mano el libro que sería mi máxima obsesión siempre. Incluso durante los cinco años que no lo abrí ni una sola vez, no podía no pensar como lo habría hecho Martín. O Bruno. O Alejandra. O Fernando, según tuviera el día. Puede que a los espíritus menos atormentados este tipo de libros hagan más mella. Si no, no me lo explico. No me explico lo suyo, no lo mío. Lo mío estaba claro desde siempre, desde que era de los libros que más cambiaban en la estantería de casa desde que tuve permiso para coger más o menos lo que quisiera. Y durante muchos años no supe que era una novela. En mi casa hay millones de revistas de Historia, algo así como la mitad de los libros publicados en los últimos treinta años sobre la Guerra Civil y un par de docenas de tema histórico aleatorio. Así que yo me quedaba con los de ficción, que eran más y mucho más emocionantes. Y estaban mejor escritos. Cuando mi madre me habló de él, yo lo había visto montones de veces y no lo había abierto ni una sola. Ni una. Recuerdo comentar que sí, que era un libro que parecía perseguirme y que hasta ese día no me había fijado nunca en su autor. Y que pensaba que era algo así como un sesudo estudio antropológico sobre ritos funerarios. Y ahí vino la definición de "libro inolvidable". Y yo me lo llevé de excursión.

No fue Herman Hesse quien me enseñó a paladear la locura: fue Sabato. Antes, había sido Munch. Después, vinieron otros. Pero nadie supo hacerme ver el horror como ellos. Nadie.

No dejo un párrafo de El túnel ni de Sobre héroes y tumbas (aunque deje los links a las dos en pdf), sino de Abbadón el exterminador. La que he leído menos y la que menos duele. La que está encima de la mesilla esperando relectura. La que no está en pdf en la web.

"Una novela sobre esa búsqueda del absoluto, esa locura de adolescentes pero también de hombres que no quieren o no pueden dejar de serlo: seres que en medio del barro y el estiercol lanzan gritos de desesperación o mueren arrojando bombas en algún rincón del universo."

Ahora, quien me conozca puede buscar motivos por los que pudiera no gustarme Sabato. No los va a encontrar.

Hoy ha sido un día demasiado largo y yo debería estar durmiendo. Como siempre.


martes, 30 de septiembre de 2008

Munch

Munch, con toda su desesperación, tenía que ser mi pintor favorito. Hace un rato dije en otra parte que mi mente enferma prefiere la devastación, la desesperación (o algo por el estilo) a la belleza en sí misma.

Al final, ver a Munch es la única catarsis que vale para algo.






















































Del segundo, siempre he dicho que sería mi cuadro favorito de Munch si Munch no hubiera pintado El Grito.

Y yo era muy pequeña y ya muy atormentada y ese era ya mi cuadro favorito. Luego fui descubriendo los demás.

jueves, 3 de julio de 2008

Infelicidad




No resulta cierto que todo el mundo anda detrás de la felicidad. Hay seres que no están dotados para la felicidad y lo perciben con una dolorosa y despiadada lucidez. Esos no buscan la felicidad, sino dar un poco de forma y de estilo a su infelicidad.

Söderberg, Doctor Glas


La cita prometida.

Ayer copié en un archivo las citas de mi libreta que más me decían en ese momento. Estaba insomne y melancólica.

Ahora no tanto, pero es por eso que en el fotolog titulé al mismo texto como un ruído de fondo. Mejor no queráis saber cómo eran las otras.

martes, 24 de junio de 2008

Mi cuadro favorito




Desde que el mundo es mundo y yo era una criatura rarita. Antes de la adolescencia rebelde. Muchos años antes de desesperar a psicólogos del colegio. Incluso antes de desesperar a mi padre (mi madre siempre tuvo paciencia). Desde que lo vi por primera vez.

Ayer no me compré el libro de Taschen del Expresionismo porque era uno más para cargar en la mudanza. Esto es, me lo compraré la semana que viene. Seguro.

Por lo demás, Aullido (en los dos posts anteriores) me persigue desde hace como diez días. Al margen del anuncio de coche en el que leen a Kerouak. Ayer hablábamos (durante un concierto en que nos tiraron un gorro) de lo cíclico de determinados autores. Kerouak y Ginsberg lo son casi tanto como Hermann Hesse. Yo a quien amo es a Hermann Hesse, pero Aullido me gusta mucho.

Pero esta entrada iba por el cuadro, así que ya está.