lunes, 29 de diciembre de 2008

Folerpa (y George)

















Las fotos no las saqué yo, las sacó Rodrigo, que es quien hace ese tipo de cosas en casa.

Sí: ¿cómo pueden ser tan guapos?

sábado, 27 de diciembre de 2008

Ferrol (y esto no es sólo la canción de Los Limones)

Hace días que no actualizo esto. En parte por mi ya eterna crisis, en parte por la Navidad (¿quién fue el imbécil que permitió la Navidad en el calendario?), en parte por la ciudad que lleva aplastándome desde que tengo uso de razón y de la que uno parece que no logra huir del todo nunca, pese a los versos famosos de la canción de Los Limones.

Podría contar innúmeras cosas, todas poco interesantes. Podría hacer la famosa entrada de Hannibal Lecter siempre prometida y que nunca llega*. Estar en Ferrol tiene ese tipo de (¡mierda!: ¿cómo se dice eiva en castellano?) ese tipo de problemas, vaya.

Podría, incluso, hablar de la influencia negativa de la capital del país donde algunos dicen que vivo en mis sobrinos. Sobre todo en mi sobrina mayor, que anda con gomas del pelo en formato banderita en la muñeca y va a misa todos los domingos. Y que yo tocara la guitarra en misa a esa edad, no tiene nada que ver con esto. Ni que haga una semana que cogí una guitarra por primera vez en cinco años, aunque ya no me acuerde de nada. Ni que, citando otra vez a Los Limones (salieron ayer en una conversación y no me los quito de la cabeza), me dé por la alegría de la infelicidad. Incluso hubo un tiempo en que sabía tocar canciones de Los Limones. Que todavía tengo cintas, pero mi casette está en Santiago (y las cintas aquí). Que no dejé de tocar la guitarra como dejé de escribir, porque otros lo hicieran mejor (¡era algo tan innegable, en el caso de la guitarra!), sino porque no tenía ganas de hacer nada y nada incluía tocar la guitarra.

Podría, incluso, comentar que acabo de comer arroz a la cubana y que me pareció entrañabilísimo que mi sobrina Lucía, a sus ocho años haya tenido que ir al comedor de su colegio para descubrir que, salvo en Cuba y en casa (tanto la mía como la suya), el mundo llama arroz a la cubana al arroz blanco con huevo frito y tomate. Sin plátano. La primera vez que tomé conciencia de ello pensé que el mundo se desmoronaba y era la única que se daba cuenta de ello. Igual que cuando descubrí que lo que era raro era no echarle azúcar al yogur (esto es: la rara era yo)

Es decir, podría hacer una entrada muy estúpida a costa de estupideces que van desde la supuesta gloria del grupo local, hasta comentarios gastronómicos de perogrullo. Pasando, es obvio, por mi eterna crisis y las putas Navidades. Nada interesante. Además, ni siquiera redacto bien. Y es culpa de Ferrol, como todo.

Así que, dado que las únicas actualizaciones que sé hacer desde esta habitación van, bien sobre Hannibal Lecter, bien sobre mi incapacidad congénita para enfrentarme al mundo en cuanto empiezo a acercarme al pueblo donde perder es lo normal, me callo ya y dejo la canción**. Porque es cierto que describe totalmente al lugar donde me tocó crecer. Y no, yo no nací aquí y no pienso quedarme.



Vivo al lado del mar,
en un pueblo donde
perder es lo normal,
los que pudieron escapar
juraron no volver jamas.
Hoy empezó a llover,
y todo a seguir igual,
igual de mal, igual de bien
y para que, no tengo prisa,
no nací para perder mi tren.
Las rias altas llevaran
los sueños y la realidad,
sera otro dia mas,
simplemente un dia mas.

La fabrica cerró,
las maquinas pararon
se secó el sudor.
La cabeza bien alta
cuando se tiene valor,
para andar por la vida
como el mejor perdedor.
Que importan hoy,
los bolsillos del pantalón
lo que esta dentro se lleva,
se tiene o no.
La costa oeste mirara
toda la vida cara el mar,
aqui me encontraras,
aqui tengo mi hogar.

Se que aqui naci
y aqui quiero quedar
aqui esta mi hogar,
donde se acaba el mar.

Sigo una tradicion,
costumbres que esta vez
mi tierra me enseño
vivir con el misterio
de saber si vengo o voy
y aunque lo tengo claro
solo muestro indecision.
La confusion no es mi defecto
y hasta hoy me entrego como
y cuando quiero solo yo.
Ahora ya sabes como soy,
donde dejé mi corazon
donde mi corazon, donde mi corazon.

Se que aqui naci
y aqui quiero quedar
aqui esta mi hogar,
donde se acaba el mar.



* En mi primer y vilmente asesinado (por mí) Once upon a midnight dreary, blog que empezó porque por la ventana de esta habitación entraba un wifi ajeno, de las cuatro ó cinco entradas que llegó a haber, dos ó tres iban sobre Hannibal Lecter. Días antes de que salieran casi simultáneamente el último libro y la última película.

** Sí, las canciones de Los Limones también me recuerdan a cuando era pequeña y, de vez en cuando, hasta me gustan.

martes, 23 de diciembre de 2008

Para empezar, Marley estaba muerto


Para empezar, Marley estaba muerto. No había ninguna duda sobre ello. El certificado de su entierro fue firmado por el clérigo, por el escribano, por el empresario de pompas fúnebres y por el que preside el duelo. Scrooge lo firmó también, y cualquier cosa que en la bolsa tuviese su nombre debajo, era buena. Marley había muerto. Esto debe quedar claro, porque de lo contrario no puede resultar nada extraordinario de la historia que voy a contar.
Scrooge nunca borró el nombre del viejo Marley. La firma era conocida como "Scrooge y Marley", unas veces le llamaban Scrooge y otras Marley, pero él contestaba a ambos nombres. Le daba igual.
Era tacaño el viejo Scrooge, duro y cortante como un pedernal; gruñón, reservado y solitario como una ostra. El frío que llevaba dentro helaba sus viejas facciones, mordía su nariz afilada, arrugaba sus mejillas, endurecía su forma de
andar, enrojecía sus ojos, ponía azules sus labios delgados y salía al exterior en su voz ronca.
Una vez, el mejor día del año, es decir la víspera de Navidad, el viejo Scrooge estaba sentado, muy atareado en su despacho. El tiempo era crudo, frío y nevaba. Los relojes acababan de dar las tres, pero ya había oscurecido. La puerta del despacho de Scrooge estaba abierta para poder echar el ojo a su escribiente, que copiaba cartas más allá. Scrooge tenía un fuego raquítico, pero el del escribiente era un solo carbón.
¡Felices Navidades, tío! ¡Dios te guarde! -gritó una voz animada.
Era el sobrino de Scrooge.
- ¡Bah! -dijo Scrooge-. ¡Paparruchas!

El sobrino estaba resplandeciente, la cara rubicunda y hermosa.
-¿La Navidad una paparrucha, tío? No quieres decir eso, ¿verdad?
- ¡Sí! -dijo Scrooge- ¡Felices Navidades! ¿Qué razones tienes tú para ser feliz? Eres tremendamente pobre.
-Entonces -replicó el sobrino-, ¿qué derecho tienes tú de estar triste? Eres tremendamente rico.
Al no tener respuesta apropiada, Scrooge dijo de nuevo:
- ¡Bah! ¡Paparruchas!
-No seas arisco, tío -dijo el sobrino.
-¿Qué otra cosa puedo ser cuando vivo en semejante mundo de idiotas? -contestó-. ¡Fuera con las felices Navidades! ¿Qué es para ti el tiempo de Navidad sino el de pagar facturas sin tener el dinero, de encontrarse un año más viejo y ni una sola hora más rico? Si pudiera hacer mi voluntad -continuó indignado- habría de cocer en su propia salsa a todos los necios que van por ahí con el "Felices
Navidades". ¡Vaya que sí!
- ¡Tío! -suplicó el sobrino.
- ¡Sobrino! ¡Festeja las Navidades a tu modo y déjame a mí el mío! ¡Mucho bien
pueden hacerte y mucho te han hecho! -dijo con ironía.
-Considero a las Navidades una buena época -contestó el sobrino-, amable, llena de perdón y caridad; el único momento, que yo sepa, en que los hombres parecen abrir de par en par sus corazones cerrados. Y por eso, tío, aunque las Navidades nunca me han metido ni una raspadura de oro en el bolsillo, creo que me han
hecho bien y que me lo harán en el futuro, así que digo: ¡Que Dios las bendiga!
El escribiente aplaudió sin querer.
-Si le vuelvo a escuchar -dijo Scrooge-, celebrará las Navidades perdiendo su empleo.
No te enfades tío. Vamos, ven a comer con nosotros mañana. Scrooge dijo que prefería verlo en el infierno.
-Pero, ¿por qué?
-¿Por qué te casaste?
- ¡Porque estaba enamorado!
- ¡Porque estabas enamorado! -gruñó Scrooge, como si eso fuese la única cosa en el mundo más ridícula que unas felices Navidades-. "Buenas tardes".
-Nunca fuiste a visitarme antes de que me casara. ¿Por qué ahora lo das como razón para no venir?
_" Buenastardes".
-Siento, de corazón, verte tan obstinado, pero en homenaje a la Navidad conservaré mi espíritu navideño, así que: ¡Felices Navidades!
-"Buenas tardes".
El sobrino dejó el despacho sin una palabra de enfado. Felicitó al dependiente y salió, dejando entrar a dos caballeros que llevaban libros y papeles.
-¿Tengo el placer de dirigirme al señor Scrooge o al señor Marley?
-El señor Marley lleva siete años de muerto -replicó Scrooge.
-No dudamos que su generosidad estará representada por el socio superviviente.
Al oír la palabra "generosidad´ Scrooge frunció el ceño.
-En esta época de fiestas, señor Scrooge, es de desear que hagamos alguna provisión para los pobres y desvalidos. Muchos niños carecen de lo elemental.
-¿No hay cárceles? -preguntó Scrooge-. ¿Funcionan los asilos?
-Sí, todavía. Me gustaría poder decir que no.
- ¡Vaya! Me satisface escuchar esto.
-Nos estamos esforzando en recabar fondos para los pobres y elegimos esta época porque es cuando se siente más la necesidad.
¿Por qué cantidad quiere que lo anote?
-Por nada.
-¿Desea ser anónimo?
-Deseo que me dejen solo -dijo Scrooge-. Yo no me divierto en la Navidad y no puedo permitirme el lujo de que lo haga la gente ociosa.
Contribuyo a sufragar los establecimientos mencionados. Cuestan bastante, y los que se encuentran en mala situación allí deben de ir.
-Muchos no pueden y otros preferirían morir antes.
-Si prefieren morir, es mejor que lo hagan y así aliviarán el exceso de población. ¡Buenas tardes, caballeros! Viendo que era inútil persistir, los caballeros se retiraron.
Por fin llegó la hora de cerrar el despacho. Scrooge se marchó y tomó su melancólica cena de costumbre y después de haber pasado agradablemente la velada con su libro de balances, se fue a dormir. Vivía en unas habitaciones que en otros tiempos pertenecieron a su difunto socio. Era un conjunto tenebroso y de aspecto amenazador, al fondo de un edificio de oficinas.
Scrooge tenía tanta fantasía como cualquier otra persona del barrio comercial de Londres, y hay que tener presente que no había concedido a Marley otro pensamiento desde que lo mencionó por la tarde. Así quisiera que alguien me explicase cómo Scrooge, que ya tenía la llave en la cerradura, sin que nada hubiese cambiado, contempló la cara de Marley en lugar del aldabón. Su cara, ni furiosa ni enfadada, sólo miraba a Scrooge como Marley solía hacerlo, con una expresión de horror que parecía existir a pesar de la cara y más allá de su voluntad.
Cuando Scrooge volvió a mirar fijamente sólo se encontró con el aldabón.
Sería mentir decir que no se sorprendió o que su sangre no experimentó una terrible sensación, olvidada desde la infancia. Sin embargo abrió y entró.
Encendió una vela y miró con cautela. Pero en el interior de la puerta no había nada.
- ¡Bah! ¡Bah! -dijo y cerró la puerta de un golpe.
Sala de estar, dormitorio, cuarto de trastos, todo estaba como tenía que estar. Nadie debajo de la cama, nadie debajo del sofá. Satisfecho por completo, se sentó a fin de tomar una sopa de avena. Después, dio varias vueltas por la habitación y se volvió a sentar. Al reclinar la cabeza hacia atrás, su mirada descansó por casualidad en una campana que no se usaba, y fue entonces cuando, con terror extraño e inexplicable, contempló cómo la campana empezaba a oscilar. No duró más de medio minuto, pero pareció una hora. Siguió un ruido metálico en las profundidades, como si alguien arrastrase una cadena. El ruido fue subiendo las escaleras yendo directamente hacia la puerta.
- ¡Paparruchas! -dijo Scrooge-. No creo en nada de esto.

Pero cambió de color cuando el ruido atravesó la puerta y se introdujo en la habitación.
Era Marley. En la cintura llevaba una cadena que se enroscaba como un rabo. Scrooge observó detenidamente que estaba hecha de libros de caja, llaves, candados, escrituras y pesadas bolsas. El cuerpo era transparente y aunque Scrooge examinaba al fantasma de pié ante él, continuaba incrédulo y luchaba contra sus sentidos.
-¿Qué pasa? ¿Qué quieres de mí? -preguntó Scrooge, cáustico y frío.
-Mucho.
Era la voz de Marley realmente.
-¿Quién eres?
-En vida fui tu socio Jacobo Marley.
-¿Puedes, puedes sentarte? -preguntó Scrooge con aire dudoso.
El espectro se sentó al otro lado de la chimenea.
-No crees en mí -observó el espectro.
-No -contestó Scrooge.
-¿Por qué dudas de tus sentidos?
-Porque cualquier cosa pequeña los afecta. Un ligero desarreglo del estómago los engaña. Puede que seas un trozo de carne sin digerir o un poco de mostaza.
Scrooge trataba de ser agudo, como medio de distraer su propia atención y dominar así su terror, porque la voz del espectro le llegaba hasta la médula.


Charles Dickens, Canción de Navidad

Ya es Navidad no sólo en El Corte Inglés, sino en todas partes. Pese a mi odio cerval hacia la Navidad, me gusta la historia del viejo Scrooge con sus fantasmas y su arrepentimiento. Igual que sigue gustándome Qué bello es vivir (sólo en Navidad) y los Gremlins, mi película para todos los públicos favorita de todos los tiempos. Mi historia cruel antinavideña favorita de todos los tiempos, claro. ¿Por qué la chica de Gremlins odia la Navidad? Para quienes no lo recuerden, supongo será mi felicitación oficial. Ya que Bettie Page me chafó el plan A muriendo, va el plan B. ¡Qué demonios!, puede que ponga a Bettie también. Las chicas desnudas son (se supone) una constante en mi blog. Ya veremos.

De momento, queda el principio de la historia navideña más versionada de todos los tiempos. Otro motivo para odiar la Navidad: cuando alguien consigue hacer una historia buena pese a lo ñoña al respecto, va el resto de la humanidad y la versiona hasta el paroxismo.

Odio la Navidad.

Pese a ello, soy una buena persona. Nada que ver con Mr. Scrooge.

Pero es que me resulta tan rematadamente estúpido celebrar el nacimiento del hijo de un dios en el que no creo. Tanto.

sábado, 20 de diciembre de 2008

No he querido saber, pero he sabido...




No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él. Llevaba la servilleta en la mano, y no la soltó hasta que al cabo de un rato reparó en el sostén tirado sobre el bidet, y entonces lo cubrió con el paño que tenía a mano o tenía en la mano y sus labios habían manchado, como si le diera más vergüenza la visión de la prenda íntima que la del cuerpo derribado y semidesnudo con el que la prenda había estado en contacto hasta hacía muy poco: el cuerpo sentado a la mesa o alejándose por el pasillo o también de pie. Antes, con gesto automático, el padre había cerrado el grifo del lavabo, el del agua fría, que estaba abierto con mucha presión. La hija había estado llorando mientras se ponía ante el espejo, se abría la blusa, se quitaba el sostén y se buscaba el corazón, porque, tendida en el suelo frío del cuarto de baño enorme, tenía los ojos llenos de lágrimas, que no se habían visto durante el almuerzo ni podían haber brotado después de caer sin vida. En contra de su costumbre y de la costumbre general, no había echado el pestillo, lo que hizo pensar al padre (pero brevemente y sin pensarlo apenas, en cuanto tragó) que quizá su hija, mientras lloraba, había estado esperando o deseando que alguien abriera la puerta y le impidiera hacer lo que había hecho, no por la fuerza sino con su mera presencia, por la contemplación de su desnudez en vida o con una mano en el hombro. Pero nadie (excepto ella ahora, y porque ya no era una niña) iba al cuarto de baño durante el almuerzo. El pecho que no había sufrido el impacto resultaba bien visible, maternal y blanco y aún firme, y fue hacia él hacia donde se dirigieron instintivamente las primeras miradas, más que nada para evitar dirigirse al otro, que ya no existía o era sólo sangre. Hacía muchos años que el padre no había visto ese pecho, dejó de verlo cuando se transformó o empezó a ser maternal, y por eso no sólo se sintió espantado, sino también turbado. La otra niña, la hermana, que sí lo había visto cambiado en su adolescencia y quizá después, fue la primera en tocarla, y con una toalla (su propia toalla azul pálido, que era la que tenía tendencia a coger) se puso a secarle las lágrimas del rostro mezcladas con sudor y con agua, ya que antes de que se cerrara el grifo, el chorro había estado rebotando contra la loza y habían caído gotas sobre las mejillas, el pecho blanco y la falda arrugada de su hermana en el suelo. También quiso, apresuradamente, secarle la sangre como si eso pudiera curarla, pero la toalla se empapó al instante y quedó inservible para su tarea, también se tiñó. En vez de dejarla empaparse y cubrir el tórax con ella, la retiró en seguida al verla tan roja (era su propia toalla) y la dejó colgada sobre el borde de la bañera, desde donde goteó. Hablaba, pero lo único que acertaba a decir era el nombre de su hermana, y a repetirlo. Uno de los invitados no pudo evitar mirarse en el espejo a distancia y atusarse el pelo un segundo, el tiempo suficiente para notar que la sangre y el agua (pero no el sudor) habían salpicado la superficie y por tanto cualquier reflejo que diera, incluido el suyo mientras se miró. Estaba en el umbral, sin entrar, al igual que los otros dos invitados, como si pese al olvido de las reglas sociales en aquel momento, consideraran que sólo los miembros de la familia tenían derecho a cruzarlo. Los tres asomaban la cabeza tan sólo, el tronco inclinado como adultos escuchando a niños, sin dar el paso adelante por asco o respeto, quizá por asco, aunque uno de ellos era médico (el que se vio en el espejo) y lo normal habría sido que se hubiera abierto paso con seguridad y hubiera examinado el cuerpo de la hija, o al menos, rodilla en tierra, le hubiera puesto en el cuello dos dedos. No lo hizo, ni siquiera cuando el padre, cada vez más pálido e inestable, se volvió hacia él y, señalando el cuerpo de su hija, le dijo “Doctor”, en tono de imploración pero sin ningún énfasis, para darle la espalda a continuación, sin esperar a ver si el médico respondía a su llamamiento. No sólo a él y a los otros les dio la espalda, sino también a sus hijas, a la viva y a la que no se atrevía a dar aún por muerta, y, con los codos sobre el lavabo y las manos sosteniendo la frente, empezó a vomitar cuanto había comido, incluido el pedazo de carne que acababa de tragarse sin masticar. Su hijo, el hermano, que era bastante más joven que las dos niñas, se acercó a él, pero a modo de ayuda sólo logró asirle los faldones de la chaqueta, como para sujetarlo y que no se tambaleara con las arcadas, pero para quienes lo vieron fue más bien un gesto que buscaba amparo en el momento en que el padre no se lo podía dar. Se oyó silbar un poco. El chico de la tienda, que a veces se retrasaba con el pedido hasta la hora de comer y estaba descargando sus cajas cuando sonó la detonación, asomó también la cabeza silbando, como suelen hacer los chicos al caminar, pero en seguida se interrumpió (era de la misma edad que aquel hijo menor), en cuanto vio unos zapatos de tacón medio descalzados o que sólo se habían desprendido de los talones y una falda algo subida y manchada – unos muslos manchados –, pues desde su posición era cuanto de la hija caída se alcanzaba a ver. Como no podía preguntar ni pasar, y nadie le hacía caso y no sabía si tenía que llevarse cascos de botellas vacíos, regresó a la cocina silbando otra vez (pero ahora para disipar el miedo o aliviar la impresión), suponiendo que antes o después volvería a aparecer por allí la doncella, quien normalmente le daba las instrucciones y no se hallaba ahora en su zona ni con los del pasillo, a diferencia de la cocinera, que, como miembro adherido de la familia, tenía un pie dentro del cuarto de baño y otro fuera y se limpiaba las manos con el delantal, o quizá se santiguaba con él. La doncella, que en el momento del disparo había soltado sobre la mesa de mármol del office las fuentes vacías que acababa de traer, y por eso lo había confundido con su propio y simultáneo estrépito, había estado colocando luego en una bandeja, con mucho tiento y poca mano – mientras el chico vaciaba sus cajas con ruido también –, la tarta helada que le habían mandado comprar aquella mañana por haber invitados; y una vez lista y montada la tarta, y cuando hubo calculado que en el comedor habrían terminado el segundo plato, la había llevado hasta allí y la había depositado sobre una mesa en la que, para su desconcierto, aún había restos de carne y cubiertos y servilletas soltados de cualquier manera sobre el mantel y ningún comensal (sólo había un plato totalmente limpio, como si uno de ellos, la hija mayor, hubiera comido más rápido y lo hubiera rebañado además, o bien ni siquiera se hubiera servido carne). Se dio cuenta entonces de que, corno solía, había cometido el error de llevar el postre antes de retirar los platos y poner otros nuevos, pero no se atrevió a recoger aquéllos y amontonarlos por si los comensales ausentes no los daban por finalizados y querían reanudar (quizá debía haber traído fruta también). Como tenía ordenado que no anduviera por la casa durante las comidas y se limitara a hacer sus recorridos entre la cocina y el comedor para no importunar ni distraer la atención, tampoco se atrevió a unirse al murmullo del grupo agrupado a la puerta del cuarto de baño por no sabía aún qué motivo, sino que se quedó esperando, las manos a la espalda y la espalda contra el aparador, mirando con aprensión la tarta que acababa de dejar en el centro de la mesa desierta y preguntándose si no debería devolverla a la nevera al instante, dado el calor. Canturreó un poco, levantó un salero caído, sirvió vino a una copa vacía, la de la mujer del médico, que bebía rápido. Al cabo de unos minutos de contemplar cómo esa tarta empezaba a perder consistencia, y sin verse capaz de tomar una decisión, oyó el timbre de la puerta de entrada, y como una de sus funciones era atenderla, se ajustó la cofia, se puso el delantal más recto, comprobó que sus medias no estaban torcidas y salió al pasillo. Echó un vistazo fugaz a su izquierda, hacia donde estaba el grupo cuyos murmullos y exclamaciones había oído intrigada, pero no se entretuvo ni se acercó y fue hacia la derecha, como era su obligación. Al abrir se encontró con risas que terminaban y con un fuerte olor a colonia (el descansillo a oscuras) procedente del hijo mayor de la familia o del reciente cuñado que había regresado de su viaje de bodas no hacía mucho, pues llegaban los dos a la vez, posiblemente porque habían coincidido en la calle o en el portal (sin duda venían a tomar café, pero nadie había hecho aún el café). La doncella casi rió por contagio, se hizo a un lado y los dejó pasar, y aún tuvo tiempo de ver cómo cambiaba en seguida la expresión de sus rostros y se apresuraban por el pasillo hacia el cuarto de baño de la multitud. El marido, el cuñado, corría detrás muy pálido, con una mano sobre el hombro del hermano, como si quisiera frenarlo para que no viera lo que podía ver, o bien agarrarse a él. La doncella no regresó ya al comedor, sino que los siguió, apretando también el paso por asimilación, y cuando llegó a la puerta del cuarto de baño volvió a notar, aún más fuerte, el olor a colonia buena de uno de los caballeros o de los dos, como si se hubiera derramado un frasco o lo hubiera acentuado un repentino sudor. Se quedó allí sin entrar, con la cocinera y con los invitados, y vio, de reojo, que el chico de la tienda pasaba ahora silbando de la cocina al comedor, buscándola seguramente; pero estaba demasiado asustada para llamarle o reñirle o hacerle caso. El chico, que había visto bastante con anterioridad, sin duda permaneció un buen rato en el comedor y luego se fue sin decir adiós ni llevarse los cascos de botellas vacíos, ya que cuando horas después la tarta derretida fue por fin retirada y arrojada a la basura envuelta en papel, le faltaba una considerable porción que ninguno de los comensales se había comido y la copa de la mujer del médico volvía a estar sin vino.

Javier Marías, Corazón tan blanco



Me lo he comprado hoy. Le tenía ganas, después de este principio. Lógicamente.

Falta una frase para completar el párrafo inicial. Una frase que conecta el principio con el momento actual, con la historia que (creo) comienza. Por eso, la pongo aparte: "Todo el mundo dijo que Ranz, el cuñado, el marido, mi padre, había tenido muy mala suerte, ya que enviudaba por segunda vez."

Alterno con la crisis positiva de Martín Romaña. ¿Quién coño quiere una crisis positiva? Aprovechemos la crisis y hundámonos, de verdad, en la mierda. Más, si cabe.

Además, y por si fuera poco, ya es Navidad. Casi.

Y son las siete de la mañana y aquí estoy yo, actualizando el blog.

viernes, 19 de diciembre de 2008

It's not easy facing up when your whole world is black




I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black
I see the girls walk by dressed in their summer clothes
I have to turn my head until my darkness goes

I see a line of cars and they're all painted black
With flowers and my love, both never to come back
I see people turn their heads and quickly look away
Like a newborn baby it just happens ev'ryday

I look inside myself and see my heart is black
I see my red door and it has been painted black
Maybe then I'll fade away and not have to face the facts
It's not easy facing up when your whole world is black

No more will my green sea go turn a deeper blue
I could not forsee this thing happening to you
If I look hard enough into the setting sun
My love will laugh with me before the morning comes

I see a red door and I want it painted black
No colors anymore I want them to turn black
I see the girls walk by dressed in their summer clothes
I have to turn my head until my darkness goes

Hmm, hmm, hmm...

I wanna see it painted black, painted black
Black as night, black as coal
I wanna see the sun, blotted out from the sky
I wanna see it painted, painted, painted, painted black
Yeah


Todo un clásico...

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Una crisis positiva





Mi nombre es Martín Romaña y esta es la historia de mi crisis positiva. Y la historia también de mi cuaderno azul. Y la histora además de cómo un día necesité un cuaderno rojo para continuar la historia del cuaderno azul. Todo, en un sillón Voltaire.

En efecto, el día siete de junio de 1978, entré en crisis, como suele decirse por ahí, aunque positiva, en mi caso, pues logré por fin salir de la melancolía blue blue blue, como solía llamarla Octavia, que fue primero Octavia de Cádiz a secas, porque durante largo tiempo la conocí sólo en estado o calidad de aparición, sí, lo cual me impedía, como es lógico, bañarla en ternura con miles de apodos que prácticamente no vendrán al caso en el cuaderno azul, pero que en cambio justificarán plenamente la adquisición del cuaderno rojo. Plenamente, Octavia.
Cabe advertir, también, que el parecido con la realidad de la que han sido tomados los hechos no será a menudo una simple coincidencia, y que lo que intento es llevar a cabo, con modestia aparte, mucha ilusión y justicia distributiva, un esforzado ejercicio de interpretación, entendimiento y cariño multidireccional, del tipo a ver qué ha pasado aquí.

Alfredo Bryce Echenique, La vida exagerada de Martín Romaña



Releo a Martín Romaña para convertir en positiva mi crisis. O intentarlo. O, al menos, disfrutar con las desventuras de su exagerada vida. Releo Martín Romaña y, como la primera vez que lo leí, hace unos diez años, me planteo comprarme un cuaderno azul. Y otro rojo. Y un sillón Voltaire.

Hubo un tiempo en que declaraba que Bryce era mi escritor. Fue antes del Planeta, antes de la violación a su propia obra que declaran es Pancho Marambio, novela que todavía no me he atrevido a leer. Sin embargo, pocos autores me hacen tan feliz como Bryce. Más Martín Romaña. Más, Julius. Más, el pobre de San Pedro Balbuena que fue tantas veces Pedro y nunca supo negar a nadie. Infinitamente algunos de los capítulos de sus Antimemorias. Algún día, Bryce volverá a escribir. Sin necesidad de que (se rumorea) lo encierren en un piso, le prohiban beber y le digan "escribe algo, que te damos el Planeta". Algún día lo hará. Si no, siempre nos quedarán París y su Guía triste.

¿Plagios? Siempre diré que es una buena noticia, que hay más de un Bryce suelto.

Siempre que me tiembla la mano con un vaso con hielo, pienso en Martín Romaña. Y otras muchas veces.

Soy un ser tremendamente parcial, lo sé. Pese a ello, ya no leo a quien fue mi escritor favorito.




domingo, 14 de diciembre de 2008

Le tourbillon de la vie




Elle avait des bagues à chaque doigt,
Des tas de bracelets autour des poignets,
Et puis elle chantait avec une voix
Qui, sitot, m'enjola.

Elle avait des yeux, des yeux d'opale,
Qui me fascinaient, qui me fascinaient.
Y avait l'ovale de son visage pâle
De femme fatale qui m'fut fatale.
De femme fatale qui m'fut fatale.

On s'est connus, on s'est reconnus,
On s'est perdus de vue, on s'est r'perdus d'vue
On s'est retrouvés, on s'est réchauffés,
Puis on s'est séparés.

Chacun pour soi est reparti.
Dans l'tourbillon de la vie
Je l'ai revue un soir, hàie, hàie, hàie
Ça fait déjà un fameux bail.
Ça fait déjà un fameux bail.

Au son des banjos je l'ai reconnue.
Ce curieux sourire qui m'avait tant plu.
Sa voix si fatale, son beau visage pâle
M'émurent plus que jamais.

Je me suis soûlé en l'écoutant.
L'alcool fait oublier le temps.
Je me suis réveillé en sentant
Des baisers sur mon front brûlant.
Des baisers sur mon front brûlant.

On s'est connus, on s'est reconnus.
On s'est perdus de vue, on s'est r'perdus de vue
On s'est retrouvés, on s'est séparés.
Puis on s'est réchauffés.

Chacun pour soi est reparti.
Dans l'tourbillon de la vie.
Je l'ai revue un soir ah là là
Elle est retombée dans mes bras.
Elle est retombée dans mes bras.

Quand on s'est connus,
Quand on s'est reconnus,
Pourquoi se perdre de vue,
Se reperdre de vue ?

Quand on s'est retrouvés,
Quand on s'est réchauffés,
Pourquoi se séparer ?

Alors tous deux on est repartis
Dans le tourbillon de la vie
On à continué à tourner
Tous les deux enlacés
Tous les deux enlacés.


¿Jim y Jules? No: Jules y Jim.

Catherine es uno de los personajes femeninos que más me gustan en la historia del cine. Al menos, del cine que yo haya visto.

martes, 9 de diciembre de 2008

Todos los niños crecen, excepto uno

UNAS PALABRAS PARA PETER PAN

"No puedo ya ir contigo, Peter. He olvidado volar, y...
Wendy se levantó y encendió la luz: él
lanzó un grito de dolor... »
James Matthew Barrie, Peter Pan.

Pero conoceremos otras primaveras, cruzarán el cielo otros nombres -Jane, Margaret-. El desvío en la ruta, la visita a la Isla-Que-No-Existe, está previsto en el itinerario. Cruzarán el cielo otros nombres hasta ser llamados, uno tras otro, por la voz de la señora Darling (el barco pirata naufraga, Campanilla cae al suelo sin un grito, los Niños Extraviados vuelven el rostro a sus esposas o toman sus carteras de piel bajo el brazo, Billy el Tatuado saluda cortésmente, el señor Darling invita a todos ellos a tomar el té a las cinco). Las pieles de animales, el polvo mágico que necesitaba de la complicidad de un pensamiento, es puesto tras de la pizarra, en una habitación para ellos destinada en el n° 14 de una calle de Londres, en una habitación cuya luz ahora nadie enciende. Usted lleva razón, señor Darling, Peter Pan no existe, pero sí Wendy, Jane, Margaret y los Niños Extraviados. No hay nada detrás del espejo, tranquilícese, señor Darling, todo estaba previsto, todos ellos acudirán puntualmente a las cinco, nadie faltará a la mesa. Campanilla necesita a Wendy, las Sirenas a Jane, los Piratas a Margaret. Peter Pan no existe. «Peter Pan, ¿no lo sabías? Mi nombre es Wendy Darling». El río dejó hace tiempo la verde llanura, pero sigue su curso. Conocer el Sur, las Islas, nos ayudará, nos servirá de algo al fin y al cabo, durante el resto de la semana. Wendy, Wendy Darling. Deje ya de retorcerse el bigote, señor Darling, Peter Pan no es más que un nombre, un nombre más para pronunciar a solas, con voz queda, en la habitación a oscuras. Deje ya de retorcerse el bigote, todo quedará en unas lágrimas, en un sollozo apagado por la noche: todo está en orden, tranquilícese, señor Darling.

Leopoldo María Panero



Siempre he mantenido que me parecía injusto el tener que escoger entre Wendy y Campanilla. Yo quiero ser Tigrilla, la amiga de Peter. O sirena. Hay veces que querría ahogar a Wendy.

Lo único que me gusta de Wendy es que sea la única chica entre tanto Niño Perdido y que cosa la sombra de Peter.

A Campanilla, realmente no la soporto. Pese a ello, bato palmas periódicamente, para demostrar que creo en las hadas y salvarla.

Tal vez porque envidio su capacidad para hacer volar a otros. Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo.

Yo claro que sé volar. Y hacer todo lo que sabe hacer una piel roja como dios manda.

Ni Wendy ni Campanilla, no. Que se peleen ellas por Peter.

Todos los niños crecen, excepto uno. Y ahora viene Panero a contarnos que no existe.

Pero Nunca Jamás, sí. Si no, ¿dónde se supone que vivo yo?



viernes, 5 de diciembre de 2008

Si cantara el gallo rojo, otro gallo cantaría...

Nada que ver con las dos anteriores.



Cuando canta el gallo negro
es que ya se acaba el día.
Si cantara el gallo rojo
otro gallo cantaría.

Ay, si es que yo miento,
que el cantar que yo canto
lo borre el viento.
Ay, qué desencanto
si me borrara el viento
lo que yo canto.


Se encontraron en la arena
los dos gallos frente a frente.
El gallo negro era grande
pero el rojo era valiente.

Se miraron a la cara
y atacó el negro primero.
El gallo rojo es valiente
pero el negro es traicionero.

Gallo negro, gallo negro,
gallo negro, te lo advierto:
no se rinde un gallo rojo
mas que cuando está ya muerto.

Chicho Sánchez Ferlosio


Filología en Santiago es la única de todas las facultades que estuvieron cerradas en la LOU que no se ha encerrado por Bologna. Nunca pensé (era la más pequeña) ser veterana de la LOU, pero lo soy.

Y la Filología como disciplina se ha ido al carajo y a sus estudiantes les da igual. Les daba igual el otro día en la mesa redonda del simposio de Lingüística Románica (se limitaban a decir que cómo no iba a desaparecer la Filología Románica si éramos tan pocos) y les da igual todo. Ellos han venido a aprender inglés. O francés. O alemán, o lo que sea. O a defender el gallego frente al manifiesto por la lengua única (ojo: yo también). ¿Dónde está la gente que quiere hacer ediciones críticas? ¿Gramática histórica? Porque, para aprender idiomas, mejor las EOIs. Y, para leer, lo digo por experiencia, mejor meterse en la biblioteca.

¿O es que vamos todos para profes de secundaria? Pues para eso mejor hacer Magisterio, que es más corto, hay más plazas y los niños son bastante más fáciles de afrontar que los adolescentes. ¿No?

No, la de Chicho no es de las canciones que fueron banda sonora del feche de filologia. Si lo fue, yo no me enteré. Pero sí considero que defender con uñas y dientes las carreras minoritarias y las disciplinas de humanidades es una forma de luchar contra el gallo negro. Y, recordemos: no se rinde un gallo rojo más que cuando está ya muerto. Y la cultura, por más que nos estemos empeñando, no es tan fácil de borrar. No lo es.

Mientras, seguiremos recitando cansós en occitano cuando estemos borrachos. Desde el alcohol también se puede cambiar el mundo.

Desde la poesía no hace falta decir que también. ¿O sí?

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Ya puestos...

... y haciendo un tremendo alarde de originalidad:



La letra está en la entrada anterior.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Bitte geh nicht fort




Bitte geh nicht fort
Was ich auch getan
Was ich auch gesagt
Glaube nicht ein Wort
Denk' nicht mehr daran
Oft sagt man im Streit
Worte, die man dann
Später tief bereut
Denn ich weiß genau
Ohne dich, da wär'
Jeder Tag so grau
Wär' mein Leben leer
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bleibe nah bei mir
Gib mir deine Hand
Ich erzähle dir von dem fernen Land
Wo man keinen Zorn, keine Tränen kennt
Keine Macht der Welt Liebende mehr trennt
Wo die Sonne scheint fast das ganze Jahr
Wo die Rosen blühen schon im Januar
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort
Laß mich nicht allein
Wenn du mich verläßt
Stürzt der Himmel ein
Laß uns so wie einst
Stumm am Fenster stehn
Traumverloren sehn wie die Nebel drehn
Bis am Himmelszelt
Voll der Mond erscheint
Unsre beiden Schatten
Liebevoll vereint
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geht nicht fort, bitte geh nicht fort
Glaube mir, ich werd' deine Sehnsucht stillen
Werd' dir jeden Wunsch dieser Welt erfüllen
Werde alles tun, was ich hab' versäumt
Um die Frau zu sein, die du dir erträumt
Du mußt mir verzeihen, ich beschwöre dich
Laß mich nicht allein, denn ich liebe dich
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort
Was ich auch getan
Was ich auch gesagt
Glaube nicht ein Wort
Denk' nicht mehr daran
Oft sagt man im Streit
Worte, die man dann später tief bereut
Denn ich weiß genau
Ohne dich, da wär'
Jeder Tag so grau
Wär' mein Leben leer
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort
Bitte geh nicht fort, bitte geh nicht fort



Y, para los que no sabemos alemán, la letra en francés:


Ne me quitte pas
Il faut oublier
Tout peut s'oublier
Qui s'enfuit déjà
Oublier le temps
Des malentendus
Et le temps perdu
A savoir comment
Oublier ces heures
Qui tuaient parfois
A coups de pourquoi
Le coeur du bonheur
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas


Moi je t'offrirai
Des perles de pluie
Venues de pays
Où il ne pleut pas
Je creuserais la terre
Jusqu'après ma mort
Pour couvrir ton corps
D'or et de lumière
Je ferai un domaine
Où l'amour sera roi
Où l'amour sera loi
Où tu seras ma reine
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas


Ne me quitte pas
Je t'inventerai
Des mots insensés
Que tu comprendras
Je te parlerai
De ces amants là
Qui ont vu deux fois
Leurs coeurs s'embraser
Je te raconterai
L'histoire de ce roi
Mort de n'avoir pas
Pu te rencontrer
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas


On a vu souvent
Rejaillir le feu
D'un ancien volcan
Qu'on croyait trop vieux
Il est paraît-il
Des terres brûlées
Donnant plus de blé
Qu'un meilleur avril
Et quand vient le soir
Pour qu'un ciel flamboie
Le rouge et le noir
Ne s'épousent-ils pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas


Ne me quitte pas
Je ne vais plus pleurer
Je ne vais plus parler
Je me cacherai là
A te regarder
Danser et sourire
Et à t'écouter
Chanter et puis rire
Laisse-moi devenir
L'ombre de ton ombre
L'ombre de ta main
L'ombre de ton chien
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas
Ne me quitte pas.



Me encanta la original, pero la de Marlene siempre me hace llorar.