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viernes, 25 de junio de 2010

Nínfulas

No sé si es (conscientemente) por Alicia (que no he visto porque sé que se han cargado otra vez su condición de nínfula) pero vuelven a llevarse las lolitas. No las nínfulas. Las nínfulas son otra cosa que ya definió muy bien Nabokov en texto que no me creo que no hubiera puesto pero que pongo ahora:


"Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o tres veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica ( o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.

¿Son nínfulas todas las niñas? No, desde luego. Si pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de colegialas o girl scouts, no siempre señalará a la nínfula.

Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo, para reconocer de inmediato, por signos inefables - el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas me prohiben enumerar- al pequeño demonio mortífero ignorante de su fantástico poder."



Lolita, o sea, Dolores Haze, es una nínfula; las nenitas que pretenden imitar a la(s) de la(s) películas, rotundamente no. La de Kubrick tampoco y creo que por eso prefiero la de Adrian Lyne, en ésta la chavalita (cuyo nombre he olvidado porque ya creció y no me interesa) es maravillosa como nínfula. También es nínfula la de El cabo del miedo (no recuerdo si también la de El cabo del terror porque estaba demasiado concentrada viendo a Robert Mitchum, que cada una tiene sus debilidades...) y mi absoluta preferida: Natalie Portman patinando en círculos en el hielo y diciendo a chico guapo que toca el piano (aquí estaba demasiado concentrada viendo a Natalie para saber quién es él) "¡oh, Romeo, pobre Romeo! nuestro amor es imposible: a ti te meterían en la cárcel y yo sería el hazmerreír de las exploradoras..." en Beautiful Girls. Natalie Portman fue LA NÍNFULA y luego... creció. Como todos los niños excepto uno.

Beatrice, Laura, Annabel Lee (y a esas tres las cita Nabokov como ejemplos) son putas nínfulas. La garota de Ipanema. Virginia Clemm (o sea, Annabel Lee). Alice Liddell (¡ay!). María Valverde (insuperable su "fue el verano pasado, yo era una niña" "¿y ahora?" "ahora me queda muchísimo mejor el bañador" o su respuesta a "a mí las bragas de las niñas no me importan nada" de Tosar, diciendo "mejor: yo no llevo" en La flaqueza del bolchevique -película que fui a ver sólo por la posibilidad cumplida de la nínfula-). Ellen Page da el pego en esta película que es una revisión de Caperucita y cuyo título he olvidado.

Como no creo en las casualidades, supongo que lo de que hayan vuelto las gafas en forma de corazón meses antes de estrenarse Alicia y de cumplirse cien años de la publicación de Muerte en Venecia y que se vean lolitas (más) por todas partes, no puede ser casual. También lo explicaba muy bien Houellebecq en La posibilidad de una isla, novela que no me gustó más que por eso:


" Claro, es un poco ridículo que una mujer de treinta años compre una revista que se llame Lolita; pero no más que el hecho de comprarse un top ceñido o unos mini shorts. Su apuesta era que el sentido del ridículo, que había sido tan fuerte entre las mujeres, y especialmente las francesas, iba a desaparecer poco a poco en provecho de la pura fascinación por una juventud sin límites.

Lo menos que se puede decir es que se ha ganado la apuesta. La edad media de nuestras lectoras es de veintiocho años, y aumenta un poco todos los meses. (…) Es normal que a la gente le dé miedo envejecer, sobre todo a las mujeres, siempre ha sido así, pero esto… supera todo lo imaginable, creo que todas se han vuelto completamente locas”.


Por cierto, la chica que se tira el protagonista de la novela tampoco es una nínfula. ¡Es mayor de edad, por dios! Dada la evolución de la narrativa del bueno de Michel, en la próxima toca (y yo espero ansiosa). Las lolitas son chicas, no niñas. A los Humbert Humberts de la vida (véase Polanski, véase Lewis Carrol, véase Poe...) les gustan las nínfulas, no las adolescentes con cara de chupapollas.

Las nínfulas sólo son superadas en mi escala de fascinaciones por los vampiros y sólo porque llegaron antes y no te los cruzas por la calle; a ellas sí. Claudia, la de Entrevista con el vampiro es otra pero la última vez que vi/leí ECEV estaba en edad de serlo yo (no lo fui, por desgracia y no por falta de vocación) y no de fijarme en otras... pocas cosas "no reales" me decepcionan tanto como cuando una nínfula (de las de dominio público) crece. Lo de Natalie todavía no lo he superado. Ni creo que lo haga jamás.

Las niñas de Balthus son indiscutibles nínfulas. Alguna de las que pinta Bouguereau descalzas. Pero, sobre todo, mi último gran descubrimiento (vía tumblr):


(William Sergeant Kendall – Psyche, 1909)

Y sí, ya tengo otro monográfico pendiente: Psyches.

Este post iba a ser más largo e iba a existir antes de descubrir el cuadro; luego iba a ser sólo el cuadro y se ha quedado en esto. No se preocupen, no terminaré en la cárcel. Lo mío es puro voyeurismo: me gusta ver como afilan sus garras como quien juega. Las admiro de lejos y me limito a ser Annabel Lee en mundos virtuales: la más inocente, la de Poe y la que, además, está muerta y vive en un reino junto al mar. Nada es nunca casual ¿o se creían que lo de Annabel Lee sí lo era?


miércoles, 5 de agosto de 2009

De nínfulas y chicas tontas. Creo

No tengo vida últimamente porque estoy en recta final de un TIT que no digievoluciona como debiera pero que me impide hacer otras cosas. Lo normal y aquello que me caracteriza. Sueño con leer y leer y ver películas y películas y poder consagrarme de verdad a todo el cine que me he descargado en los últimos meses, pero no puedo. Claro que siempre cae alguna y este domingo, de vuelta de la ciudad terrible, cayó Le genou de Claire. No sé si lo he dicho, pero Eric Rohmer encarna una de mis muchas concepciones de "yo quiero contar historias así" y es uno de los responsables (aunque jamás se me haya pasado por la cabeza hacer cine: ¡ojalá valiera yo para eso!) de que no intente contarlas. Para hacer las cosas mal, no las hago, aunque sólo sea para mí. No. Hace demasiados años que decidí que los demás escribían mejor que yo y que estaban todos muertos, tal cual Pedro Páramo. ¿Hemos leído todos Pedro Páramo? Perdón a quien no lo haya hecho.

(Pedro Páramo, leído entre examen y examen de Selectividad -no lo olvidaré en la vida- también tiene parte de culpa en el fin de mi condición de adolescente que escribía. Fue algo así como un "menos mal que he dejado de escribir porque nunca llegaré a esto")

Pero hoy estamos hablando de cine, no de por qué no escribo desde hace ya casi diez años (¡la hostia!) y de historias bien contadas.

La rodilla de Clara. Clara es tonta y no sale hasta más o menos la mitad de la película. Clara no interesa (todavía). Pero hay un montón de mujeres más y un hombre con barba, barco y aire cosmopolita que vuelve al pueblo de su infancia para vender la casa familiar y se encuentra conmigo. Conmigo no, porque (¡ay mísera de mí, ay infelice!) no soy escritora ni francesa, pero con un personaje que tiene bastante que ver conmigo. Y me cuenta que se va a casar y yo le cuento que la nínfula de la casa en la que vivo está enamorada de él. Y, eso... hay una nínfula que es casi casi tan maravillosa como Natalie Portman patinando en círculos en Beautiful Girls pero que es infinitamente más francesa y más despeinada (¡ay!), una prometida ausente (se casa en agosto y la historia transcurre en julio) de la que todos dicen que parece dura y con la que lleva años de encuentros y desencuentros, la mamá de la nínfula (que se la presta para que se la lleve de excursión por la montaña y que pase la noche con él) y la tonta de Clara, hija del segundo marido (ahora ya ex-marido) de la mamá de la nínfula. Clara es de estas rubias etéreas (no como las de Sophia Coppola, afortunadamente) y preciosas hasta decir basta que no tienen el más mínimo atractivo real. Tiene una rodilla de una fragilidad que conmueve, de acuerdo, y su punto de gracia adolescente. Pero ya. Nos gusta Laura que es inteligente, no tiene un novio gilipollas como el de Clara y es nínfula. Sí, nos gusta. A todos. No sólo a mí.

No puedo contar mucho más pero es una película maravillosa. Y con nínfula. ¿He dicho ya que tiene nínfula? Y salgo yo...

No, no voy a dejar video ni foto de la rodilla. Vedla.

sábado, 18 de abril de 2009

James Abbot McNeill Whistler






















Ha sido el pintor de una tarde de sofá y echarle cuento al hecho de haber estado sin poder salir de la cama dos veces en menos de 72 horas. Y la compensación por no haber pasado la noche del viernes, como casi todas, en el Hula.

¡Odio ponerme enferma!

Pero parece que viene María a tomar un té. Eso es bueno. Las dos cosas: María y el té.

sábado, 7 de marzo de 2009

Balthus post pataleta

Ya no soy adolescente hasta mañana (como mínimo). Tuve una pataleta vía blog, pero la voy a borrar ahora mismo.

Para compensar, si es que alguien llegó a leerla, unos cuadros de Balthus que no había dejado todavía. Los cuadros de Balthus pueden compensar casi cualquier cosa. Incluso mis arranques de odio a la ciudad de la adolescencia.











Y, como me gustan mucho y el blog es mío, Teresa con gatito y en escorzo. Otra vez.



domingo, 9 de noviembre de 2008

Tamara de Lempicka

















domingo, 2 de noviembre de 2008

Ay, Balthus, Balthus!









jueves, 23 de octubre de 2008

Un reino moribundo debajo del mar





Annabel Lee


Hay un nombre cuyo ruido hace

temblar al aire como si fuera de algo

el de mi hermosa Annabel Lee: el de una niña

que me amó como si yo algo fuera

y que al morir supo tan sólo

a Dios decir un nombre, un ruido:

Annabel Lee.


Yo era una niña y ella casi un niño

nadando los dos bajo el mar; pero

nos amábamos ambos de algo como hierro

y llorábamos juntos los dos, bajo el cielo.

Y fue ese el motivo quizá por el que un día

una lágrima cayó del cielo disolviendo

como un ácido el cuerpo que temblaba

de mi hermosa, de mi pálida Annabel Lee, y entonces

vinieron sus padres, gente de dinero

a hacerse cargo del alma, y dicen

que la enterraron bajo el mar.


Pero hoy los huesos de una niña bailan

allí junto a una roca, cerca

de aquel reino moribundo que hay

debajo del mar, y cantan

aún esa canción demente, la

de los seres que

se enterraron juntos pronunciando

a solas el nombre de

Annabel Lee.


Leopoldo María Panero



Siempre me ha gustado la versión de Annabel Lee de Panero ("yo era una niña y ella casi un niño"). No tanto como la de Poe, claro, pero siempre me ha gustado. Siempre me han gustado las versiones de Panero.

Mis tres difuntos fotologs atestiguan que Annabel Lee es un poema que me gusta mucho.


La imagen, de Sorolla.

Me duele la cabeza!

Y no sé por qué, pero mi blog se come, desde ayer, fragmentos de las pinturas. Señal de que todo se derrumba.

miércoles, 1 de octubre de 2008

A wind blew out of cloud by night / chilling my Annabel Lee

ANNABEL LEE

It was many and many a year ago,
in a kingdom by the sea,
that a maiden there lived whom you may know
by the name of Annabel Lee;
and this maiden she lived with no other thought
than to love and be loved by me.

She was a child and i was a child,
in this kingdom by the sea,
but we loved with a love that was more than love,
i and my Annabel Lee;
with a love that the winged seraphs of heaven
coveted her and me.

And this was the reason that, long ago,
in this kingdom by the sea,
a wind blew out of cloud by night
chilling my Annabel Lee;
so that her high-born kinsmen came
and bore her away from me,
to shut her up in a sepulchre
in this kingdom by the sea.

The angels, not half so happy in Heaven,
went envying her and me;
Yes! that was the reason (as all men know,
in this kingdom by the sea)
that the wind came out of the cloud, chilling
and killing my Annabel Lee.

But our love it was stronger by far than the love
of those who were older than we,
of many far wiser than we,
and neither the angels in Heaven above
nor the demons down under the sea,
can ever dissever my soul from the soul
of the beautiful Annabel Lee;

For the moon never beams without bringing me dreams
of the beautiful Annabel Lee;
and the stars never rise but i see the bright eyes
of the beautiful Annabel Lee;
and so, all the night-tide, i lie down by the side
of my darling, my darling, my life and my bride
in her sepulchre there by the sea,
in her tomb by the side of the sounding sea.

Edgar Allan Poe

No es casual que ponga Annabel Lee (ayer pensaba: todavía no he puesto Annabel Lee en el blog...). Tenía, hasta hace un par de horas un fotolog. Hasta hace mes y medio, otro. Hasta hace como dos meses y medio, otro más. El primero annabel_lee_eap, cerrado. El segundo, fall_of_annabel (como la Caída de la Casa de Usher), cerrado también. El tercero, otra_annabel_lee murió hace (repito) un par de horas. A la una de la tarde funcionaba perfectamente. Me avisó Elaine hace una hora, en la entrada anterior.

Los tres (y no es que fueran míos) eran maravillosos. Predominaban los cuadros prerrafaelistas y siempre (siempre) tenían un texto literario. Me dolió lo indecible el primero, me cabreó sobremanera el segundo y, ahora, creo que me cansé. Porque no hice nada malo (otra vez). Porque puede que haya llegado el momento de dejar que Annabel Lee sea helada por el viento. Demasiada envidia hemos dado ya a los ángeles, parece ser. Me quedo en blogger: blogger no censura y consume menos tiempo. Es una pena, porque me gustaba. Porque tenía amigos y esas cosas. Y porque pasaba mucho tiempo escogiendo la imagen que quería que fuera con cada texto. Y porque eran míos, hostia! Qué derecho tienen a cerrar lo que no es suyo??

Queda la que parece mi última entrada. Última e derradeira. Derradeira es como least en inglés. La última en una serie sin posibilidad de continuación. Al menos de momento.



Los pequeños altavoces de mi estéreo estaban todos dispuestos alrededor del cuarto, en el techo, las paredes, el suelo, de modo que cuando me acostaba en la cama para slusar la música, estaba como envuelto y rodeado por la orquesta. Lo que primero deseaba escuchar esa noche era el nuevo concierto para violín, del norteamericano Geoffrey Plautus, tocado por Odiseo Choerilos con la Filarmónica de Macon (Georgia), de modo que lo saqué del estante, conecté y esperé, y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmente nago mirando el techo, la golová sobre las rucas , encima de la almohada, los glasos cerrados, la rota abierta en éxtasis, slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de mi golová las trompetas lanzaban enguas de plata, y al Iado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al lado, habían aprendido ahora a no clopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientras slusaba, los glasos firmemente cerrados en el éxtasis que era mejor que cualquier Bogo de synthemesco, entreví maravillosas imágenes. Eran vecos y ptitsas, unos jóvenes y otros starrios, tirados en el suelo y pidiendo a gritos piedad, y yo smecaba con toda la rota y descargaba la bota sobre los litsos. Y había débochcas desgarradas y crichando contra las paredes, y yo me hundía en ellas como una schlaga, y cuando la música, que tenía un solo movimiento, llegó a su total culminación, yo, tendido en mi cama con los glasos bien apretados y las rucas tras la golová, sentí que me quebraba, y spataba, y exclamaba aaaaah, abrumado por el éxtasis. Y así la bella música se deslizó hacia el final resplandeciente.

Después oí el hermoso Mozart, la Júpiter, y se presentaron otras imágenes de diferentes litsos que yo derribaba y pisoteaba, y después se me ocurrió que escucharía un disco más antes de cruzar la frontera, y me vino el deseo de algo starrio y fuerte y muy firme, de modo que elegí J. S. Bach, el Concierto de Brandeburgo, por las cuerdas medias y graves. Y slusando ahora con un éxtasis distinto del anterior, pude videar nuevamente el nombre en el papel que había rasreceado esa noche, hubiera dicho que mucho tiempo antes, en la casita llamada HOGAR. El nombre aludía a una naranja mecánica. Escuchando a J. S. Bach, comencé a ponimar mejor lo que significaba, y mientras slusaba la parda suntuosidad del starrio maestro alemán se me ocurrióque me hubiese gustado tolchocarlos más fuerte, a la ptitsa y al veco, y abrirlos en tiras allí mismo en el suelo de la casita.

Anthony Burgess, La naranja mecánica


¿Es realmente tan terrible?

En fin, winged seraph of heaven, seas quien seas: creo que esta vez lo has conseguido. Pobre Annabel Lee!


lunes, 4 de agosto de 2008

Der Tod in Venedig


No recuerdo lo que buscaba, pero no era ni cine ni a Visconti. La cuestión es que me acabo de encontrar con el final de
Muerte en Venecia, una de esas obras (cualquiera de las dos) que me hacen dudar sobre si prefiero la novela o la adaptación. Por preferencias personales en abstrato, siempre que se da el caso, me quedo con la novela.

El video, ahí queda:



Del texto, dejo la traducción de Ciudad Seva. Me gusta más la mía (sobre todo porque a la de Ciudad Seva le faltan fragmentos -o a la mía le sobran, todo puede ser-) pero aquí estaba segura de encontrarla. Obviamente, Tadzio está incluído entre las nínfulas y constituye, por ello, una de mis mayores fascinaciones.

Algunos días después, Gustavo von Aschenbach, que se sentía mal, salió del hotel por la mañana más tarde de lo acostumbrado. Tenía que luchar con vértigos, sólo a medias corporales, acompañados de cierto terror violento, de cierto sentimiento de encontrarse sin salida y sin esperanza, y que no sabía claramente si se referían al mundo exterior o a su propia existencia. En el vestíbulo vio una gran cantidad de equipaje dispuesto para el transporte. Preguntó a un portero quiénes eran los viajeros y le respondieron que era la familia polaca por quien él se interesaba. Oyó la noticia, sin que los desfallecidos rasgos de su rostro se contrajesen, con aquella ligera inclinación de cabeza con que uno se entera distraídamente de algo que no le interesa, y preguntó: «¿Cuándo?» Le respondieron: «Después de comer.» Dio las gracias y se fue hacia el mar.

La playa presentaba un aspecto desagradable. Sobre la ancha y plana superficie de agua que separaba la playa del primer banco de arena, se rizaban estremecidas y tenues olas que corrían de delante hacia atrás. Otoño y decadencia parecían abrumar al balneario días antes animado por tanta profusión de colores, y en aquel instante ya casi abandonado, tanto que ni siquiera la arena estaba limpia. Un aparato fotográfico, cuyo dueño no apareció por ningún sitio, descansaba junto al mar sobre su trípode, y el paño negro que habían echado sobre él flotaba al viento.

Tadrio, junto con los tres o cuatro compañeros de juego que le habían quedado, corría a la derecha de su caseta; luego se puso a descansar en su silla de tijera, a mitad de camino entre el mar y la hilera de casetas, con una manta sobre las piernas. Aschenbach lo contemplaba por última vez. El juego, que no estaba ya vigilado, pues las mujeres debían de andar ocupadas con el equipaje, era más violento que de costumbre. Aquel chico robusto, con traje de marinero y cabello negro y liso a fuerza de pomada, a quien llamaban Saschu, excitado y cegado por un puñado de arena que le habían tirado a la cara, se dirigió hacia Tadrio y comenzó una lucha que pronto terminó con la caída del polaco, que era el más débil. Después, como si en el instante de la despedida ese sentimiento de humillación que suele poseer el inferior se trocase en cruel brutalidad y quisiera tomar venganza de una larga esclavitud, el vencedor no dejó libre al vencido, sino que, apoyando sobre la espalda de éste sus rodillas, le oprimió la cara tan largo rato contra la arena, que Tadrio, a quien la caída había dejado ya casi sin aliento, parecía a punto de ahogarse. Sus intentos de desembarazarse de su opresor eran contracciones, que cesaban a ratos y sólo sobrevenían como una convulsión. Espantado, Aschenbach se disponía a intervenir en el instante en que el brutal Saschu soltó a su víctima. Tadrio, muy pálido, se incorporó a medias, y apoyándose en un brazo estuvo unos minutos inmóvil, el cabello en desorden y los ojos húmedos. Luego se levantó para alejarse lentamente. Sus compañeros lo llamaron alegremente al principio, luego temerosos y suplicantes. El moreno, que sin duda sintió en seguida el remordimiento de su falta, le alcanzó y quiso reconciliarse con él. Pero aquél lo rechazó con un movimiento de hombros. Tadrio se dirigió en diagonal hacia el mar. Iba descalzo y vestía su traje listado con una cinta roja.

Deteniéndose al borde del agua, con la cabeza baja, empezó a dibujar en la arena húmeda con la punta del pie; luego entró en el agua, que en su mayor profundidad no le llegaba ni a la rodilla, la atravesó dudando, descuidadamente, y dejó el banco de arena. Allí se detuvo un momento, con el rostro vuelto hacia la anchura del mar, luego empezó a caminar lentamente, por la larga y angosta lengua de tierra, hacia la izquierda. Separado de la tierra por el agua, separado de los compañeros por un movimiento de altanería, su figura se deslizaba aislada y solitaria, con el cabello flotante, allá por el mar, a través del viento, hacia la neblina infinita. Otra vez se detuvo para contemplar el mar. De pronto, como si lo impulsara un recuerdo, bruscamente, hizo girar el busto y miró hacia la orilla por encima del hombro. El contemplador estaba allí, sentado en el mismo sitio donde por primera vez la mirada de aquellos ojos de ensueño se había cruzado con la suya. Su cabeza, apoyada en el respaldo de la silla, seguía ansiosamente los movimientos del caminante. En un instante dado se levantó para encontrar la mirada, pero cayó de bruces, de modo que sus ojos tenían que mirar de abajo arriba, mientras su rostro tomaba la expresión cansada, dulcemente desfallecida, de un adormecimiento profundo. Sin embargo, le parecía que, desde lejos, el pálido y amable mancebo le sonreía y le saludaba.

Pasaron unos minutos antes de que acudieran en su auxilio; había caído a un lado de su silla. Le llevaron a su habitación, y aquel mismo día, el mundo, respetuosamente estremecido, recibió la noticia de su muerte.

Thomas Mann


jueves, 31 de julio de 2008

Una búsqueda rápida de nínfulas de Balthus





















El primero, es de mis cuadros favoritos. Ya lo había puesto, creo. En los dos meses que lleva mi segundo Once Upon a Midnight Dreary. También lo había puesto en el difunto annabel lee.

Me fascinan las nínfulas y me entusiasman las de Balthus. Son tan... inquietantes.