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domingo, 1 de mayo de 2011

Tenía dieciséis años y estaba de excursión con el colegio. Acababa de contarle a mi madre que había leído El túnel y que me había entusiasmado y ella me había dicho que sí, que El túnel estaba bien, pero que no era nada si lo leías después de Sobre héroes y tumbas. Mi madre, la que me había contado tropecientas versiones diferentes de "El fantasma de Canterville" tenía un gusto literario muy muy parecido al mío, así que le hice caso y, el libro que me llevé a la excursión, fue Sobre héroes y tumbas. Tenía, repito, dieciséis años. La edad a la que las cosas (libros, películas, amigos... por este orden) más me han marcado. Nada en todo aquel año me ha marcado tanto como la primera lectura de Sobre héroes y tumbas. NADA.

Lo he contado muchas veces y no sé si por aquí: ese libro me perseguía por las estanterías de mi casa: no es que los libros cambiaran tanto de sitio en las estanterías, pero ese sí. En mi recuerdo, los cambios de los libros están magnificados pero es sólo porque yo lo magnifico todo. Buscara lo que buscara, en el estante en que lo buscara, allí estaba. Con ese título que a mí toda la infancia me sonó a sinónimo de lo que ahora sé que se llama Antropología y que más de una vez me he planteado estudiar pero que entonces me sonaba a coñazo. O a la parte más árida de la Historia. O a lo que no sabía que se podía estudiar de la Literatura, si es que conocía esa palabra. A libro que no me iba a gustar. ¡Qué equivocada estaba!

La excursión fue... no sé. Sé que vi La Alhambra, La mezquita de Córdoba y, si lo pienso, puedo recordar con quién dormí en el hotel. Ok, no. Es probable que no pueda. Sé que éramos adolescentes y que estábamos de excursión, así que seguro que bebí más que bastante y dormí menos que poco y recuerdo que en todos los desplazamientos en autobús, iba leyendo por primera vez Sobre héroes y tumbas. Y digo por primera vez porque, hasta 2003, que murió mi madre, lo leí dos o tres veces todos los años. Cuando mi madre murió, determinadas cosas pasaron a estar bloqueadas y a Sabato sólo lo desbloqueé en 2008, cuando volví a hacer un Ferrol-Andalucía (Sevilla, esta vez) en autobús.

Si El túnel había sido una hostia emocional, Sobre héroes y tumbas consiguió que nunca más empatizara con aquello que no fuera sórdido. Y que Buenos Aires dejara de ser un sitio más que estaba en alguna parte y pasara a ser esa ciudad a la que quería ir ante todo y sobre todo para reconocer las calles por donde paseaban Martín y Alejandra. Es como ir a Corinto no en busca de pasas sino de Medea.

Y... hoy Sabato se ha muerto. No escribía novelas desde hacía mucho y de hecho, sólo tenía tres. Últimamente pintaba y hubo un tiempo en que, tras leerlo en alguna parte, pensaba que estaba ciego. La venganza de la Secta, ya me entienden.

Mi padre lo trajo de Argentina donde lo compró tras naufragar con no recuerdo qué barco (lo pone en la primera página de SU edición), mi tío José siempre discute que sea mío porque afirma (con razón) que él lo leyó y lo hizo suyo antes; mi hermano empezó por el "Informe sobre ciegos" porque estaba buscando información sobre no sé qué historia corrupta relacionada con la ONCE. Lo he prestado (tanto el ejemplar argentino de mi padre como el mío, edición de kiosko de El Mundo) a diestro y siniestro y lo he regalado más de una vez. Se lo he recomendado a todo el mundo y lo he amado más de lo que probablemente sea capaz de amar a ser humano alguno. Sí, algunos amamos más las historias que las personas y creo que todavía no está descrito como enfermedad psiquiátrica o psíquica o cómo se llamen esas enfermedades. Y si lo está, me da igual. Se ha muerto Sabato, no pueden esperar que nada más me afecte hoy. Sabato. Muerto. Para siempre. Nunca más va a volver, ya no escribirá la cuarta novela y no voy a volver a escucharlo hablar. Porque estuve en una conferencia suya, en primero. El que era mi profesor de literatura a la sazón le dio la mano (porque se conocían) y yo pensé "así te parta un rayo por atreverte a tocarlo". O algo así. Mitómana selectiva que siempre he sido.

Pero estábamos con mis dieciséis y los ciegos y la cabeza y Lavalle y no sé cuántos hombres y una mujer, y el loco Bebe tocando la trompeta y Alejandra y Martín y Bruno y madrecloaca, niña-murciélago, dragón-princesa. Y Fernando Vidal Olmos. Y los anarquistas de la imprenta. Y el parque Lezama de Buenos Aires y Alejandra diciéndole a Martín que parece como de El Greco y... mierda, y todo. Todo el Informe sobre ciegos del principio al fin y la sensación, la primera vez de "por qué me mete esto aquí y no sigue contándome la historia". La "Noticia preliminar" que me salté en la primera lectura, igual que me salté años atrás el marco de Frankenstein. Bueno, que me salté hasta el momento en que la leí. Pero para mí empezaba con Martín un par de años antes de a saber qué acontecimientos de Barracas paseando por el parque Lezama.

No es que no ame la historia de Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne. Ni que no entienda perfectamente por qué y cómo y no me dé pavor entenderlo y casi casi justificarlo. Ni que no me haya gustado, la única vez que lo leí (porque hay libros que no necesitas releer compulsivamente un par de veces al año y que puedes no releer en diez... o en veinte -supongo- o... nunca... o eso dicen) Abaddon el exterminador ni que no tenga pendientes los ensayos (pero ¿y si no me gustan? ¿podría soportarlo?) pero nada será nunca Sobre héroes y tumbas, por más que tenga partes que me sobren, por más que, joder, no sé: ¿saben cuando se enamoran de alguien y da igual X cosa que no les gusta porque... ya? Pues yo me enamoro de libros.

Y ahora, con su permiso, voy a seguir llorando. Y a dormir.

jueves, 27 de mayo de 2010

Debilidades literarias (I)

(Pasadas, presentes y parece que futuras)

Ante todo y sobre todo los vampiros. Y el terror. Castillos, doncellas con vestidos blancos y cabellos flotantes. Cadáveres en lagos. Pueblos remotos de habitantes emparentados con seres de las profundidades.

Nínfulas y fáunulos. Dolores Haze y Tadzio. Annabel Lee.

Chicas muertas, mejor ahogadas.

Panero (hijo: Leopoldo María). Locos (tanto autores como personajes). Malditos. Lúcidos que pagan con la locura.

Oscar Wilde, entero. Por decadente, por autor de cuentos que llegaron antes de saber leer, por fantasmas que terminaban pintando manchas de sangre verdes. Por ruiseñores que cantan toda la noche para nada. Por lagunas enamoradas de sí mismas que se miran en los ojos de Narciso. Por princesas que bailan con pies como palomas. Por sirenas abandonadas por no tener pies. Por esfinges sin secreto. Por cuadros que envejecen por sus dueños.

Bryce, por borracho de bar que te cuenta como su chica lo ha dejado y cómo el surrealismo lo ha llevado hasta allí (el bar, la chica, la ruptura, Europa). Por creerse literalmente lo de "al agua patos". Por un lunar de carne en el rostro más bello. Por rematar la oligarquía limeña sin darse cuenta. Por borracho. Por tembleque. Por insomne. Por sus citas.

Poe, por ser el primer paladeable. Por las chicas muertas. Por los dientes, de Berenice por los radiantes ojos de lady Ligeia, por los cuervos que dicen nevermore, por los reinos junto al mar y las aliteraciones, porque la forma del cuerpo le es más esencial que su propia sustancia y porque fue mi primer amor.

Vera, un cuento cruel de Villiers y la llave de la tumba.

Bradbury y los ambientes angustiosos. Una nueva casa de Usher, una guadaña que maneja el mundo, enanos en laberintos de espejos, medusas que te llaman por tu nombre, marcianos amarillos, bomberos que queman libros y libros vivientes que recitan el Eclesiastés, norias que te hacen envejecer o rejuvenecer y momias mexicanas.

Las elegías de Miguel Hernández. Las elegías en general. Miguel Hernández, hasta cuando escribe poemas de amor.

Phillip Roth y sus personajes retorcidos y que nunca son lo que parecen. Zuckerman mayor y observando el mundo. Un ruso del XIX vivo, norteamericano y judío.

Martín y Alejandra. Fernando Vidal Olmos. Los ciegos. Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne. Bruno. Madrecloaca. Niñamurciélago. El parque Lezama de Buenos Aires, Lavalle, el loco Bebe, el Mirador, una cabeza en una sombrerera. Sabato. Sabato. Sabato.

Blas de Otero. Celso Emilio Ferreiro. Gil de Biedma.

Llamadme Ismael y embarcadme en un barco ballenero, con un arponero tatuado y un capitán con una pata de hueso de ballena. Llevadme con el Corsario Negro a vengar a sus hermanos el Corsario Rojo y el Corsario Verde. Hacedme naufragar en una isla desierta y no sólo como Robinson Crusoe, sino también con un lobo de mar loco (a la chica os la podéis quedar), siendo un niño pequeño criado por monos o con un montón de adolescentes y una caracola.

Háganme batirme con tres mosqueteros en un lapso de tiempo de tres horas.

Pídanme que dibuje un cordero.

O enséñenme que todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros. Que lo peor del mundo varía según la persona.

Léanme poemas sobre el destierro o el exilio político. Háganme sentir, por un momento, que creo que patrias, países, fronteras y tonterías así existen.

Gritemos todos "¿quién levantó los olivos?".

El infierno son los demás.

Lloremos todos la muerte de Manuel, el portugués, aunque lloremos más con la película. Vayamos con Mowgli por la selva y olvidemos la versión de Disney en la que los monos cantan jazz diciendo "quiero ser como tú". Recordemos, de paso, que la sirenita de Andersen no se casa con el príncipe y que nos gusta tanto el soldadito de plomo sin una pierna como nos gusta el Príncipe Feliz de Oscar Wilde. Y la foca (volvemos a Kipling) cuyo nombre hemos olvidado. Erizos y tortugas que intentan mimetizarse con el otro y se convierten en armadillos.

Marley estaba muerto y a Nancy la hostiaban. Oliver se atreve a pedir más.

Alejandra Pizarnik, con la regla, computa como intento de suicidio.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

(A la mañana siguiente, Cesare Pavese no pidió el desayuno)

(Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas)

La carne es triste y he leído todos los libros.

¿Dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno?

Caballeros artúricos y doncellas con castillos estupendos oportunamente disponibles. Reinas que se lían con el sobrino o el colega del rey. Hermanas hadas celosas y con mala baba. Combates donde cortan al malo por la mitad y, con suerte, también al caballo.

Adúlteras con maridos aburridos y amigas que comen bacalao que se deshace en lascas en la boca. Adúlteras de las que su amante se aburre. Adúlteras a las que les mola el cura. Enredos varios decimonónicos.

Rusos explorando todas las posibilidades de la naturaleza humana, como define un personaje de Phillip Roth.

Frivolidades en la campiña inglesa. De Wodehouse a Saki, pasando por Forster. Si hay asesinato, también mola.

Detectives con gabardina que no duermen, fuman mucho, beben más y siempre se lían con la chica. Si viven en Los Ángeles y en plena Ley Seca, mola más.

Retrasados que acarician ratones dentro del bolsillo. Familias que recogen cajas de melocotones muy rápido y no vale. Perlas que destrozan vidas. Historias de las que una parte pasa a ser peli de James Dean.

Médicos que se convierten en degenerados por las noches. Curas que sueñan ser libertinos que no saben si sueñan ser curas. Sabios que no saben si sueñan ser mariposas o mariposas que sueñan ser sabios.

Médicos en Estocolmo que pasean y tienen dilemas morales que en ningún caso redundarán en su beneficio.

Magas que llaman a su hijo Rocamadour y lo dejan morir. Botes de nescafé, hermanos que tiran la llave de la casa por la alcantarilla, terrarios con hormigas.

La estulticia, el error, el pecado, la mezquindad.







(Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar)


jueves, 9 de octubre de 2008

Más Munch... y Alejandra Pizarnik. Y mi libro favorito
















EXILIO

a Raúl Gustavo Aguirre

Esta manía de saberme ángel,
sin edad,
sin muerte en qué vivirme,
sin piedad por mi nombre
ni por mis huesos que lloran vagando.

¿Y quién no tiene un amor?
¿Y quién no goza entre amapolas?
¿Y quién no posee un fuego, una muerte,
un miedo, algo horrible,
aunque fuere con plumas
aunque fuere con sonrisas?

Siniestro delirio amar una sombra.
La sombra no muere.
Y mi amor
sólo abraza a lo que fluye
como lava del infierno:
una logia callada,
fantasmas en dulce erección,
sacerdotes de espuma,
y sobre todo ángeles,
ámgeles bellos como cuchillos
que se elevan en la noche
y devastan la esperanza.

Alejandra Pizarnik


Esta entrada empezó teniendo muchos más cuadros de Munch y se fue haciendo sola, como en los buenos tiempos del fotolog. El texto aparecía siempre con cuadros de Rosetti, tal vez porque sólo Elizabeth Siddal con la cabeza reclinada puede transmitir la manía de saberse ángel. Pero hoy no me siento mujer fatal, sino todo lo contrario. Aunque la sombra haya muerto. Las sombras son como la energía: ni nacen ni se destruyen, sólo se transforman.

Además, el resto de poemas de Alejandra Pizarnik de mi fotolog iban con cuadros de Munch. Parecían necesitarse mutuamente.

Sé que tengo que hacerme mayor y encontrar un pintor más sosegado como favorito. También debería cambiar Sobre héroes y tumbas por, no sé, algo menos paranoico y desgarrador. Lo que sea. Cualquier cosa duele menos que la historia de los ciegos y el hombre que los sigue y su hija y el amante de ella y el amigo de casi todos que observa: el que pone las notas al pie. Hacerse mayor debe ser eso, dejar de buscar respuestas en los libros. Dejar de buscar respuestas para dejar de hacerse preguntas. Paradójico que lo mismo que nos mata sea lo que nos mantiene con vida. Y viceversa.

Hace diez días que puse una batería de cuadros de Munch, al grito de que, al final, ver su obra es la única catarsis que vale. Y leer Sobre héroes y tumbas. La primera vez que lo leí, me lo puso en la mano mi madre, a quien acababa de contar lo muchísimo que me había gustado El túnel. A ella no le había gustado porque había empezado al revés: primero Martín y Alejandra (y Fernando, y Bruno, y los ciegos); luego Juan Pablo Castel y María Iribarne. Y así no se puede. Yo tenía dieciséis años y estaba de excursión de fin de curso. Pernoctar, pernoctábamos en Torremolinos, pero estuvimos en Granada y en Córdoba. En el autobús pusieron El hombre de la máscara de hierro y yo no soportaba tamaña violación a los mosqueteros, así que saqué el libro que había llevado. Siempre, siempre llevo un libro encima. Generalmente, más. No contaba la historia de mi vida, era mucho más terrible. Mi vida, todo lo que dolían mis dieciséis años de adolescente incomprendida (ahora sé que es lo más normal del mundo, pero entonces no lo sabía) no era nada comparado con como me dolía la historia del libro. Nada.

La última vez que lo abrí (hasta hace menos de un mes, camino a Sevilla), lo dejé a medias. Hacía días que había muerto mi madre y, por una vez, la vida tenía algo contra lo que no se podía luchar. Yo nunca había sido luchadora: un par de años antes de la primera lectura de Sabato me había tomado todo el botiquín. Intenté suicidarme a base de analgésicos: entrañable y completamente inefectivo. Días después empezó la vorágine de pruebas a mi madre, que culminaron en el diagnóstico de dos hepatitis y una cirrosis. Sin emborracharse nunca en su vida, joder.

Mi madre no era como yo. No se atormentaba estúpidamente (y con ello no quiero decir que fuera feliz, aunque creo que lo fue más de lo que estoy preparada para serlo yo) y hacía más o menos lo que se esperaba de ella. Se llevaba estupendamente con sus padres y se casó jovencita con el único novio que había tenido, dejó de trabajar por ello, tuvo dos niños y, quince años después, a mí. Leyó tanto como yo o más y con menos orden, si cabe. No prefería las catarsis, sino las evasiones. Viendo películas, pedía que fueran de miedo y de risa todo a la vez. El primer libro que compró con su dinero fue el Romancero Gitano, en el 53. Tenía doce años. Jamás se le habría pasado por la cabeza suicidarse, ni a los catorce ni después. Nunca, nunca entendió por qué lo había hecho yo.

Pese a ello, y definiéndolo como "un libro inolvidable", me puso en la mano el libro que sería mi máxima obsesión siempre. Incluso durante los cinco años que no lo abrí ni una sola vez, no podía no pensar como lo habría hecho Martín. O Bruno. O Alejandra. O Fernando, según tuviera el día. Puede que a los espíritus menos atormentados este tipo de libros hagan más mella. Si no, no me lo explico. No me explico lo suyo, no lo mío. Lo mío estaba claro desde siempre, desde que era de los libros que más cambiaban en la estantería de casa desde que tuve permiso para coger más o menos lo que quisiera. Y durante muchos años no supe que era una novela. En mi casa hay millones de revistas de Historia, algo así como la mitad de los libros publicados en los últimos treinta años sobre la Guerra Civil y un par de docenas de tema histórico aleatorio. Así que yo me quedaba con los de ficción, que eran más y mucho más emocionantes. Y estaban mejor escritos. Cuando mi madre me habló de él, yo lo había visto montones de veces y no lo había abierto ni una sola. Ni una. Recuerdo comentar que sí, que era un libro que parecía perseguirme y que hasta ese día no me había fijado nunca en su autor. Y que pensaba que era algo así como un sesudo estudio antropológico sobre ritos funerarios. Y ahí vino la definición de "libro inolvidable". Y yo me lo llevé de excursión.

No fue Herman Hesse quien me enseñó a paladear la locura: fue Sabato. Antes, había sido Munch. Después, vinieron otros. Pero nadie supo hacerme ver el horror como ellos. Nadie.

No dejo un párrafo de El túnel ni de Sobre héroes y tumbas (aunque deje los links a las dos en pdf), sino de Abbadón el exterminador. La que he leído menos y la que menos duele. La que está encima de la mesilla esperando relectura. La que no está en pdf en la web.

"Una novela sobre esa búsqueda del absoluto, esa locura de adolescentes pero también de hombres que no quieren o no pueden dejar de serlo: seres que en medio del barro y el estiercol lanzan gritos de desesperación o mueren arrojando bombas en algún rincón del universo."

Ahora, quien me conozca puede buscar motivos por los que pudiera no gustarme Sabato. No los va a encontrar.

Hoy ha sido un día demasiado largo y yo debería estar durmiendo. Como siempre.


jueves, 3 de julio de 2008

Sabato me marcó tanto...



Todo triunfo tiene siempre algo de vulgar y horrible.

Sabato


Alejandra, en Sobre héroes y tumbas, claro. Mi libro favorito de adolescencia. Fue la más compulsiva de mis obsesiones. En un momento dado mi vida se tornó demasiado horrible y dejé de tener fuerzas para devorarlo. Me recordaba demasiadas cosas. Ahora va a hacer cinco años que lo dejé a medias por única vez en mi vida. Y pienso releerlo. Inminentemente. Se me borran parcialmente algunas cosas, así que ha llegado el momento.

Inolvidable, como dijo mi madre al verme cogerlo de la estantería.

Y no encuentro una palabra que lo defina mejor.