Mostrando entradas con la etiqueta poe. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta poe. Mostrar todas las entradas

jueves, 27 de mayo de 2010

Debilidades literarias (I)

(Pasadas, presentes y parece que futuras)

Ante todo y sobre todo los vampiros. Y el terror. Castillos, doncellas con vestidos blancos y cabellos flotantes. Cadáveres en lagos. Pueblos remotos de habitantes emparentados con seres de las profundidades.

Nínfulas y fáunulos. Dolores Haze y Tadzio. Annabel Lee.

Chicas muertas, mejor ahogadas.

Panero (hijo: Leopoldo María). Locos (tanto autores como personajes). Malditos. Lúcidos que pagan con la locura.

Oscar Wilde, entero. Por decadente, por autor de cuentos que llegaron antes de saber leer, por fantasmas que terminaban pintando manchas de sangre verdes. Por ruiseñores que cantan toda la noche para nada. Por lagunas enamoradas de sí mismas que se miran en los ojos de Narciso. Por princesas que bailan con pies como palomas. Por sirenas abandonadas por no tener pies. Por esfinges sin secreto. Por cuadros que envejecen por sus dueños.

Bryce, por borracho de bar que te cuenta como su chica lo ha dejado y cómo el surrealismo lo ha llevado hasta allí (el bar, la chica, la ruptura, Europa). Por creerse literalmente lo de "al agua patos". Por un lunar de carne en el rostro más bello. Por rematar la oligarquía limeña sin darse cuenta. Por borracho. Por tembleque. Por insomne. Por sus citas.

Poe, por ser el primer paladeable. Por las chicas muertas. Por los dientes, de Berenice por los radiantes ojos de lady Ligeia, por los cuervos que dicen nevermore, por los reinos junto al mar y las aliteraciones, porque la forma del cuerpo le es más esencial que su propia sustancia y porque fue mi primer amor.

Vera, un cuento cruel de Villiers y la llave de la tumba.

Bradbury y los ambientes angustiosos. Una nueva casa de Usher, una guadaña que maneja el mundo, enanos en laberintos de espejos, medusas que te llaman por tu nombre, marcianos amarillos, bomberos que queman libros y libros vivientes que recitan el Eclesiastés, norias que te hacen envejecer o rejuvenecer y momias mexicanas.

Las elegías de Miguel Hernández. Las elegías en general. Miguel Hernández, hasta cuando escribe poemas de amor.

Phillip Roth y sus personajes retorcidos y que nunca son lo que parecen. Zuckerman mayor y observando el mundo. Un ruso del XIX vivo, norteamericano y judío.

Martín y Alejandra. Fernando Vidal Olmos. Los ciegos. Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne. Bruno. Madrecloaca. Niñamurciélago. El parque Lezama de Buenos Aires, Lavalle, el loco Bebe, el Mirador, una cabeza en una sombrerera. Sabato. Sabato. Sabato.

Blas de Otero. Celso Emilio Ferreiro. Gil de Biedma.

Llamadme Ismael y embarcadme en un barco ballenero, con un arponero tatuado y un capitán con una pata de hueso de ballena. Llevadme con el Corsario Negro a vengar a sus hermanos el Corsario Rojo y el Corsario Verde. Hacedme naufragar en una isla desierta y no sólo como Robinson Crusoe, sino también con un lobo de mar loco (a la chica os la podéis quedar), siendo un niño pequeño criado por monos o con un montón de adolescentes y una caracola.

Háganme batirme con tres mosqueteros en un lapso de tiempo de tres horas.

Pídanme que dibuje un cordero.

O enséñenme que todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros. Que lo peor del mundo varía según la persona.

Léanme poemas sobre el destierro o el exilio político. Háganme sentir, por un momento, que creo que patrias, países, fronteras y tonterías así existen.

Gritemos todos "¿quién levantó los olivos?".

El infierno son los demás.

Lloremos todos la muerte de Manuel, el portugués, aunque lloremos más con la película. Vayamos con Mowgli por la selva y olvidemos la versión de Disney en la que los monos cantan jazz diciendo "quiero ser como tú". Recordemos, de paso, que la sirenita de Andersen no se casa con el príncipe y que nos gusta tanto el soldadito de plomo sin una pierna como nos gusta el Príncipe Feliz de Oscar Wilde. Y la foca (volvemos a Kipling) cuyo nombre hemos olvidado. Erizos y tortugas que intentan mimetizarse con el otro y se convierten en armadillos.

Marley estaba muerto y a Nancy la hostiaban. Oliver se atreve a pedir más.

Alejandra Pizarnik, con la regla, computa como intento de suicidio.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

(A la mañana siguiente, Cesare Pavese no pidió el desayuno)

(Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas)

La carne es triste y he leído todos los libros.

¿Dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno?

Caballeros artúricos y doncellas con castillos estupendos oportunamente disponibles. Reinas que se lían con el sobrino o el colega del rey. Hermanas hadas celosas y con mala baba. Combates donde cortan al malo por la mitad y, con suerte, también al caballo.

Adúlteras con maridos aburridos y amigas que comen bacalao que se deshace en lascas en la boca. Adúlteras de las que su amante se aburre. Adúlteras a las que les mola el cura. Enredos varios decimonónicos.

Rusos explorando todas las posibilidades de la naturaleza humana, como define un personaje de Phillip Roth.

Frivolidades en la campiña inglesa. De Wodehouse a Saki, pasando por Forster. Si hay asesinato, también mola.

Detectives con gabardina que no duermen, fuman mucho, beben más y siempre se lían con la chica. Si viven en Los Ángeles y en plena Ley Seca, mola más.

Retrasados que acarician ratones dentro del bolsillo. Familias que recogen cajas de melocotones muy rápido y no vale. Perlas que destrozan vidas. Historias de las que una parte pasa a ser peli de James Dean.

Médicos que se convierten en degenerados por las noches. Curas que sueñan ser libertinos que no saben si sueñan ser curas. Sabios que no saben si sueñan ser mariposas o mariposas que sueñan ser sabios.

Médicos en Estocolmo que pasean y tienen dilemas morales que en ningún caso redundarán en su beneficio.

Magas que llaman a su hijo Rocamadour y lo dejan morir. Botes de nescafé, hermanos que tiran la llave de la casa por la alcantarilla, terrarios con hormigas.

La estulticia, el error, el pecado, la mezquindad.







(Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar)


martes, 29 de septiembre de 2009

Semejanzas literarias (I)

Muchas veces he dicho que nunca quise ser ni Wendy ni Campanilla sino Tigrilla, la princesa india. Eso en una de las poquísimas historias en las que me identifico con un personaje femenino. Otra es la que fue mi libro favorito de peque (antes de Poe) y sí, hubo un tiempo en que fui una niña, me ponían vestidos y pretendían que resultara una señorita: Mujercitas. Bueno, antes estaban los de los cinco y George que llevaba el pelo corto y no era como la tonta de la otra que siempre estaba haciendo la comida y, encima, era rubia. Pero yo era Jo. Leía, tenía amigos con o y, mientras a las otras niñas les decían que eran guapas, a mí me decían que tenía un pelo muy bonito. El profesor alemán que tocaba el piano nunca llegó y, bueno... tampoco nadie me ha publicado nunca nada. Hace años y años y años (y años) que no hablo con el que entonces pensaba que era Laurie pero hace poco todavía me dijeron poco menos que aquello de "tu cabello, tu cabello, tu única belleza".

Sin embargo, tengo nombre ficticio (fotologs, facebook, tumblr) de nínfula de Poe. Poe fue mi primer amor y ese poema fue el último que escribió. Además, Ligeia (mi cuento favorito) ya estaba pillado y Ulalume también. Mi primer blog ya tenía como url lo del once upon a midnight dreary y Lenore era repetitivo (dice la que es Annabel Lee en todas partes). Todas estan muertas. Lo de estar muerta era fundamental. Por circunstancias varias (como lo de tener cuatro años menos la primera vez que leí sobre su existencia), nunca conseguí pensar en Virginia Clemm como nínfula pero supongo que también le falta el componente maligno. Las nínfulas son efímeras y fascinantes. Casi tanto como la rosa del Principito. Y en éste no soy ni Principito ni rosa sino el zorro. Quien gana sólo por ser domesticado y por el color del trigo. A ratos, sólo a ratos, el aviador. Y yo tampoco sé dibujar.

La vida es de los otros y yo quiero un profesor alemán que toque el piano.

Y se me acaba la batería de Gregor. Sean buenos. Ni releo.

martes, 28 de abril de 2009

¡Qué lástima!

¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!

Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa.
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.

Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!

¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia!

León Felipe


Este poema tiene toda la culpa de mi amor por León Felipe y casi toda de mi condición de apátrida. El resto la tiene el tener un padre militar y patriota, claro. Un padre que dijo cuando era pequeña que León Felipe en general y este poema en particular "no eran para niños". Así terminé. Sin dios ni patria ni rey y estudiando literatura. Y traumatizada por el hecho de que la nariz de la niña se viera igual pegada al cristal del ataud que al de la ventana.

Luego llegó Poe, claro. Las niñas muertas de Poe habían hecho cosas de importancia, como dar envidia a los ángeles y esas historias, pero a Poe le faltó siempre el tema político. Y no es que vaya a censurar a mi primer amor por no hacer una escritura comprometida, claro que no. Sobre todo porque le faltaba en compromiso político lo que le sobraba en aliteración. Y prefiero las aliteraciones de Poe a la ironía de León Felipe, claro. Empezando porque a Poe lo prefiero a casi todo y desde que el mundo es mundo.

Y luego llegaron casi todos los demás. Y no es que la generación de los cincuenta sea lo mejor que ha dado de sí la literatura en lengua cervantina, pero tampoco es ni de lejos lo peor. Y todos tienen esto que hace que, a aquellos que hemos crecido escuchando cantautores, nos gusten. Eso y que del 27 a los novísimos, prácticamente lo único que había en el país en el que algunos dicen que vivo y en el que mandaba un señor bajito, conservador, con bigote y procedente de la ciudad en la que me tocó crecer, era esta gente, el petardo de Pemán y el papá de Panero que lo único bueno que hizo por la literatura fue reproducirse.

sábado, 4 de abril de 2009

A Odilon Redon también le gustaba Poe






martes, 20 de enero de 2009

En Boston todavía es 19...

Ligeia sigue siendo, dieciséis años después, mi cuento favorito. Y tengo veinticinco. Echen cuentas, señores.

Un brindis por mi alcohólico favorito, por mi primer amor. El responsable de mi desmesurada afición por el terror (y sin escribir una sola linea sobre vampiros, mi primera debilidad en el género) y de mis tendencias melodramáticas (para bien y para mal, por eso tienen el melo y no sólo el dramáticas). El autor que se paladea. El que me enseñó tantas palabras, tanto en español como en inglés. El primero en hacerme ver que una historia no es sólo la historia, sino como ésta se cuenta.

El que me enseñó que no existe belleza absoluta sin imperfección y que la muerte de una mujer hermosa es probablemente el tema más poético del mundo. Que la desdicha es diversa y que no siempre lo que se recuerda con claridad es lo más importante. El inventor del síndrome de la cuchara (seamos serios) y, probablemente, el origen de mi fascinación por las nínfulas. El que me descubrió lo que era el fetichismo, sin saberlo. El que hizo que adorara los escalofríos y el responsable de mi manía irracional a los ojos azules (sí, yo los tengo azules y no me había importado hasta que leí "El corazón delator")

El autor al que siempre defiendo cuando alguien dice "Poe... bueno, Poe marca con quince años". ¡Pues con nueve! Poe sigue siendo maravilloso a cualquier edad. ¿Que es ingenuo? Joder, era decimonónico, ¿qué le pedimos? ¿Postmodernidad? Pues vamos de culo...

¿Quién conoce los designios de la voluntad y su vigor? Ligeia es morena y de nariz aguileña. Poe también está en el fondo de mi afición por las narices judías y de mi frustración por no haber heredado la de la mitad de mi familia materna. Y quién sabe de cuántas cosas más.

Queda el principio del cuento. Y los links pertinentes, como siempre.





Y allí se encuentra la voluntad, que no fenece. ¿Quién conoce
los misterios de la voluntad y su vigor? Pues Dios es una gran
voluntad que penetra todas las cosas por la naturaleza de su
atención. El hombre no se rinde a los ángeles, ni por entero a
la muerte, salvo únicamente por la flaqueza de su débil
voluntad.
JOSETH GLANVILL


No puedo, por mi alma, recordar ahora cómo, cuándo, ni exactamente dónde trabe por primera vez conocimiento con lady Ligeia. Largos años han transcurrido desde entonces, y mi memoria es débil porque ha sufrido mucho. O quizá no puedo ahora recordar aquellos extremos porque, en verdad, el carácter de mi amada, su raro saber, la singular aunque plácida clase de su belleza, y la conmovedora y dominante elocuencia de su hondo lenguaje musical se han abierto camino en mi corazón con paso tan constante y cautelosamente progresivo, que ha sido inadvertido y desconocido. Creo, sin embargo, que la encontré por vez primera, y luego con mayor frecuencia, en una vieja y ruinosa ciudad cercana al Rin. De seguro, le he oído hablar de su familia. Está fuera de duda que provenía de una fecha muy remota. ¡Ligeia, Ligeia! Sumido en estudios que por su naturaleza se adaptan más que cua1esquiera otros a amortiguar las impresiones del mundo exterior, me bastó este dulce nombre -Ligeia- para evocar ante mis ojos, en mi fantasía, la imagen de la que ya no existe. Y ahora, mientras escribo, ese recuerdo centellea, sobre mi, que no he sabido nunca el apellido paterno de la que fue mi amiga y mi prometida, que llagó a ser mi compañera de estudios y al fin, la esposa de mi corazón. ¿Fue aquello una orden mimosa por parte de mi Ligeia? ¿O fue una prueba de la fuerza de mi afecto lo que me llevó a no hacer investigaciones sobre ese punto? ¿O fue más bien un capricho mío, una vehemente y romántica ofrenda sobre el altar de la más apasionada devoción? Si sólo recuerdo el hecho de un modo confuso, ¿cómo asombrarse de que haya olvidado tan por completo las circunstancias que le originaron o le acompañaron? Y en realidad, si alguna vez el espíritu que llaman novelesco, si alguna vez la brumosa y alada Ashtophet del idólatra Egipto, preside, según dicen los matrimonios fatídicamente adversos, con toda seguridad presidió el mío.



En español entero, aquí. Aquí en inglés y aquí en portugués.

¡Muerte a Rowena y a las rubias de película de Sofía Coppola!

viernes, 31 de octubre de 2008

The rare and radiant maiden whom the angels name Lenore


THE RAVEN

Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,
Over many a quaint and curious volume of forgotten lore--
While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
"'Tis some visitor," I muttered, "tapping at my chamber door--
Only this, and nothing more."

Ah, distinctly I remember it was in the bleak December;
And each separate dying ember wrought its ghost upon the floor.
Eagerly I wished the morrow;-- vainly I had sought to borrow
From my books surcease of sorrow-- sorrow for the lost Lenore--
For the rare and radiant maiden whom the angels name Lenore--
Nameless here for evermore.

And the silken, sad, uncertain rustling of each purple curtain
Thrilled me-- filled me with fantastic terrors never felt before;
So that now, to still the beating of my heart, I stood repeating,
"'Tis some visitor entreating entrance at my chamber door--
Some late visitor entreating entrance at my chamber door;--
This it is, and nothing more."

Presently my soul grew stronger; hesitating then no longer,
"Sir," said I, "or Madam, truly your forgiveness I implore;
But the fact is I was napping, and so gently you came rapping,
And so faintly you came tapping, tapping at my chamber door,
That I scarce was sure I heard you"-- here I opened wide the door;--
Darkness there, and nothing more.

Deep into that darkness peering, long I stood there wondering, fearing,
Doubting, dreaming dreams no mortals ever dared to dream before;
But the silence was unbroken, and the stillness gave no token,
And the only word there spoken was the whispered word, "Lenore!"
This I whispered, and an echo murmured back the word, "Lenore!"--
Merely this, and nothing more.

Back into the chamber turning, all my soul within me burning,
Soon again I heard a tapping somewhat louder than before.
"Surely," said I, "surely that is something at my window lattice:
Let me see, then, what thereat is, and this mystery explore--
Let my heart be still a moment and this mystery explore;--
'Tis the wind and nothing more."

Open here I flung the shutter, when, with many a flirt and flutter,
In there stepped a stately raven of the saintly days of yore;
Not the least obeisance made he; not a minute stopped or stayed he;
But, with mien of lord or lady, perched above my chamber door--
Perched upon a bust of Pallas just above my chamber door--
Perched, and sat, and nothing more.

Then this ebony bird beguiling my sad fancy into smiling,
By the grave and stern decorum of the countenance it wore,
"Though thy crest be shorn and shaven, thou," I said, "art sure no craven,
Ghastly grim and ancient Raven wandering from the Nightly shore--
Tell me what thy lordly name is on the Night's Plutonian shore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly,
Though its answer little meaning-- little relevancy bore;
For we cannot help agreeing that no living human being
Ever yet was blest with seeing bird above his chamber door--
Bird or beast upon the sculptured bust above his chamber door,
With such name as "Nevermore."

But the Raven, sitting lonely on the placid bust, spoke only
That one word, as if his soul in that one word he did outpour.
Nothing further then he uttered-- not a feather then he fluttered--
Till I scarcely more than muttered, "Other friends have flown before--
On the morrow he will leave me, as my Hopes have flown before."
Then the bird said, "Nevermore."

Startled at the stillness broken by reply so aptly spoken,
"Doubtless," said I, "what it utters is its only stock and store,
Caught from some unhappy master whom unmerciful Disaster
Followed fast and followed faster till his songs one burden bore--
Till the dirges of his Hope that melancholy burden bore
Of 'Never-- nevermore'."

But the Raven still beguiling my sad fancy into smiling,
Straight I wheeled a cushioned seat in front of bird, and bust and door;
Then upon the velvet sinking, I betook myself to linking
Fancy unto fancy, thinking what this ominous bird of yore--
What this grim, ungainly, ghastly, gaunt and ominous bird of yore
Meant in croaking "Nevermore."

This I sat engaged in guessing, but no syllable expressing
To the fowl whose fiery eyes now burned into my bosom's core;
This and more I sat divining, with my head at ease reclining
On the cushion's velvet lining that the lamplight gloated o'er,
But whose velvet-violet lining with the lamplight gloating o'er,
She shall press, ah, nevermore!

Then, methought, the air grew denser, perfumed from an unseen censer
Swung by seraphim whose footfalls tinkled on the tufted floor.
"Wretch," I cried, "thy God hath lent thee-- by these angels he hath sent thee
Respite-- respite and nepenthe, from thy memories of Lenore;
Quaff, oh quaff this kind nepenthe and forget this lost Lenore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

"Prophet!" said I, "thing of evil!-- prophet still, if bird or devil!--
Whether Tempter sent, or whether tempest tossed thee here ashore,
Desolate yet all undaunted, on this desert land enchanted--
On this home by Horror haunted-- tell me truly, I implore--
Is there-- is there balm in Gilead?-- tell me-- tell me, I implore!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

"Prophet!" said I, "thing of evil-- prophet still, if bird or devil!
By that Heaven that bends above us-- by that God we both adore--
Tell this soul with sorrow laden if, within the distant Aidenn,
It shall clasp a sainted maiden whom the angels name Lenore--
Clasp a rare and radiant maiden whom the angels name Lenore."
Quoth the Raven, "Nevermore."

"Be that word our sign in parting, bird or fiend," I shrieked, upstarting--
"Get thee back into the tempest and the Night's Plutonian shore!
Leave no black plume as a token of that lie thy soul hath spoken!
Leave my loneliness unbroken!-- quit the bust above my door!
Take thy beak from out my heart, and take thy form from off my door!"
Quoth the Raven, "Nevermore."

And the Raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted-- nevermore!
Edgar Allan Poe



EL CUERVO


Una vez, en triste medianoche,

Cuando, cansado y mustio, examinaba

Infolios raros de olvidada ciencia,

Mientras cabeceaba adormecido,

Oí de pronto que alguien golpeaba

En mi puerta, llamando suavemente.

“Es, sin duda -murmuré-, un visitante…”

Solo esto, y nada más.

Recuerdo el mes helado de diciembre;

Una a una, las ascuas moribundas

Forjaban su espíritu sobre el suelo.

Deseaba con ansia la mañana,

Buscando entre mis libros un consuelo

A la doliente pérdida de la virgen Leonora,

Que es así por los ángeles llamada.

Sin nombre aquí, para siempre.

Me estremeció el crujir de las cortinas

De púrpura y de seda, y un espanto

Jamás sentido paralizó de pronto

Mi corazón. Y yo me repetía:

“Algún tardío visitante ruega

La entrada, en la puerta de mi estancia

En mi puerta golpea un visitante:

Es esto y nada más.”

Reanimada mi alma y sin más dudas,

“Señor-dije-, o señora, si no,

Vuestro perdón sinceramente imploro.

Pero es que dormitaba, y la llamada

Vuestra fue tan leve, que apenas

Supe si había oído tal llamada.”

Abrí entonces la puerta por completo;

Tinieblas, nada más.

En lo oscuro atisbaba con ahínco.

Temor, asombro y dudas me invadían;

Soñaba sueños que ningún viviente

Oso nunca soñar. Todo seguía

Envuelto en el silencio y en la calma.

Una sola palabra murmuraba,

Y el eco, aquel “¡Leonora!”, murmuraba.

Solo esto, y nada más.

Volví a mi estancia; ardía mi alma entera.

Pronto se oyó de nuevo la llamada,

Pero esta vez más fuerte, más cercana.

“¿Será -dije- ese ruido en la ventana?”

Semejante misterio he de explorar,

Calmando el corazón; ese misterio

He de explorar, repito, en las tinieblas;

El viento es, nada más.

Abrí el postigo, y con gentil revuelo,

Entró entonces un cuervo majestuoso,

Como en los santos días del pasado.

No me hizo reverencia, ni siquiera

Un minuto vaciló. Con prestancia

De dama o varón noble, se posó

En el dintel, sobre un busto de Palas…

Allí quedó posado, y nada más.

Con su grave decoro el feo pájaro,

Como el ébano negro, mi tristeza

En sonrisa trocó. Y yo le dije:

“A pesar de tu cresta desollada,

Cobarde no eres, ciertamente, cuervo

Torvo, espectral, errando por el margen

De la noche Plutónica. ¡Revélame tu nombre!”

El cuervo dijo: “Nunca más”

Atónito quedé por la respuesta

Tan rotunda del ave desgarbada,

Respuesta inoportuna, sin sentido;

Mas convengamos que ningún mortal

Haya nunca gozado la fortuna,

De tener sobre un busto, en el dintel

De su puerta, un pájaro posado,

Con un nombre como este: “Nunca más.”

El cuervo solitario, desde el busto,

Una sola palabra pronunció,

Como si su alma fluyese en vocablo.

Calló después, inmóvil el plumaje.

Yo apenas susurré: “Otros amigos

Volaron ya. Cuando despunte el alba,

Este me dejará sin esperanza…”

El ave dijo entonces: “Nunca más.”

Estremecido estaba por la calma

que truncara su rápida respuesta.

“Sin duda –dije-, son esas palabras

Las únicas que sabe y ha aprendido

De un amo desdichado a quien persigue

El desastre fatal, y cuyo canto tenga este estribillo triste:

“Nunca más, nunca más.”

Pero el cuervo seguía e incitaba

Mi alma a la sonrisa todavía.

Un sillón puse, frente al busto, al ave;

Y hundido en almohadón de terciopelo,

Mi mente encadenaba fantasías,

Pensando en lo que el ave desmañada,

Fea, flaca, siniestra, a entender daba

Croando: “Nunca más.”

Sentado meditaba. La mirada del pájaro

Quemaba mi corazón.

Recliné la cabeza en el cojín

Que la luz de la lámpara embebía,

Deleitada en el suave terciopelo,

Pero ese cojín color violado

Ella no ha de oprimir ya más,

¡ah, nunca más!

Se tornó el aire denso y perfumado

Por invisible incienso. Balanceaba

El incensario un serafín; se oían

Sobre el tapiz mullido sus pisadas. Grité:

“¡Miserable! ¿Te ha prestado tu Dios

o el nepentés, te envía con sus ángeles?

¡Bébelo, olvida ya a Leonora!”

El cuervo dijo: “Nunca más”

“¡Profeta –dije-, ser nacido del mal!

¡Profeta, sí, o pájaro, o demonio!

Si el tentador te manda, o la borrasca

Te arroja a nuestra orilla desolada

Pero impávida, a la desierta tierra

mágica por el terror,

dime, yo te lo ruego, ¿hay bálsamo en Galaad?

El cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Profeta –dije-, ser nacido del mal!

¡Profeta, sí, o pájaro, o demonio!

Por ese cielo que en lo alto se comba,

Por ese Dios que tú y yo veneramos,

Di a esta alma triste si en el Edén distante

Abrazará a la doncella santa

A quien los ángeles llaman Leonora.”

El cuervo dijo: “Nunca más.”

“¡Que se esta palabra la señal,

Pájaro o espíritu diabólico,

De nuestro adiós! ¡Retorna en la borrasca

Y al borde de la Noche Plutoniana!

¡No dejes pluma negra como prenda

De tu mentira! Mi soledad respeta,

¡quita de mi pecho tu pico, tu forma de mi puerta!

El cuervo dijo: “Nunca más.”

El cuervo, inmóvil, sigue aún posado

sobre el pálido busto de Atenea,

encima de la puerta de mi estancia;

sus ojos son de un demonio que sueña.

La luz sobre él mi lámpara derrama

Proyectando su sombra por el suelo.

Y mi alma fuera de esa flotante sobra,

¡nunca más se alzará!


Traducción de Julio Gómez de la Serna




O CORVO

    Numa meia-noite agreste, quando eu lia, lento e triste,
    Vagos, curiosos tomos de ciências ancestrais,
    E já quase adormecia, ouvi o que parecia
    O som de algúem que batia levemente a meus umbrais.
    "Uma visita", eu me disse, "está batendo a meus umbrais.

    É só isto, e nada mais."

    Ah, que bem disso me lembro! Era no frio dezembro,
    E o fogo, morrendo negro, urdia sombras desiguais.
    Como eu qu'ria a madrugada, toda a noite aos livros dada
    P'ra esquecer (em vão!) a amada, hoje entre hostes celestiais -
    Essa cujo nome sabem as hostes celestiais,

    Mas sem nome aqui jamais!

    Como, a tremer frio e frouxo, cada reposteiro roxo
    Me incutia, urdia estranhos terrores nunca antes tais!
    Mas, a mim mesmo infundido força, eu ia repetindo,
    "É uma visita pedindo entrada aqui em meus umbrais;
    Uma visita tardia pede entrada em meus umbrais.

    É só isto, e nada mais".

    E, mais forte num instante, já nem tardo ou hesitante,
    "Senhor", eu disse, "ou senhora, decerto me desculpais;
    Mas eu ia adormecendo, quando viestes batendo,
    Tão levemente batendo, batendo por meus umbrais,
    Que mal ouvi..." E abri largos, franqueando-os, meus umbrais.

    Noite, noite e nada mais.

    A treva enorme fitando, fiquei perdido receando,
    Dúbio e tais sonhos sonhando que os ninguém sonhou iguais.
    Mas a noite era infinita, a paz profunda e maldita,
    E a única palavra dita foi um nome cheio de ais -
    Eu o disse, o nome dela, e o eco disse aos meus ais.

    Isso só e nada mais.

    Para dentro então volvendo, toda a alma em mim ardendo,
    Não tardou que ouvisse novo som batendo mais e mais.
    "Por certo", disse eu, "aquela bulha é na minha janela.
    Vamos ver o que está nela, e o que são estes sinais."
    Meu coração se distraía pesquisando estes sinais.

    "É o vento, e nada mais."

    Abri então a vidraça, e eis que, com muita negaça,
    Entrou grave e nobre um corvo dos bons tempos ancestrais.
    Não fez nenhum cumprimento, não parou nem um momento,
    Mas com ar solene e lento pousou sobre os meus umbrais,
    Num alvo busto de Atena que há por sobre meus umbrais,

    Foi, pousou, e nada mais.

    E esta ave estranha e escura fez sorrir minha amargura
    Com o solene decoro de seus ares rituais.
    "Tens o aspecto tosquiado", disse eu, "mas de nobre e ousado,
    Ó velho corvo emigrado lá das trevas infernais!
    Dize-me qual o teu nome lá nas trevas infernais."

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    Pasmei de ouvir este raro pássaro falar tão claro,
    Inda que pouco sentido tivessem palavras tais.
    Mas deve ser concedido que ninguém terá havido
    Que uma ave tenha tido pousada nos meus umbrais,
    Ave ou bicho sobre o busto que há por sobre seus umbrais,

    Com o nome "Nunca mais".

    Mas o corvo, sobre o busto, nada mais dissera, augusto,
    Que essa frase, qual se nela a alma lhe ficasse em ais.
    Nem mais voz nem movimento fez, e eu, em meu pensamento
    Perdido, murmurei lento, "Amigo, sonhos - mortais
    Todos - todos já se foram. Amanhã também te vais".

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    A alma súbito movida por frase tão bem cabida,
    "Por certo", disse eu, "são estas vozes usuais,
    Aprendeu-as de algum dono, que a desgraça e o abandono
    Seguiram até que o entono da alma se quebrou em ais,
    E o bordão de desesp'rança de seu canto cheio de ais

    Era este "Nunca mais".

    Mas, fazendo inda a ave escura sorrir a minha amargura,
    Sentei-me defronte dela, do alvo busto e meus umbrais;
    E, enterrado na cadeira, pensei de muita maneira
    Que qu'ria esta ave agoureia dos maus tempos ancestrais,
    Esta ave negra e agoureira dos maus tempos ancestrais,

    Com aquele "Nunca mais".

    Comigo isto discorrendo, mas nem sílaba dizendo
    À ave que na minha alma cravava os olhos fatais,
    Isto e mais ia cismando, a cabeça reclinando
    No veludo onde a luz punha vagas sobras desiguais,
    Naquele veludo onde ela, entre as sobras desiguais,

    Reclinar-se-á nunca mais!

    Fez-se então o ar mais denso, como cheio dum incenso
    Que anjos dessem, cujos leves passos soam musicais.
    "Maldito!", a mim disse, "deu-te Deus, por anjos concedeu-te
    O esquecimento; valeu-te. Toma-o, esquece, com teus ais,
    O nome da que não esqueces, e que faz esses teus ais!"

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    "Profeta", disse eu, "profeta - ou demônio ou ave preta!
    Fosse diabo ou tempestade quem te trouxe a meus umbrais,
    A este luto e este degredo, a esta noite e este segredo,
    A esta casa de ância e medo, dize a esta alma a quem atrais
    Se há um bálsamo longínquo para esta alma a quem atrais!

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    "Profeta", disse eu, "profeta - ou demônio ou ave preta!
    Pelo Deus ante quem ambos somos fracos e mortais.
    Dize a esta alma entristecida se no Éden de outra vida
    Verá essa hoje perdida entre hostes celestiais,
    Essa cujo nome sabem as hostes celestiais!"

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    "Que esse grito nos aparte, ave ou diabo!", eu disse. "Parte!
    Torna á noite e à tempestade! Torna às trevas infernais!
    Não deixes pena que ateste a mentira que disseste!
    Minha solidão me reste! Tira-te de meus umbrais!
    Tira o vulto de meu peito e a sombra de meus umbrais!"

    Disse o corvo, "Nunca mais".

    E o corvo, na noite infinda, está ainda, está ainda
    No alvo busto de Atena que há por sobre os meus umbrais.
    Seu olhar tem a medonha cor de um demônio que sonha,
    E a luz lança-lhe a tristonha sombra no chão há mais e mais,

    Libertar-se-á... nunca mais!


Traduçao de Fernando Pessoa


Une fois, sur le minuit lugubre, pendant que je méditais,
faible et fatigué, sur maint précieux et curieux volume
d'une doctrine oubliée, pendant que je donnais de la tête,
presque assoupi, soudain il se fit un tapotement, comme de
quelqu'un frappant doucement, frappant à la porte de ma
chambre. "C'est quelque visiteur, - murmurai-je, - qui frappe
à la porte de ma chambre; ce n'est que cela et rien de plus."

Ah! distinctement je me souviens que c'était dans le glacial
décembre, et chaque tison brodait à son tour le plancher du
reflet de son agonie. Ardemment je désirais le matin; en vain
m'étais-je efforcé de tirer de mes livres un sursis à ma tristesse,
ma tristesse pour ma Lénore perdue, pour la précieuse et
rayonnante fille que les anges nomment Lénore, - et qu'ici on
ne nommera jamais plus.

Et le soyeux, triste et vague bruissement des rideaux pourprés
me pénétrait, me remplissait de terreurs fantastiques,
inconnues pour moi jusqu'à ce jour; si bien qu'enfin pour
apaiser le battement de mon coeur, je me dressai, répétant:
"C'est quelque visiteur attardé sollicitant l'entrée à la porte de
ma chambre; - c'est cela même, et rien de plus."

Mon âme en ce moment se sentit plus forte. N'hésitant donc
pas plus longtemps: "Monsieur, dis-je, ou madame, en
vérité, j'implore votre pardon; mais le fait est que je
sommeillais et vous êtes venu frapper si doucement, si
faiblement vous êtes venu frapper à la porte de ma chambre,
qu'à peine étais-je certain de vous avoir entendu." Et alors
j'ouvris la porte toute grande; - les ténèbres, et rien de plus.

Scrutant profondément ces ténèbres, je me tins longtemps
plein d'étonnement, de crainte, de doute, rêvant des rêves
qu'aucun mortel n'a jamais osé rêver; mais le silence ne fut
pas troublé, et l'immobilité ne donna aucun signe, et le seul
mot proféré fut un nom chuchoté: "Lénore!" - C'était moi
qui le chuchotais, et un écho à son tour murmura ce mot:
"Lénore!" Purement cela, et rien de plus.

Rentrant dans ma chambre, et sentant en moi toute mon
âme incendiée, j'entendis bientôt un coup un peu plus fort
que le premier. "Sûrement, - dis-je, - sûrement, il y a quelque
chose aux jalousies de ma fenêtre; voyons donc ce que c'est,
et explorons ce mystère. Laissons mon coeur se calmer un
instant, et explorons ce mystère; - c'est le vent, et rien de plus."

Je poussai alors le volet, et, avec un tumultueux battement
d'ailes, entra un majestueux corbeau digne des anciens jours.
Il ne fit pas la moindre révérence, il ne s'arrêta pas, il n'hésita
pas une minute; mais avec la mine d'un lord ou d'une lady, il
se percha au-dessus de la porte de ma chambre; il se percha
sur un buste de Pallas juste au-dessus de la porte de ma
chambre; - il se percha, s'installa, et rien de plus.

Alors, cet oiseau d'ébène, par la gravité de son maintien et
la sévérité de sa physionomie, induisant ma triste imagination
à sourire: "Bien que ta tête, - lui dis-je, - soit sans huppe et
sans cimier, tu n'es certes pas un poltron, lugubre et ancien
corbeau, voyageur parti des rivages de la nuit. Dis-moi quel
est ton nom seigneurial aux rivages de la nuit plutonienne!"
Le corbeau dit: "Jamais plus!"

Je fus émerveillé que ce disgracieux volatile entendît si
facilement la parole, bien que sa réponse n'eût pas une bien
grand sens et ne me fût pas d'un grand secours; car nous
devons convenir que jamais il ne fut donné à un homme
vivant de voir un oiseau au-dessus de la porte de sa chambre,
un oiseau ou une bête sur un buste sculpté au-dessus de la
porte de sa chambre, se nommant d'un nom tel que
- Jamais plus!

Mais le corbeau, perché solitaitrement sur le buste placide, ne
proféra que ce mot unique, comme si
dans ce mot unique il répandait toute son âme. Il ne
prononça rien de plus; il ne remua pas une plume, -
jusqu'à ce que je me prisse à murmurer faiblement:
"D'autres amis se sont déjà envolés loin de moi; vers
le matin, lui aussi, il me quittera comme mes anciennes
espérances déjà envolées." L'oiseau dit alors:
"Jamais plus!"

Tressaillant au bruit de cette réponse jetée avec
tant d'à-propos: Sans doute, - dis-je, - ce qu'il
prononce est tout son bagage de savoir, qu'il a pris
chez quelque maître infortuné que le Malheur
impitoyable a poursuivi ardemment, sans répit,
jusqu'à ce que ses chansons n'eussent plus qu'un
seul refrain, jusqu'à ce que le De profundis de son
Espérance eût pris ce mélancolique refrain: "Jamais -
jamais plus!"

Mais le corbeau induisant encore toute ma
triste âme à sourire, je roulai tout de suite un siège
à coussins en face de l'oiseau et du buste et de la
porte; alors, m'enfonçant dans le velours, je
m'appliquai à enchaîner les idées aux idées, cherchant
ce que cet augural oiseau des anciens jours, ce que
ce triste, disgracieux, sinistre, maigre et augural
oiseau des anciens jours voulait faire entendre en
croassant son - Jamais plus!

Je me tenais ainsi, rêvant, conjecturant, mais
n'adressant plus une syllabe à l'oiseau, dont les
yeux ardents me brûlaient maintenant jusqu'au fond
du coeur: je cherchai à deviner cela, et plus encore,
ma tête reposant à l'aise sur le velours du coussin
que caressait la lumière de la lampe, ce velours
violet caressé par la lumière de la lampe que sa tête,
à Elle, ne pressera plus, - ah! jamais plus!

Alors, il me sembla que l'air s'épaississait, parfumé par
un encensoir invisible que balançaient les séraphins
dont les pas frôlaient le tapis de ma chambre.
"Infortuné! - m'écriai-je, - ton Dieu t'a donné par ses
anges, il t'a envoyé du répit, du répit et du népenthès
dans tes ressouvenirs de Lénore! Bois, oh! bois ce
bon népenthès, et oublie cette Lénore perdue!" Le
corbeau dit: "Jamais plus!"

"Prophète! - dis-je, - être de malheur! oiseau ou démon!
mais toujours prophète! que tu sois un envoyé du
Tentateur, ou que la tempête t'ait simplement échoué,
naufragé, mais encore intrépide, sur cette terre déserte,
ensorcelée, dans ce logis par l'Horreur hanté, - dis-moi
sincèrement, je t'en supplie, existe-t-il, existe-t-il ici un
baume de Judée? Dis, dis, je t'en supplie!" Le corbeau
dit: "Jamais plus!"

"Prophète! - dis-je, - être de malheur! oiseau ou démon!
toujours prophète! par ce ciel tendu sur nos têtes, par
ce Dieu que tous deux nous adorons, dis à cette âme
chargée de douleur si, dans le Paradis lointain, elle
pourra embrasser une fille sainte que les anges nomment
Lénore, enbrasser une précieuse et rayonnante fille que
les anges nomment Lénore." Le corbeau dit: "Jamais plus!"

"Que cette parole soit le signal de notre séparation,
oiseau ou démon! - hurlai-je en me redressan. - Rentre
dans la tempête, retourne au rivage de la nuit plutonienne;
ne laisse pas ici une seule plume noire comme souvenir
du mensonge que ton âme a proféré; laisse ma solitude
inviolée; quitte ce buste au-dessus de maporte; arrache
ton bec de mon coeur et précipite ton spectre loin de ma
porte!" Le corbeau dit: "Jamais plus!"

Et le corbeau, immuable, est toujours installé sur le buste
pâle de Pallas, juste au-dessus de la porte de ma chambre;
et ses yeux ont toute la semblance des yeux d'un démon
qui rêve; et la lumière de la lampe, en ruisselant sur lui,
projette son ombre sur le plancher; et mon âme, hors du
cercle de cette ombre qui gît flottante sur le plancher, ne
pourra plus s'élever, - jamais plus!


Esta, de Baudelaire. No me pude resistir.

(hay otra de Mallarmé, pero mantengo un mínimo de autocontrol)


No había puesto todavía The Raven en el blog. Sabía que el día que lo hiciera iba a tener que poner como mínimo dos traducciones. Porque a mí, la que me gusta, es la de Pessoa. Será que la primera vez que lo leí era una terrible traducción en prosa y el pensamiento fue "y mi gran amor de infancia es recordado por esta puta mierda?". Luego fue cuando empecé a comprar Poes en inglés como si me fuera la vida en ello y ahora da nombre a mi blog. Pero recuerdo con terror aquella traducción.

La traducción española es del traductor mítico que no es Cortázar. Ingrato competir con Cortázar, pero no encontré (si es que la hay, que ya lo dudo) una traducción de El Cuervo. De cualquier forma, yo descubrí a Poe con la traducción que fuera la de Anaya, colección "tus libros". Que tenía nueve años, acababa de cambiarme de colegio y fue el primer libro que saqué de la biblioteca ya lo he contado muchas veces, verdad? Tengo varias antologías de Poe en español, pero ninguna es la de Anaya. Ni siquiera tengo los de Alianza, traducción de Cortázar (una compra pendiente de esas que uno va dejando), sino los que fui encontrando de segunda mano hace muchos años. Poe es de esos autores que he leído más en bibliotecas y suministrados por mi hermano. Y, cuando empecé a comprarlo en la Universidad, ya lo compraba en inglés.

Iba a poner uno de los grabados de Doré, pero nunca sé decidirme. Y ya hay uno en el título del blog. A cambio, dejo la primera lápida. Porque hay dos y el encapuchado va a la segunda. Cualquier día me voy a Baltimore, a recoger el testigo del encapuchado.

De momento, me conformo con tener un blog que se llame Once upon a midnight dreary y haber tenido tres fotologs con variantes sobre Annabel Lee. El verso del título, el que subtitula el blog. Uno de los que más me gustan.





viernes, 24 de octubre de 2008

Un demonio alado, un cuervo, o un demonio

“EL CUERVO”: Variación en Clave Menor

Lejos del tiempo, lejos,

érase una vez

Un demonio alado, un cuervo, o un demonio

que había venido a rondarnos

y a robarnos la realidad

Soñamos que era inmortal, y que había venido a posarse

sobre el pálido busto de Palas, justo encima del umbral

de una alcoba envuelta en humo

Soñamos que despertábamos

y aprendíamos otra vez a ser humanas

y

que no éramos hijas de un demonio, ni explorábamos

el misterio, ni esperábamos que nos abrieran las ventanas

para poder entrar en la alcoba y posarnos

frente a algún desconocido

con quien hablábamos a solas, aunque él se empeñase

en llamarnos Nevermore

Soñábamos que despertábamos sin ser Nevermore

deseando subir con los ángeles

a los infiernos

donde él murmuraría en tonos graves

anhelaría nuestras caricias

nos daría diferentes nombres aunque fuésemos siempre

una

igual y múltiple a la vez, Nevermore…

Julieta Gómez Paz

Una versión de The Raven. Mi eterna taciturna medianoche. Inaugurada la etiqueta de las versiones, también.

jueves, 23 de octubre de 2008

Un reino moribundo debajo del mar





Annabel Lee


Hay un nombre cuyo ruido hace

temblar al aire como si fuera de algo

el de mi hermosa Annabel Lee: el de una niña

que me amó como si yo algo fuera

y que al morir supo tan sólo

a Dios decir un nombre, un ruido:

Annabel Lee.


Yo era una niña y ella casi un niño

nadando los dos bajo el mar; pero

nos amábamos ambos de algo como hierro

y llorábamos juntos los dos, bajo el cielo.

Y fue ese el motivo quizá por el que un día

una lágrima cayó del cielo disolviendo

como un ácido el cuerpo que temblaba

de mi hermosa, de mi pálida Annabel Lee, y entonces

vinieron sus padres, gente de dinero

a hacerse cargo del alma, y dicen

que la enterraron bajo el mar.


Pero hoy los huesos de una niña bailan

allí junto a una roca, cerca

de aquel reino moribundo que hay

debajo del mar, y cantan

aún esa canción demente, la

de los seres que

se enterraron juntos pronunciando

a solas el nombre de

Annabel Lee.


Leopoldo María Panero



Siempre me ha gustado la versión de Annabel Lee de Panero ("yo era una niña y ella casi un niño"). No tanto como la de Poe, claro, pero siempre me ha gustado. Siempre me han gustado las versiones de Panero.

Mis tres difuntos fotologs atestiguan que Annabel Lee es un poema que me gusta mucho.


La imagen, de Sorolla.

Me duele la cabeza!

Y no sé por qué, pero mi blog se come, desde ayer, fragmentos de las pinturas. Señal de que todo se derrumba.