sábado, 11 de diciembre de 2010
martes, 23 de noviembre de 2010
Te regalaré un abismo
pero de tan sutil manera que sólo lo percibirás
cuando hayan pasado muchos años
y estés lejos de México y de mí.
Cuando más lo necesites lo descubrirás,
y ése no será
el final feliz,
pero sí un instante de vacío y de felicidad.
Y tal vez entonces te acuerdes de mí,
aunque no mucho.
jueves, 11 de noviembre de 2010
sábado, 2 de octubre de 2010
A partir de aquí iba a salir un post
"Un huevo es un sueño y un gusano es un sueño que camina"
León Felipe
PS. ¿Veis? Dije que os iba a dar miedo. Y eso que no publico lo que tenía escrito.
PS2. Se agradece todo tipo de aportación sobre gusanos en la pintura. Yo estaba dándole vueltas a los gusanos en la literatura. Sí, partía de Poe (CLARO) y de este verso pero el resto daba pavor. Me estaba asustando yo...
PS3. Ok, no me asustaba pero vosotros sí. Creedme.
PS4. También iba a salir media historia familiar. Y terminaba con el cuento del sabio que no sabía si era un sabio que soñaba ser una mariposa o una mariposa que soñaba ser un sabio. Más poético que el narrador de Clarimonda pero prefiero las polillas. No, pero son nocturnas como los vampiros.
PS5. ¿He dicho ya que iba a ser un post tamaño novela decimonónica por entregas?
PS6. No, no he estado más sobria en toda mi vida. Ebria desvarío menos.
viernes, 20 de agosto de 2010
Erzsebeth
modo tan absoluto y definitivo
como si estuviese sentado.
El camino está nevado, y la sombría dama arrebujada en sus pieles dentro de la carroza se hastía. De repente formula el nombre de alguna muchacha de su séquito. Traen a la nombrada: la condesa la muerde frenética y le clava agujas. Poco después el cortejo abandona en la nieve a una joven herida y continúa viaje. Pero como vuelve a detenerse, la niña herida huye, es perseguida, apresada y reintroducida en la carroza, que prosigue andando aun cuando vuelve a detenerse pues la condesa acaba de pedir agua helada. Ahora la muchacha está desnuda y parada en la nieve. Es de noche. La rodea un círculo de antorchas sostenidas por lacayos impasibles. Vierten el agua sobre su cuerpo y el agua se vuelve hielo. (La condesa contempla desde el interior de la carroza). Hay un leve gesto final de la muchacha por acercarse más a las antorchas, de donde emana el único calor. Le arrojan más agua y ya se queda, para siempre de pie, erguida, muerta.
Alejandra Pizarnik, La condesa sangrienta
o
Valentine Penrose, idem
Ahora las seiscientas doncellas gimen todavía más alto cuando alguien se acerca al castillo.
jueves, 15 de julio de 2010
Porque os outros usam a virtude
Para comprar o que não tem perdão
Porque os outros têm medo mas tu não
Porque os outros são os túmulos caiados
Onde germina calada a podridão.
Porque os outros se calam mas tu não.
Porque os outros se compram e se vendem
E os seus gestos dão sempre dividendo.
Porque os outros são hábeis mas tu não.
Porque os outros vão à sombra dos abrigos
E tu vais de mãos dadas com os perigos.
Porque os outros calculam mas tu não.
Sophia de Mello Breyner Andresen
martes, 29 de junio de 2010
Bryce Cameron Liston
Es raro que ponga pintores vivos (no conozco pintores vivos, no les voy a mentir) y la única vez que lo hice, con Andrew Wyeth, se murió en dos semanas. Juro que si Bryce Cameron Liston muere, dejaré de hacerlo para siempre.
La cuestión es que acabo de descubrirlo y, como no podía ser de otro modo, me he enamorado.
domingo, 27 de junio de 2010
Artemisa Gentileschi
viernes, 25 de junio de 2010
Nínfulas
"Entre los límites de los nueve y los catorce años, surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o tres veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana, sino nínfica ( o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.
¿Son nínfulas todas las niñas? No, desde luego. Si pedimos a un hombre normal que elija a la niña más bonita en una fotografía de un grupo de colegialas o girl scouts, no siempre señalará a la nínfula.
Hay que ser artista y loco, un ser infinitamente melancólico, con una burbuja de ardiente veneno en las entrañas y una llama de suprema voluptuosidad siempre encendida en su sutil espinazo, para reconocer de inmediato, por signos inefables - el diseño ligeramente felino de un pómulo, la delicadeza de un miembro aterciopelado y otros indicios que la desesperación, la vergüenza y las lágrimas me prohiben enumerar- al pequeño demonio mortífero ignorante de su fantástico poder."
Lolita, o sea, Dolores Haze, es una nínfula; las nenitas que pretenden imitar a la(s) de la(s) películas, rotundamente no. La de Kubrick tampoco y creo que por eso prefiero la de Adrian Lyne, en ésta la chavalita (cuyo nombre he olvidado porque ya creció y no me interesa) es maravillosa como nínfula. También es nínfula la de El cabo del miedo (no recuerdo si también la de El cabo del terror porque estaba demasiado concentrada viendo a Robert Mitchum, que cada una tiene sus debilidades...) y mi absoluta preferida: Natalie Portman patinando en círculos en el hielo y diciendo a chico guapo que toca el piano (aquí estaba demasiado concentrada viendo a Natalie para saber quién es él) "¡oh, Romeo, pobre Romeo! nuestro amor es imposible: a ti te meterían en la cárcel y yo sería el hazmerreír de las exploradoras..." en Beautiful Girls. Natalie Portman fue LA NÍNFULA y luego... creció. Como todos los niños excepto uno.
Beatrice, Laura, Annabel Lee (y a esas tres las cita Nabokov como ejemplos) son putas nínfulas. La garota de Ipanema. Virginia Clemm (o sea, Annabel Lee). Alice Liddell (¡ay!). María Valverde (insuperable su "fue el verano pasado, yo era una niña" "¿y ahora?" "ahora me queda muchísimo mejor el bañador" o su respuesta a "a mí las bragas de las niñas no me importan nada" de Tosar, diciendo "mejor: yo no llevo" en La flaqueza del bolchevique -película que fui a ver sólo por la posibilidad cumplida de la nínfula-). Ellen Page da el pego en esta película que es una revisión de Caperucita y cuyo título he olvidado.
Como no creo en las casualidades, supongo que lo de que hayan vuelto las gafas en forma de corazón meses antes de estrenarse Alicia y de cumplirse cien años de la publicación de Muerte en Venecia y que se vean lolitas (más) por todas partes, no puede ser casual. También lo explicaba muy bien Houellebecq en La posibilidad de una isla, novela que no me gustó más que por eso:
" Claro, es un poco ridículo que una mujer de treinta años compre una revista que se llame Lolita; pero no más que el hecho de comprarse un top ceñido o unos mini shorts. Su apuesta era que el sentido del ridículo, que había sido tan fuerte entre las mujeres, y especialmente las francesas, iba a desaparecer poco a poco en provecho de la pura fascinación por una juventud sin límites.
Lo menos que se puede decir es que se ha ganado la apuesta. La edad media de nuestras lectoras es de veintiocho años, y aumenta un poco todos los meses. (…) Es normal que a la gente le dé miedo envejecer, sobre todo a las mujeres, siempre ha sido así, pero esto… supera todo lo imaginable, creo que todas se han vuelto completamente locas”.
Por cierto, la chica que se tira el protagonista de la novela tampoco es una nínfula. ¡Es mayor de edad, por dios! Dada la evolución de la narrativa del bueno de Michel, en la próxima toca (y yo espero ansiosa). Las lolitas son chicas, no niñas. A los Humbert Humberts de la vida (véase Polanski, véase Lewis Carrol, véase Poe...) les gustan las nínfulas, no las adolescentes con cara de chupapollas.
Las nínfulas sólo son superadas en mi escala de fascinaciones por los vampiros y sólo porque llegaron antes y no te los cruzas por la calle; a ellas sí. Claudia, la de Entrevista con el vampiro es otra pero la última vez que vi/leí ECEV estaba en edad de serlo yo (no lo fui, por desgracia y no por falta de vocación) y no de fijarme en otras... pocas cosas "no reales" me decepcionan tanto como cuando una nínfula (de las de dominio público) crece. Lo de Natalie todavía no lo he superado. Ni creo que lo haga jamás.
Las niñas de Balthus son indiscutibles nínfulas. Alguna de las que pinta Bouguereau descalzas. Pero, sobre todo, mi último gran descubrimiento (vía tumblr):
Este post iba a ser más largo e iba a existir antes de descubrir el cuadro; luego iba a ser sólo el cuadro y se ha quedado en esto. No se preocupen, no terminaré en la cárcel. Lo mío es puro voyeurismo: me gusta ver como afilan sus garras como quien juega. Las admiro de lejos y me limito a ser Annabel Lee en mundos virtuales: la más inocente, la de Poe y la que, además, está muerta y vive en un reino junto al mar. Nada es nunca casual ¿o se creían que lo de Annabel Lee sí lo era?
lunes, 14 de junio de 2010
Morir como muere un animal pequeño en los cuentos para niños
APROXIMACIONES
abrazando tu sombra en un sueño
mis huesos se arqueaban como flores
*
los bordes de silencio de las cosas
lo callado que recorre la presencia de las cosas
*
estos ojos
sólo se abren
para evaluar la ausencia
*
quién me perdió
en el silencio fantasma de las palabras
*
pasos en la niebla
del jardín de lilas
el corazón regresa
a su negrura
*
quisiera vivir siempre
como algo olvidado en la mano de un muerto
*
¿Por qué escribo?
Por qué sollozo en madrugada
Por qué de pronto este sabor a canto de cisne
Esta espuma verde acumulada en la garganta
Mi corazón es absurdo como una máscara en la lluvia
El espanto lo asemeja al mar
Mi cuerpo es una invasión de tambores en el silencio de la noche
Por qué estas noches como un oasis para brujas
Por qué esta conjuración de ausencias
Este secuestro de la hija del viento
Me rodea en la noche una logia exterminadora
te llamo y no vienes
Te amo y no vienes
Por qué viniste como el relámpago
y me dejaste sola en lo devastado
Si escucharas mi rumor a celda minúscula
poblada de agonizantes
mi jadeo de asfixiada
Si de pronto me vieras en la orilla del despertar,
cantante enmudecida en la cima de su asombro
Si me vieras atada a tu rostro
*
Canciones ambiguas
De algún país arrasado por las lluvias
Canciones de campaneros
memorias de algún hombre que la noche amó
*
un pueblo de luz arderá en la sombra
*
Si un mar por una lira
ángeles furiosos ahogó en el viento
*
noche amada nunca como ahora
en que la pierdo
en lo incierto del día
que rompe lo que me une a mi vida
*
todos comprenden lo que nadie
nadie comprende lo que todos
*
no lejos del alba nace el día
visión de las últimas flores
la luz gira en mi rostro que esperaba
las nupcias de los cuatro elementos
*
siempre habrá el miedo de otras voces
el miedo de otras voces
*
es tarde para reconocer el sol
el sol está y mis ojos cantan
el sol está su primavera es negra
el sol está y es tarde
*
éste es mi invierno elegido
éste es mi deber ante la niebla y lo confuso
*
querer quedarse queriendo irse
*
El amor dibuja en mis ojos el cuerpo anhelado
como un lanzador de cuchillos
tatuando en la pared con temor y destreza
la desnudez inmóvil de la que ama.
Así, en lo oscuro, fragmentos de los que amé,
lúbricos rostros adolescentes,
entre ellos soy otro fantasma.
A veces, en la noche,
me dijeron que mi corazón no existe
pero yo escucho canciones ambiguas
de un país arrasado por las lluvias.
*
Lo que no te dieron.
Lo que no te dan.
Noviciado atroz.
*
así iba yo devorando tinieblas
una flor en mi mano de sonámbula
una sonrisa ajena pegada a mis labios
mi cuerpo desnudo como una palabra
mis deseos abrazados a su imagen
*
si solamente hicieran una hoguera en mis labios
para quemar las sílabas que no se unen
*
el gran pájaro de cuerpo de paja teclea el invisible piano de viento
*
La luz amontonándose inservible a espaldas del sol. Niebla en el pozo. Hacer dibujos en un viejo muro rosado.
*
pájaros polvorientos
con sangre vieja en las alas
flores de metal olvidadas
telarañas enamoradas del espacio
en donde vive el tiempo que pasa
*
se han ocultado
entre los sonidos de la noche
*
El jardín triangular
que oprimo en mi mano
chorrea flores de agua
Abejas de perfume azul
fosforecen como ojos enemigos
incrustados en mis huesos
*
soledad cerrada y dichosa
promesas de súbito cumplidas
como campanas en un amanecer helado
*
detrás de las formas sin consuelo
el día se abre como un canto doloroso
un alarido mágico formulador en el viento
*
Apenas remitida del cielo cerrada
en donde yo era sin color y sin forma
sólo una contemplada.
Apenas devuelta de crepúsculos
de playa sola, de corazón silenciosa.
*
Yo creo en los espejos
*
La noche canta amordazada
Corazones incendiados
en la memoria de mi boca
me penetran vasos vacíos.
*
En la cavidad iluminada
en que este instante es perla pródiga
escucho el ronco abrirse de mi memoria
como una puerta al viento
*
Si morir es memoria cerrada
*
Yo trabajo el silencio
lo hago llama
*
I
Yo no canto, no celebro,
no bailo desnuda y ebria
sobre mi ataúd.
Pero yo le ruego al poema,
yo le pido la luna al poema.
II
He desatado el corazón de la lluvia
Antiguas baladas
alimentaron mi silencio.
III
El amor es este viaje inútil, pero muy suave,
al otro lado del espejo.
Tantas criaturas en mi sed y en mi vaso vacío.
IV
La niña que fui
ahora en mi memoria
entre mis muertos
De lágrimas se nutrirá mil años
De destierro el sonido de su voz
*
yo vi ese rostro partir la mañana
en dos noches iguales.
Mi cuerpo se pobló de muertos
y mi lengua de palabras crispadas,
ruinas de un canto olvidado.
*
COMO YO LA QUERÍA
Morir como muere un animal pequeño
en los cuentos para niños.
Eso tan terrible.
Lleno de hermosura.
*
Las cosas amarilleaban frente a mis ojos
recién venidos de un sueño de otoño.
*
Si la noche no es azul,
si el verano es una lenta plaga.
*
habla al gran espacio vacío
en donde corre una niña
que ya no reconoces
sólo deseo no tener nada con nada
*
Has dicho tantas palabras
que ya no te atreves a oírte llamar.
*
En mis huesos la noche tatuada.
La noche y la nada.
*
Escribes poemas
porque necesitas
un lugar
en donde sea lo que no es
*
El aire se eternizaba
En caras plateadas o coléricas
Se puede morir de presencias
*
Hay un rostro salvajemente asomado al día
que se abre en dos noches iguales.
¿Quién cantará al amor?
No yo.
Yo amo.
*
y finalmente
un himno sin desdicha
un sueño como una estrella
*
ebria del silencio
de los jardines abandonados
mi memoria se abre y se cierra
como una puerta al viento
*
Perdida en el silencio
de las palabras fantasmas.
Si vivir es memoria cerrada
quién me pierde
en el silencio fantasma
de las palabras
*
Zona de la visión perpetua.
Yo la atravesé en un misterioso gemido.
*
Yo he dado el reino de mi edad a la noche de los cuerpos
para saber si hay una luz detrás de la puerta cerrada.
*
En un lugar de temblores
manos oscilan enamoradas
en la dulzura de mi rostro
sobre tu oscuridad ardiente.
Alejandra Pizarnik
sábado, 12 de junio de 2010
jueves, 3 de junio de 2010
Burghardt Rezső
Vale, los exámenes sólo se curan cuando se terminan.
Pero, mientras, podemos ver cuadros bonitos, leer a Panero (incluso más poemas suyos) y escuchar canciones tristes. A más días de insomnio, más tristes.
¿Algún poeta húngaro? Digo para redondear el asunto.
jueves, 27 de mayo de 2010
Debilidades literarias (I)
Ante todo y sobre todo los vampiros. Y el terror. Castillos, doncellas con vestidos blancos y cabellos flotantes. Cadáveres en lagos. Pueblos remotos de habitantes emparentados con seres de las profundidades.
Nínfulas y fáunulos. Dolores Haze y Tadzio. Annabel Lee.
Chicas muertas, mejor ahogadas.
Panero (hijo: Leopoldo María). Locos (tanto autores como personajes). Malditos. Lúcidos que pagan con la locura.
Vera, un cuento cruel de Villiers y la llave de la tumba.
Bradbury y los ambientes angustiosos. Una nueva casa de Usher, una guadaña que maneja el mundo, enanos en laberintos de espejos, medusas que te llaman por tu nombre, marcianos amarillos, bomberos que queman libros y libros vivientes que recitan el Eclesiastés, norias que te hacen envejecer o rejuvenecer y momias mexicanas.
Las elegías de Miguel Hernández. Las elegías en general. Miguel Hernández, hasta cuando escribe poemas de amor.
Phillip Roth y sus personajes retorcidos y que nunca son lo que parecen. Zuckerman mayor y observando el mundo. Un ruso del XIX vivo, norteamericano y judío.
Martín y Alejandra. Fernando Vidal Olmos. Los ciegos. Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne. Bruno. Madrecloaca. Niñamurciélago. El parque Lezama de Buenos Aires, Lavalle, el loco Bebe, el Mirador, una cabeza en una sombrerera. Sabato. Sabato. Sabato.
Blas de Otero. Celso Emilio Ferreiro. Gil de Biedma.
Llamadme Ismael y embarcadme en un barco ballenero, con un arponero tatuado y un capitán con una pata de hueso de ballena. Llevadme con el Corsario Negro a vengar a sus hermanos el Corsario Rojo y el Corsario Verde. Hacedme naufragar en una isla desierta y no sólo como Robinson Crusoe, sino también con un lobo de mar loco (a la chica os la podéis quedar), siendo un niño pequeño criado por monos o con un montón de adolescentes y una caracola.
Háganme batirme con tres mosqueteros en un lapso de tiempo de tres horas.
Pídanme que dibuje un cordero.
O enséñenme que todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros. Que lo peor del mundo varía según la persona.
Léanme poemas sobre el destierro o el exilio político. Háganme sentir, por un momento, que creo que patrias, países, fronteras y tonterías así existen.
Gritemos todos "¿quién levantó los olivos?".
El infierno son los demás.
Lloremos todos la muerte de Manuel, el portugués, aunque lloremos más con la película. Vayamos con Mowgli por la selva y olvidemos la versión de Disney en la que los monos cantan jazz diciendo "quiero ser como tú". Recordemos, de paso, que la sirenita de Andersen no se casa con el príncipe y que nos gusta tanto el soldadito de plomo sin una pierna como nos gusta el Príncipe Feliz de Oscar Wilde. Y la foca (volvemos a Kipling) cuyo nombre hemos olvidado. Erizos y tortugas que intentan mimetizarse con el otro y se convierten en armadillos.
Marley estaba muerto y a Nancy la hostiaban. Oliver se atreve a pedir más.
Alejandra Pizarnik, con la regla, computa como intento de suicidio.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
(A la mañana siguiente, Cesare Pavese no pidió el desayuno)
(Muere un poeta y la creación se siente herida y moribunda en las entrañas)
La carne es triste y he leído todos los libros.
¿Dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno?
Caballeros artúricos y doncellas con castillos estupendos oportunamente disponibles. Reinas que se lían con el sobrino o el colega del rey. Hermanas hadas celosas y con mala baba. Combates donde cortan al malo por la mitad y, con suerte, también al caballo.
Adúlteras con maridos aburridos y amigas que comen bacalao que se deshace en lascas en la boca. Adúlteras de las que su amante se aburre. Adúlteras a las que les mola el cura. Enredos varios decimonónicos.
Rusos explorando todas las posibilidades de la naturaleza humana, como define un personaje de Phillip Roth.
Frivolidades en la campiña inglesa. De Wodehouse a Saki, pasando por Forster. Si hay asesinato, también mola.
Detectives con gabardina que no duermen, fuman mucho, beben más y siempre se lían con la chica. Si viven en Los Ángeles y en plena Ley Seca, mola más.
Retrasados que acarician ratones dentro del bolsillo. Familias que recogen cajas de melocotones muy rápido y no vale. Perlas que destrozan vidas. Historias de las que una parte pasa a ser peli de James Dean.
Médicos que se convierten en degenerados por las noches. Curas que sueñan ser libertinos que no saben si sueñan ser curas. Sabios que no saben si sueñan ser mariposas o mariposas que sueñan ser sabios.
Médicos en Estocolmo que pasean y tienen dilemas morales que en ningún caso redundarán en su beneficio.
Magas que llaman a su hijo Rocamadour y lo dejan morir. Botes de nescafé, hermanos que tiran la llave de la casa por la alcantarilla, terrarios con hormigas.
La estulticia, el error, el pecado, la mezquindad.
(Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar)
viernes, 7 de mayo de 2010
Mamá
Lloverás en el tiempo de lluvia,
harás calor en el verano,
harás frío en el atardecer.
Volverás a morir otras mil veces.
Florecerás cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedará la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el corazón de los árboles la palabra amor.
No somos nada, nadie, madre.
Es inútil vivir
pero es más inútil morir.
Jaime Sabines
La primera vez que me dijeron que me parecía a mi madre, hacía menos de una semana que había cumplido veinte años y menos de veinticuatro horas que ella se había muerto. Ahora a veces nos veo cierto aire en las fotos. Ella era muchísimo más guapa.
Le debo el terror, a Víctor Jara, a Lorca, a Oscar Wilde (me contó tantas versiones distintas de "El fantasma de Canterville" que sospecho que tuvo algo que ver con todas las películas que hay), a Miguel Hernández y la falta total y absoluta de oído musical. Ella sabía dibujar, yo no. De pequeña me hacía mariquitas que parecían estrellas de cine de su época y, si las busco un poco, las encuentro. Las mías y las que fueron suyas. Intentó sin éxito hacer de mí una señorita y un día confesó que tenía miedo de que fuera lesbiana "por los problemas en los que me iba a meter".
Salió con mi padre toda la puta vida (desde los catorce años) y creía que tenía gripe cuando lo que pasaba era yo. Yo, 42 años, diez meses y medio de embarazo y Mallorca en verano.
Nunca jamás se emborrachó porque primero no bebía, luego mis hermanos eran pequeños, luego llegué yo y después le diagnosticaron un par de hepatitis y una cirrosis. Así, de buen rollo. Todas juntas. Antes del diagnóstico siempre decía que un día tenía ganas de emborracharse de verdad.
La llamaron para un transplante cinco minutos antes de morir.
¿He dicho que tenía los ojos verdes y bonitos? ¿Que cuando era pequeña se creían que era mi abuela? ¿Que tenía las mismas confusiones con las palabras que yo? ¿Que las películas que más le gustaban eran las de terror? ¿Que me enseñó a leer antes de que tocara en el colegio? ¿Que la echo infinitamente de menos?
Me he acostumbrado a llegar a casa y que no esté pero no a que no me coja el teléfono.
A que poco a poco haya ido desapareciendo mucho de lo que identificaba con ella pero haya ido aumentando el número de fotos.
A decir con naturalidad "voy a casa de mi padre". A que en donde la agenda del móvil ponía "mamá" ahora ponga "papá2" (y eso fue lo primero que hice cuando se murió).
A no contestar "mi madre murió" cuando alguien dice "tus padres".
A ir a la playa donde ya no pueden quedar cenizas sin pensar "hola, mamá".
A que nada de lo que intento cocinar (y lo de intentarlo es lo más parecido que hago) sepa remotamente a lo que cocinaba ella.
Ah, ella también odiaba el azúcar en el café y el tomate en la pasta.
Y al primero que diga "sigue viva mientras te acuerdes de ella", le muerdo un ojo. Eso o cualquier cosa por el estilo. Es mi blog y si quiero ponerme emo y premenstrual, me pongo.
viernes, 23 de abril de 2010
Dragones!
Me gustaban, en cambio las Matemáticas. Quise estudiar Matemáticas hasta que alguien me contó que en la facultad de Filología lo que más se hacía era leer y dije "esta es la mía". Luego llegó la primera asignatura de Literatura (odiaba a muerte las asignaturas de lengua, casi tanto como la de Ciencias Sociales) y desplazó Matemáticas como la que más me gustaba. Un par de años después me gustaban casi más Historia del Arte o Filosofía y la decisión de qué estudiar estaba entre las tres. O sea, entre Historia del Arte, Filosofía y cualquier Filología. Quise hacer Eslavas pero se me dejó clarito que escogiera entre las nueve que había aquí y que me dejara de tocar las narices queriendo estudiar cosas raras y sin salidas. Al final me matriculé en Hispánicas por amor al XVII, a Miguel Hernández, a Lorca y al boom, me cambié a Románicas, me enamoré de la Edad Media y maldito si recuerdo algo de las matemáticas que no sea sumar, restar, multiplicar, dividir y hacer reglas de 3. Y la fórmula de la ecuación de segundo grado pero eso es porque el cerebro tiene recovecos simpáticos donde se queda información que jamás volverás a usar pero que está ahí.
Pero el caso es que la literatura es ficción y lo que menos importa es la exactitud histórica o que las cosas "hayan pasado de verdad". No hay nada peor que un libro o una película malos "basados en hechos reales" o que alguien sonría cuando aludes a un sitio como el lugar donde transcurre tal novela. Claro, si dices "de ahí es tal escritor", sí pero que tire la primera piedra quien sepa pensar en Casablanca sin Bogart e Ingrid Bergman. En el Che sin canturrear la canción de Carlos Puebla. En Vlad Tepes sin recordar que inspiró a Drácula. En un castillo de noche sin una chica de blanco con el pelo suelto.
O será que soy yo así de freak. Cada vez que voy a decir romántica en el sentido literal de la palabra me viene a la cabeza todo lo que se identifica hoy con romántico y tengo otro ejemplo más.
La cuestión es que hoy es para mí ante todo y sobre todo el Día del Libro pero también el día del señor que mató a un dragón para salvar una princesa. Me gusta más la versión donde es un pobre chico a quien el caballero cobarde de turno pretende robar el mérito (y a la chica) y que falla porque, antes de que el malo (el cobarde no puede sólo ser cobarde, también tiene que fingirse valiente y caernos mal por ello) corte las cabezas, el bueno ha guardado las lenguas pero no le hago ascos a esta, aunque todo el mundo aplauda al recién llegado sin lamentar o cuestionarse que haya llegado justo justo para salvar a la hija del rey. Lo bonito de los cuentos: la princesa es guapa y se salva, el malo muere y todos se alegran. Y a todos les gustan las perdices. Yo quiero ser feliz y tomar té y helado.
Pero (que me disperso cada vez más) iba a que siempre hay algún listo que te cuenta que nunca existió, que es un santo fantasma. Claro porque yo creo firmemente en la existencia del hijo del carpintero, en la paloma y en que la virgen era virgen cuando los parió a todos. A todos no, al hijo del carpintero que en realidad lo era de una paloma. O que realmente no nació el 25 de diciembre. Claro, porque realmente nació. Y andaban a la vez la paloma y un ángel diciendo "neniña, tú no te asustes que es el hijo de tu dios" y nadie flipó. Porque todos sabemos que ver a un nacho con alas en la espalda no asusta. Y casualmente sólo lo veía ella. Sí...
También creo firmemente en los vampiros, en Arturo, en que si Franco hubiera perdido la guerra, los míos hubieran cambiado la república en el Paraíso de la Anarquía y en las cremas hidratantes con añadidos cada vez más raros. Bueno, las cremas hidratantes con añadidos freaks las considero incluso menos que el fútbol.
Porque todos sabemos que el santo nunca existió pero el dragón sí. ¿O no?
para que jugara con Folerpa. ¡Tan pequeñito y tan rojo!)
PS: Se admiten sugerencias de libros para comprar. Si alguien se quiere emocionar, también se admiten libros. Hasta rosas.
PS 2: Con la relectura pre-publicación, ha quedado más vehemente que anoche. No dormir me convierte en esto.
lunes, 5 de abril de 2010
¿Quién no lo ha querido alguna vez?
Arde el mar
Oh ser un capitán de quince años
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el
cielo de zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo
en las aguas con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
Un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
Una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar
bajo los cocoteros
Pere Gimferrer
domingo, 4 de abril de 2010
Abril
Me gusta abril. No sólo hace brotar lilas de la tierra muerta sino que está lleno de margaritas, empieza la temporada de las sandalias y la de las terrazas. Se reduce la lectura de terror porque anochece más tarde, pero no se puede tener todo. Suele coincidir con Semana Santa y pasan películas de romanos por la tele. A veces hasta está buen tiempo y se puede ir a la playa.
El cadáver plantado en el jardín el año pasado cría malvas (y lilas y jacintos y hasta margaritas) y no hay perro que escarbe y lo desentierre. Yo tuve una pala en su día, pero no sé dónde está ni quiero buscarla. Me limitaré a coger las malvas (y las lilas, y los jacintos y las margaritas) y sentirme chica de Waterhouse entre flores.
miércoles, 24 de marzo de 2010
PJ Harvey y una colchoneta en medio del bosque...
Además, en el video de Black hearted love pega saltos en una colchoneta en medio del bosque. Y... bueno, es Piyei y una colchoneta y un bosque y... aaaaaaaaaaaaaaaay.
I think I saw you in the shadows
I move in closer beneath your windows
Who would suspect me of this rapture?
And who but my black hearted love
And who but my black hearted love
When you call out my name in rapture
I volunteer my soul for murder
I wish this moment here forever
And you are my black hearted love
And you are my black hearted love
In the rain, in the evening
I will come again
I'd like to take you;
I'd like to take you to a place I know
My black hearted
I'd like to take you;
I'd like to take you to a place I know
My black hearted
I'd like to take you;
I'd like to take you to a place I know
My black hearted
I'd like to take you;
I'd like to take you to a place I know
My black hearted
martes, 16 de marzo de 2010
La culpa la tienen Poe y Bradbury
Este cuadro lo saqué del tumblr de Juan Antonio y es sencillamente maravilloso. Es la princesa Tarakanova y el señor se llama Konstantin Flavitsky.
sábado, 13 de marzo de 2010
Tengo activado el shuffle cerebral
Una ley de Murphy que Murphy olvidó enunciar es que, cuanto menos te guste la música que suena en un blog al abrirlo (y cuanto más se solape con la que tengas puesta tú en el ordenador), más abajo estará el reproductor.
No me gusta en absoluto cuando callas y estás como distante. Es más, me toca inmensamente los cojones.
viernes, 12 de marzo de 2010
El principio de Señora de rojo sobre fondo gris
¿Quién se viene este fin de semana a beber para olvidar la muerte de Delibes?
Enero Rohmer, febrero Salinger, marzo Delibes. 2010, empiezas a caerme auténticamente mal.
domingo, 28 de febrero de 2010
La herida
Manuel Rojas
Cortesía, en su momento, de Vincent Malloy.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Bagaje
Coso sombras a cambio de dedales pero exijo que quienes vengan a jugar conmigo no tengan corazón. Prefiero la voz a caminar y siempre seré Tigrilla.
También prefiero ser la otra y la convertida en vampiro a la que hay que proteger y salvar. Me hubiera quedado con el aventurero o el psiquiatra antes que con el aristócrata, eso sí. Frivolidad, la justa. Además, yo quería ser Jonathan Harker y andar por los Cárpatos en plena noche de Walpurgis con un vampiro.
Poe me enseñó que no hay tema más poético que una mujer muerta y Bradbury que las ahogadas son las más hermosas de todas. Reconozco no haber leído Hamlet pero esto está poblado de Ophelias. Mi foto de perfil (aquí y ahora, estoy a tiempo de cambiarla) es Miranda contemplando el naufragio. En otras partes soy un cuadro de Schiele, una sirenita de Waterhouse, una chica que grita en uno de Munch...
Siempre tendré dudas como dónde van los cisnes de Central Park cuando llega el invierno y siempre habrá algún motivo estúpido para no suicidarse. Pese a ello, hoy es un día perfecto para el pez plátano.
Los ciegos son inquietantes y están emparentados con reptiles y murciélagos. Alejandra tenía que morir. Martín tenía que no entender nada. Bruno tenía que entenderlo todo pero estar fuera.
América era hija de un matrimonio de inmigrantes italianos.
Me identifico con más personajes masculinos que femeninos tanto en la literatura como en el cine.
Amo profundamente a Marlene Dietrich.
No sé si prefiero a Rose Ryan o a Yuri Zhivago: ella tiene una sombrilla y a Robert Mitchum; él a Geraldine Chaplin y a Julie Christie. Al inglés cojo no lo contamos.
Prefiero a Waterhouse a Rosetti. A Munch a todos los demás; a Schiele a Klimt. Sabato a Borges (y puede que a Cortázar), Moby Dick al Quijote, los romans artúricos a la literatura grecolatina y el terror a absolutamente todo.
El día que releí Los tres mosqueteros y descubrí que mi favorito ya no era Aramis sino Athos, sentí que me había hecho mayor.
Numero los exámenes con el mismo aire que Edmond Dantès va numerando enemigos muertos.
Últimamente me tortura preguntarme si dejaré de parecerme (según Jose al menos) a Janis Joplin al cumplir los 27. ¿Y los 28?
Como a Bryce, lo único que se me da verdaderamente bien es extrañar. También tengo insomnio y me tiembla el pulso. Todavía no grito Octavia de Cádiz, pero todo se andará.
Bryce es mi penúltimo favorito, el último es Phillip Roth.
No le perdono a 2010 empezar matando a Rohmer y a Salinger. A 2009 no le perdono nada.
Soy vehemente, melodramática y tengo un blog. He aquí el resultado.
sábado, 13 de febrero de 2010
Otro de esos posts que deberían titularse de re varia
Ando terriblemente cansada y debo tener la anemia mucho peor que habitualmente. También, pese a que ando premenstrual y tomando mucha coca-cola y comiendo gofres (esta semana fueron dos y normalmente me como uno cada muchos meses/años -sólo me gustan con chocolate y helado y eso es de las cosas que un organismo normal sólo quiere cuando está de exámenes y premenstrual todo al mismo tiempo, que es el caso-), hace como un mes que me olvido inquietantemente de hacer comidas. Sólo si estoy en casa y no siempre. Suele ser, por tanto, la cena, pero no es la primera vez que es fin de semana y es la comida la que se me olvida. Obviamente (véase el ejemplo de los gofres) no es consciente pero no me gusta nada. Sobre todo porque luego son las seis y yo me pregunto por qué tengo tanta hambre si es tan temprano y, claro... es porque no he comido (algo de lo que me doy cuenta allá por las siete).
También ando más sensible de lo habitual (de lo habitual de estar premenstrual) para lo bueno y para lo malo. Por un lado lloro por todas las esquinas y estoy vehemente y melodramática y de un pesado que me dan ganas de darme las hostias yo en lugar de esperar a que los demás se cansen de aguantarme y decidan dármelas y, por otro, soy como una fuente inagotable de oooohs y aaawwws ante la noticia de que Javi y Mónica andan embarazados. Y cuando digo inagotable, quiero decir inagotable. Que parezco tonta o algo. No sé en qué momento lo de "fulanita está embarazada" ha pasado de ser respondido con un "joder qué putada" a con un "joder, qué guay", pero creo que me gusta el cambio. Y eso que me hacen mayor, los cabrones. Lo de tener sobrinos lo tenía asimilado, pero no lo de hijos de amigos. 2010 es bonito, aunque sólo sea por eso.
Para otras cosas, bueno... quiero creer que lo de andar llorando por las esquinas y afectadísima por cierto tema se debe a lo mal que se están portando mis hormonas este mes (mucho azúcar y pocas vitaminas, ya decía yo que eso no podía ser bueno) y no a que cierto tema realmente me importe porque, si me importa, voy apañada... En unos días se verá.
Además, hoy amanecí con la noticia de que se había muerto Georginho (George Harrison era el hamster), somos uno menos en casa. Vale que después de las plantas era el que menos circulaba por ella (las plantas, como están por todas partes, es como si circularan y la jaula de George lo mismo estaba en el estudio que en el salón) pero da penita. Era gris y tenía los ojos negros y grandes. De mayor quiero ser así. Vale, gris no. Pero siempre quise una rueda de las que tienen los hamsters y los ojos negros y grandes y bonitos.
Y estamos en carnaval pero yo no sólo tengo un examen el jueves sino que trabajo lunes y martes (que pensaba dedicar íntegros a estudiar mucho porque el examen es más que difícil aunque esté en pleno post-desahogo-general en lugar de con los apuntes -que están aquí a mi lado, claro; los apuntes no se separan de mí-), pero yo tengo un montón de sangre de mentira y cosas varias para pintarme más sangrienta aún. No me gusta nada disfrazarme, pero siempre me moló mucho lo de pintarme la cara no en modo maquillaje de niña mona (para eso no tengo paciencia) sino maquillaje de monstruo/zombie/vampiro/todas esas cosas que sí me hacen feliz. Bloody Meryone (versión deformada de Bloody Mary, no María Tudor sino la de la leyenda urbana de colegios mayores gringos*) sale a tomar la calle (bueno, eso es el plan, al final sólo tomaremos la casa de Iago, que es el verdugo de Yurema que será Ana Bolena semi-decapitada -hay gente a la que sí le gusta disfrazarse-; también tenemos a Elisa de china y al señor Coh de vampiro -como todo el año pero con colmillos- y a dos amigos suyos que a saber qué son) y a intentar tener mañana sólo la resaca justa para poder lamentarse pero también estudiar. La señorita disfrazada de Ana Bolena ha prometido muffins de colores para el previo y dado que la Xunta ha decidido no pagarme todavía el mes de enero, el ritmo de manhattans no puede ser el habitual (si es que llegamos al Hula, que la intención siempre es salir y siempre decidimos que el mundo exterior queda muuuuuuuy lejos).
Me voy a hacer la comida antes de que se me olvide. Sean buenos. No lloren por las esquinas y quédense embarazados para que yo pueda decir oh y aw. Por favor.
*No sé tampoco en qué momento ha sucedido pero sí, ya uso gringo con la misma naturalidad que órales.
lunes, 8 de febrero de 2010
Un día perfecto para el pez plátano
No era una chica a la que una llamada telefónica le produjera gran efecto. Se comportaba como si el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que alcanzó la pubertad.
Mientras sonaba el teléfono, con el pincelito del esmalte se repasó una uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del alféizar un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de noche, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya hecha y—ya era la cuarta o quinta llamada—levantó el auricular del teléfono.
—Diga—dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.
—Su llamada a Nueva York, señora Glass—dijo la operadora.
—Gracias—contestó la chica, e hizo sitio en la mesita de noche para el cenicero.
A través del auricular llegó una voz de mujer:
—¿Muriel? ¿Eres tú?
La chica alejó un poco el auricular del oído.
—Sí, mamá. ¿Cómo estás?—dijo.
—He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no has llamado? ¿Estás bien?
—Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos aquí han...
—¿Estás bien, Muriel?
La chica separó un poco más el auricular de su oreja.
—Estoy perfectamente. Hace mucho calor. Este es el día más caluroso que ha habido en Florida desde...
—¿Por qué no has llamado antes? He estado tan preocupada...
—Mamá, querida, no me grites. Te oigo perfectamente —dijo la chica—. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después...
—Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿estás bien, Muriel? Dime la verdad.
—Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
—¿Cuándo llegasteis?
—No sé... el miércoles, de madrugada.
—¿Quién condujo?
—Él—dijo la chica—. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
—¿Condujo él? Muriel, me diste tu palabra de que...
—Mamá—interrumpió la chica—, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el trayecto, ésa es la verdad.
—¿No trató de hacer el tonto otra vez con los árboles?
—Vuelvo a repetirte que condujo muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... se notaba. Por cierto, ¿papá ha
hecho arreglar el coche?
—Todavía no. Es que piden cuatrocientos dólares, sólo para...
—Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. Así que no hay motivo para...
—Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el coche y demás...
—Muy bien—dijo la chica.
—¿Sigue llamándote con ese horroroso...?
—No. Ahora tiene uno nuevo
—¿Cuál?
—Mamá... ¿qué importancia tiene?
—Muriel, insisto en saberlo. Tu padre...
—Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948—dijo la chica, con una risita.
—No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo...
—Mamá—interrumpió la chica—, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Unos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza...
—Lo tienes tú.
—¿Estás segura?—dijo la chica.
—Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había sitio en la... ¿Por qué? ¿Te lo ha pedido él?
—No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el coche. Me preguntó si lo había leído.
—¡Pero está en alemán!
—Sí, mamita. Ese detalle no tiene importancia—dijo la chica, cruzando las piernas—. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos.. .
—Espantoso. Espantoso. Es realmente triste... Ya decía tu padre anoche...
—Un segundo, mamá—dijo la chica. Se acercó hasta el alféizar en busca de cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama—. ¿Mamá?—dijo, echando una bocanada de humo.
—Muriel, mira, escúchame.
—Te estoy escuchando.
—Tu padre habló con el doctor Sivetski.
—¿Sí?—dijo la chica.
—Le contó todo. Por lo menos, eso me dijo, ya sabes cómo es tu padre. Los árboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan bonitas de las Bermudas... ¡Todo!
—¿Y...?—dijo la chica.
—En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ejército lo hubiera dado de alta del hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad, una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la razón. Te lo juro.
—Aquí, en el hotel, hay un psiquiatra —dijo la chica.
—¿Quién? ¿Cómo se llama?
—No sé. Rieser o algo así. Dicen que es un psiquiatra muy bueno.
—Nunca lo he oído nombrar.
—De todos modos, dicen que es muy bueno.
—Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de enviarte un telegrama para que volvieras inmediatamente a casa...
—Por ahora no pienso volver, mamá. Así que tómalo con calma
—Muriel, te doy mi palabra. El doctor Sivetski ha dicho que Seymour podía perder por completo la...
—Mamá, acabo de llegar. Hace años que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la maleta y volver a casa porque sí—dijo la chica—. Por otra parte, ahora no podría viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover.
—¿Te has quemado mucho? ¿No has usado ese bronceador que te puse en la maleta? Está...
—Lo usé. Pero me quemé lo mismo.
—¡Qué horror! ¿Dónde te has quemado?
—Me he quemado toda, mamá, toda.
—¡Qué horror!
—No me voy a morir.
—Dime, ¿has hablado con ese psiquiatra?
—Bueno... sí... más o menos...—dijo la chica.
—¿Qué dijo? ¿Dónde estaba Seymour cuando le hablaste?
—En la Sala Océano, tocando el piano. Ha tocado el piano las dos noches que hemos pasado aquí.
—Bueno, ¿qué dijo?
—¡Oh, no mucho! ¡Él fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando albingo, y me preguntó si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que sí, y me preguntó si Seymour había estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije...
—¿Por que te hizo esa pregunta?
—No sé, mamá. Tal vez porque lo vio tan pálido, y yo qué sé—dijo la chica—. La cuestión es que, después de jugar al bingo, él y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acepté. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en el escaparate de Bonwit? Aquel vestido que tú dijiste que para llevarlo había que tener un pequeño, pequeñísimo...
—¿El verde?
—Lo llevaba puesto. ¡Con unas cadenas...! Se pasó el rato preguntándome si Seymour era pariente de esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercería...
—Pero ¿qué dijo él? El médico.
—Ah, sí... Bueno... en realidad, no dijo mucho. Sabes, estábamos en el bar. Había mucho barullo.
—Sí, pero... ¿le... le dijiste lo que trató de hacer con el sillón de la abuela?
—No, mamá. No entré en detalles—dijo la chica—. Seguramente podré hablar con él de nuevo. Se pasa todo el día en el bar.
—¿No dijo si había alguna posibilidad de que pudiera ponerse... ya sabes, raro, o algo así...? ¿De que pudiera hacerte algo...?
—En realidad, no—dijo la chica—. Necesita conocer más detalles, mamá. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, había tanto ruido que apenas podíamos hablar.
—En fin. ¿Y tu abrigo azul?
—Bien. Le subí un poco las hombreras.
—¿Cómo es la ropa este año?
—Terrible. Pero preciosa. Con lentejuelas por todos lados.
—¿Y tu habitación?
—Está bien. Pero nada más que eso. No pudimos conseguir la habitación que nos daban antes de la guerra—dijo la chica—. Este año la gente es espantosa. Tendrías que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un
camión.
—Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido de baile?
—Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo.
—Muriel, te lo voy a preguntar una vez más... ¿En serio, va todo bien?
—Sí, mamá—dijo la chica—. Por enésima vez.
—¿Y no quieres volver a casa?
—No, mamá.
—Tu padre dijo anoche que estaría encantado de pagarte el viaje si quisieras irte sola a algún lado y pensarlo bien. Podrías hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos...
—No, gracias—dijo la chica, y descruzó las piernas—.
—Mamá, esta llamada va a costar una for...
—Cuando pienso cómo estuviste esperando a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando unapiensa en esas esposas alocadas que...
—Mamá—dijo la chica—. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento.
—¿Dónde está?
—En la playa.
—¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa?
—Mamá—dijo la chica—. Hablas de él como si fuera un loco furioso.
—No he dicho nada de eso, Muriel.
—Bueno, ésa es la impresión que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita el albornoz.
—¿Que no se quita el albornoz? ¿Por qué no?
—No lo sé. Tal vez porque tiene la piel tan blanca.
—Dios mío, necesita tomar sol. ¿Por qué no lo obligas?
—Lo conoces muy bien—dijo la chica, y volvió a cruzar las piernas—. Dice que no quiere tener un montón de imbéciles alrededor mirándole el tatuaje.
—¡Si no tiene ningún tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra?
—No, mamá. No, querida—dijo la chica, y se puso de pie—. Escúchame, a lo mejor te llamo otra vez mañana.
—Muriel, hazme caso.
—Sí, mamá—dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha.
—Llámame en cuanto haga, o diga, algo raro..., ya me entiendes. ¿Me oyes?
—Mamá, no le tengo miedo a Seymour.
—Muriel, quiero que me lo prometas.
—Bueno, te lo prometo. Adiós, mamá—dijo la chica—. Besos a papá—y colgó.
—Ver más vidrio—dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su madre—. ¿Has visto más vidrio?
—Cariño, por favor, no sigas repitiendo eso. Vas a volver loca a mamaíta. Estáte quieta, por favor.
La señora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, repartiéndolo sobre sus omóplatos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada sobre una enorme y tensa pelota de playa, mirando el océano. Llevaba un traje de baño de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales en realidad no necesitaría hasta dentro de nueve o diez años.
—No era más que un simple pañuelo de seda... una podía darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo—dijo la mujer sentada en la hamaca contigua a la de la señora Carpenter—. Ojalá supiera cómo lo anudó. Era una preciosidad.
—Por lo que dice, debía de ser precioso—asintió la señora Carpenter.
—Estáte quieta, Sybil, cariño...
—¿Viste más vidrio?—dijo Sybil.
La señora Carpenter suspiró.
—Muy bien—dijo. Tapó el frasco de bronceador—. Ahora vete a jugar, cariño. Mamaíta va a ir al hotel a tomar un martini con la señora Hubbel. Te traeré la aceituna.
Cuando estuvo libre, Sybil echó a correr inmediatamente por el borde firme de la playa hacia el Pabellón de los Pescadores. Se detuvo únicamente para hundir un pie en un castillo de arena inundado y derruido, y en seguida dejó atrás la zona reservada a los clientes del hotel.
Caminó cerca de medio kilómetro y de pronto echó a correr oblicuamente, alejándose del agua hacia la arena blanda. Se detuvo al llegar junto a un hombre joven que estaba echado de espaldas.
—¿Vas a ir al agua, ver más vidrio?—dijo.
El joven se sobresaltó, llevándose instintivamente la mano derecha a las solapas del albornoz. Se volvió boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que tenía sobre los ojos, y miró de reojo a Sybil.
—¡Ah!, hola, Sybil.
—¿Vas a ir al agua?
—Te esperaba—dijo el joven—. ¿Qué hay de nuevo?
—¿Qué?—dijo Sybil.
—¿Qué hay de nuevo? ¿Qué programa tenemos?
—Mi papá llega mañana en un avión—dijo Sybil, tirándole arena con el pie.
—No me tires arena a la cara, niña—dijo el joven, cogiendo con una mano el tobillo de Sybil—. Bueno, ya era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando horas. Horas.
—¿Dónde está la señora?—dijo Sybil.
—¿La señora?—el joven hizo un movimiento, sacudiéndose la arena del pelo ralo—. Es difícil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquería. Tiñiéndose el pelo de color visón. O en su habitación, haciendo muñecos para los niños pobres.
Se puso boca abajo, cerró los dos puños, apoyó uno encima del otro y acomodó el mentón sobre el de arriba.
—Pregúntame algo más, Sybil—dijo—. Llevas un bañador muy bonito. Si hay algo que me gusta, es un bañador azul.
Sybil lo miró asombrada y después contempló su prominente barriga.
—Es amarillo—dijo—. Es amarillo.
—¿En serio? Acércate un poco más.
Sybil dio un paso adelante.
—Tienes toda la razón del mundo. Qué tonto soy.
—¿Vas a ir al agua?—dijo Sybil.
—Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio.
Sybil hundió los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohadón.
—Necesita aire—dijo.
—Es verdad. Necesita más aire del que estoy dispuesto a admitir—retiró los puños y dejó que el mentón descansara en la arena—. Sybil—dijo—, estás muy guapa. Da gusto verte. Cuéntame algo de ti—estiró los brazos hacia delante y tomó en sus manos los dos tobillos de Sybil—. Yo soy capricornio. ¿Cuál es tu signo?
—Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano—dijo Sybil.
—¿Sharon Lipschutz dijo eso?
Sybil asintió enérgicamente. Le soltó los tobillos, encogió los brazos y apoyó la mejilla en el antebrazo derecho.
—Bueno —dijo—. Tú sabes cómo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ahí, tocando. Y tú te habías perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sentó a mi lado. No podía echarla de un empujón, ¿no es cierto?
—Sí que podías.
—Ah, no. No era posible. Pero ¿sabes lo que hice?
—¿Qué?
—Me imaginé que eras tú.
Sybil se agachó y empezó a cavar en la arena.
—Vayamos al agua—dijo.
—Bueno—replicó el joven—. Creo que puedo hacerlo.
—La próxima vez, échala de un empujón —dijo Sybil.
—¿Que eche a quién?
—A Sharon Lipschutz.
—Ah, Sharon Lipschutz —dijo él—. ¡Siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos.—De repente se puso de pie y miró el mar—. Sybil—dijo—, ya sé lo que podemos hacer. Intentaremos pescar un pez plátano.
—¿Un qué?
—Un pez plátano—dijo, y desanudó el cinturón de su albornoz.
Se lo quitó. Tenía los hombros blancos y estrechos. El traje de baño era azul eléctrico. Plegó el albornoz, primero a lo largo y después en tres dobleces. Desenrolló la toalla que se había puesto sobre los ojos, la tendió sobre la arena y puso encima el albornoz plegado. Se agachó, recogió el flotador y se lo puso bajo el brazo derecho. Luego, con la mano izquierda, tomó la de Sybil.
Los dos echaron a andar hacia el mar.
—Me imagino que ya habrás visto unos cuantos peces plátano—dijo el joven.
Sybil negó con la cabeza.
—¿En serio que no? Pero, ¿dónde vives, entonces?
—No sé—dijo Sybil.
—Claro que lo sabes. Tienes que saberlo. Sharon Lipschutz sabe dónde vive, y sólo tiene tres años y medio.
Sybil se detuvo y de un tirón soltó su mano de la de él. Recogió una concha y la observó con estudiado interés. Luego la tiró.
—Whirly Wood, Connecticut—dijo, y echó nuevamente a andar, sacando la barriga.
—Whirly Wood, Connecticut—dijo el joven—. ¿Eso, por casualidad, no está cerca de Whirly Wood, Connecticut?
Sybil lo miró:
—Ahí es donde vivo—dijo con impaciencia—. Vivo en Whirly Wood, Connecticut.
Se adelantó unos pasos, se cogió el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos.
—No puedes imaginarte cómo lo aclara todo eso —dijo él.
Sybil soltó el pie:
—¿Has leído El negrito Sambo?—dijo.
—Es gracioso que me preguntes eso—dijo él—. Da la casualidad que acabé de leerlo anoche.—Se inclinó y volvió a tomar la mano de Sybil—. ¿Qué te pareció?
—¿Te acuerdas de los tigres que corrían todos alrededor de ese árbol?
—Creí que nunca iban a parar. Jamás vi tantos tigres.
—No eran más que seis—dijo Sybil.
—¡Nada más que seis! —dijo el joven—. ¿Y dices «nada más»?
—¿Te gusta la cera?—preguntó Sybil.
—¿Si me gusta qué?
—La cera.
—Mucho. ¿A ti no?
Sybil asintió con la cabeza:
—¿Te gustan las aceitunas?—preguntó.
—¿Las aceitunas?... Sí. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ningún lado sin ellas.
—¿Te gusta Sharon Lipschutz?—preguntó Sybil.
—Sí. Sí me gusta. Lo que más me gusta de ella es que nunca hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo, a ese bulldog enano de la señora canadiense. Te resultará difícil creerlo, pero hay algunas niñas que se divierten mucho pinchándolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jamás. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto.
Sybil no dijo nada.
—Me gusta masticar velas—dijo ella por último.
—Ah, ¿y a quién no?—dijo el joven mojándose los pies—. ¡Diablos, qué fría está!—Dejó caer el flotador en el agua—. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito más adentro.
Avanzaron hasta que el agua llegó a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levantó y la puso boca abajo en el flotador.
—¿Nunca usas gorro de baño ni nada de eso?—preguntó él.
—No me sueltes—dijo Sybil—. Sujétame, ¿quieres?
—Señorita Carpenter, por favor. Yo sé lo que estoy haciendo—dijo el joven—. Ocúpate sólo de ver si aparece un pez plátano. Hoy es un día perfecto para los peces plátano.
—No veo ninguno—dijo Sybil.
—Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas.
Siguió empuiando el flotador. El agua le llegaba al pecho.
—Llevan una vida triste—dijo—. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella negó con la cabeza.
—Bueno, te lo explicaré. Entran en un pozo que está lleno de plátanos. Cuando entran, parecen peces como todos los demás. Pero, una vez dentro, se portan como cerdos, ¿sabes? He oído hablar de peces plátano que han entrado nadando en pozos de plátanos y llegaron a comer setenta y ocho plátanos—empujó al flotador y a su pasajera treinta centímetros más hacia el horizonte—. Claro, después de eso engordan tanto que ya no pueden salir. No pasan por la puerta.
—No vayamos tan lejos—dijo Sybil—. ¿Y qué pasa despues con ellos?
—¿Qué pasa con quiénes?
—Con los peces plátano.
—Bueno, ¿te refieres a después de comer tantos plátanos que no pueden salir del pozo?
—Sí—dijo Sybil.
—Mira, lamento decírtelo, Sybil. Se mueren.
—¿Por qué?—preguntó Sybil.
—Contraen fiebre platanífera. Una enfermedad terrible.
—Ahí viene una ola—dijo Sybil nerviosa.
—No le haremos caso. La mataremos con la indiferencia—dijo el joven—, como dos engreídos.
Tomó los tobillos de Sybil con ambas manos y empujó hacia delante. El flotador levantó la proa por encima de la ola. El agua empapó los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer.
Cuando el flotador estuvo nuevamente inmóvil, se apartó de los ojos un mechón de pelo pegado, húmedo, y comentó:
—Acabo de ver uno.
—¿Un qué, amor mío?
—Un pez plátano.
—¡No, por Dios!—dijo el joven—. ¿Tenía algún plátano en la boca?
—Sí—dijo Sybil—. Seis.
De pronto, el joven tomó uno de los mojados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le besó la planta.
—¡Eh!—dijo la propietaria del pie, volviéndose.
—¿Cómo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te has divertido bastante?
—¡No!
—Lo siento—dijo, y empujó el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendió. El resto del carnino lo llevó bajo el brazo.
—Adiós —dijo Sybil, y salió corriendo hacia el hotel.
El joven se puso el albornoz, cruzó bien las solapas y metió la toalla en el bolsillo. Recogió el flotador mojado y resbaladizo y se lo acomodó bajo el brazo. Caminó solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.
En el primer nivel de la planta baja del hotel—que los bañistas debían usar según instrucciones de la gerencia— entró con él en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada.
—Veo que me está mirando los pies—dijo él, cuando el ascensor se puso en marcha.
—¿Cómo dice?—dijo la mujer.
—Dije que veo que me está mirando los pies.
—Perdone, pero casualmente estaba mirando el suelo —dijo la muier, y se volvió hacia las puertas del ascensor.
—Si quiere mirarme los pies, dígalo—dijo el joven—. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.
—Déjeme salir, por favor—dijo rápidamente la mujer a la ascensorista.
Cuando se abrieron las puertas, la mujer salió sin mirar hacia atrás.
—Tengo los pies completamente normales y no veo por qué demonios tienen que mirármelos—dijo el joven—. Quinto piso, por favor.
Sacó la llave de la habitación del bolsillo de su albornoz.
Bajó en el quinto piso, caminó por el pasillo y abrió la puerta del 507. La habitación olía a maletas nuevas de piel de ternera y a quitaesmalte de uñas.
Echó una ojeada a la chica que dormía en una de las camas gemelas. Después fue hasta una de las maletas, la abrió y extrajo una automática de debajo de un montón de calzoncillos y camisetas, una Ortgies calibre 7,65. Sacó el cargador, lo examinó y volvió a colocarlo. Quitó el seguro. Después se sentó en la cama desocupada, miró a la chica, apuntó con la pistola y se disparó un tiro en la sien derecha.
J. D. Salinger